Él era demasiado fuerte, demasiado responsable.
– Sabes, te resultaría más fácil enamorarte de una mujer y casarte de verdad.
– Lo sé.
– No deberías ser tan quisquilloso.
– Gracias por tu estupendo consejo.
Volvieron a la lista, pero Maggie no le estaba prestando atención. De nuevo estaba pensando en la otra mujer del pasado de Qadir, y preguntándose por qué no había funcionado.
Maggie sacó el único vestido de su ropero que le parecía adecuado para cenar con el príncipe. Era de punto color Burdeos, y lo había metido en la maleta el último momento. Le quedaba un poco estrecho para su gusto, pero tendría que servir.
Después de ducharse y de secarse el pelo con el secador, se puso un poco de máscara de pestañas y se los labios. Victoria le había hecho más cosas la noche de la fiesta, pero ella no tenía ni maquillaje ni sabía hacerlo. Qadir iba a tener que soportarla más o menos al natural.
Se puso el vestido y unas sandalias bajas, que no eran tan bonitas como las de la fiesta, sí eran mucho más cómodas. Entonces miró el reloj vio que había tardado doce minutos desde que se metido en la ducha hasta ese momento, y ya estaba lista para marcharse. Eso incluía los cuatro minutos que había pasado secándose el pelo. Victoria estaría horrorizada.
Al pensar en su amiga se preguntó qué diría de su trato con Qadir. Como estaba nerviosa, se llevó la mano al estómago, intentando calmar los nervios.
En ese momento alguien llamó a la puerta. Qadir estaba como siempre: alto, apuesto y bien vestido. Y aunque nada era distinto, estaba tan tensa que le entraron ganas de vomitar. Cosa rara, al mismo tiempo sintió la necesidad imperiosa de que él la besara y la estrechara entre sus brazos.
– Buenas noches -Qadir sonrió-. Qué rápida eres; claro que no debería sorprenderme.
·No, no deberías -agarró el bolso y le siguió fuera-. Tardo muy poco en arreglarme.
·Y con todo y con eso, el resultado es inmejorable.
¿Mmn un elogio? Maggie se quedó sin palabras.
·Ah, gracias.
Qadir fue hablando hasta que salieron del palacio. pero entre los nervios y que la cabeza le daba vueltas, no le prestó mucha atención. En el patio les esperaba una limusina.
– Por casualidad sé que tienes coches normales-dijo Maggie mientras él abría la puerta del asiento trasero.
– Lo sé, pero con esto haremos una entrada mejor.
Maggie sabía que todo era parte del espectáculo. de modo que se sentó en el suave asiento de cuero aspiró hondo e intentó relajarse un poco. Ella no estaba saliendo de verdad con Qadir, y todo aquello era fingido. Pensó en un bosque fresco y silencioso, en el vaivén de las olas, en…
– ¿Maggie?
Maggie se volvió a mirarlo.
·¿Sí?
– ¿Qué haces?
·Intentando no vomitar.
Él sonrió a medias.
·Bueno, no tienes por qué ponerte nerviosa.
·Mi estómago no piensa lo mismo que tú. Qadir se acercó y le dio la mano
– Vamos a cenar a un restaurante muy agradable. Y para disfrutar de la comida tienes que estar tranquipila. No es probable que nos vea un fotógrafo, sin embargo nos verá la gente que pase por el local, y iniciará los rumores. Aparte de asentir cortés a unos cuantos, sólo tendrás que comer.
·A mí me encanta comer.
– Entonces lo pasarás bien.
Qadir le acariciaba la mano con suavidad, constantemente, y a Maggie le resultó muy agradable y relajante. Cuando lo miró a los ojos, él también la miraba, y sin dejar de mirarla, se llevó la mano a los labios y la besó en la palma.
No fue más que un beso suave, tímido, sin importancia; sin embargo…
– Sintió una tensión distinta, una tensión ardiente que nada tenía que ver con el restaurante, con la gente,. ni con el resto del mundo, y todo que ver con el hombre que tenía a su lado.
Pero antes de dar con una solución, el coche se movió.
El restaurante estaba situado en el muelle, casi encima del agua; y después de esperar tan sólo unos minutos la encargada los condujo a una especie de privada.
– Gracias por acompañarnos esta noche, príncipe -dijo la encargada, que miró a Maggie con curiosidad y no poca perplejidad-. Espero que disfruten de la cena.
Maggie se sintió un poco incómoda. Quería decirle a esa mujer que ella no estaba saliendo con el príncipe. Pero había una cosa que tenía clara, y era que iba a tener que pedirle a Victoria que la llevara de compras a esa habitación secreta de la boutique, para poder tener un vestuario que estuviera un poco a la altura de la situación.
Abrió el menú, incapaz de quitarse de encima la sensación de que estaba fuera de lugar. ¿No podrían haber ido a una hamburguesería?
Contempló sin ver páginas y páginas de platos entre los que elegir.
– ¿Tienes alguna preferencia con el vino? Hay vino español, italiano, francés… Y también de Australia, de California…
– El que a ti te guste me parece bien -respondió Maggie, que no entendía nada de vinos.
Se fijó otra vez en el menú, empeñada en escoger algo, pero nada parecía tener sentido. Estaba tan nerviosa, que sabía que no podría hacerlo. Ella no tenía nada que ver con ese ambiente.
Levantó la vista y se topó con la mirada de Qadir. -¿Qué pasa? -preguntó él.
– Pues… todo.
A Maggie le sorprendió que él sonriera.
– Si te parece todo tan horrible, entonces creo que deberíamos mejorar en algunas cosas.
Por lo menos él se lo tomaba bien.
– Yo no soy la persona adecuada para esto -susurró Maggie, inclinándose hacia delante para hacerse oír-. Me parece que has cometido un error.
No lo creo -Qadir le quitó el menú de las manos y lo colocó encima del suyo-. Todo esto es nuevo para ti, desconocido; poco a poco te resultará más fácil.
– Lo dudo mucho -dijo ella.
– Deja que pida yo por ti. ¿Hay algo de comida te guste?
– Sólo quiero algo corriente -respondió Maggie pensando que en un restaurante tan elegante debian de tener un montón de cosas que no le gustaran. No quiero nada blandengue, como erizo de mar ni nada muy graso, como paté.
Muy bien. ¿Qué te parece pollo asado con verduras te parecería bien.
– Me parece bien.
Entonces pediremos eso.
Apareció un camarero que apenas miró a Maggie antes de hacer una reverencia delante de Qadir y de agradecerle al príncipe por haber elegido su restaurante después de pedir y de que el camarero se marchara apareció otro con el vino y con un cubo de hielo. Qadir lo probó y le dio el visto bueno al vino, el camarero desapareció a toda velocidad.
– Uno no puede quejarse del servicio -murmuró ella mientras Qadir levantaba la copa.
Ella también tomó la copa y la levantó.
– Por los principios -dijo Qadir-. Démosle una oportunidad.
– Un brindis en secreto -Maggie rozó la copa de Qadir y dio un sorbito de vino.
Ella no entendía de vinos, pero aquél le pareció e y delicioso. No quería ni pensar cuánto valdría botella.
– A lo mejor sería más fácil si nos conociéramos un poco mejor -Qadir la miró con interés-. Háblame de tu familia.
·No hay mucho que contar. Soy hija única, y me quedé sin madre cuando era un bebé -Maggi sonrió-. Mi padre siempre tenía fotos de mi madre por todas partes, pero yo no me acuerdo de ella por que era muy pequeña. Pero como nunca la tuve tampoco la echaba de menos; y mi padre era estupendo, el hombre más bueno que he conocido en mi vida. Me llevaba con él a todas partes, y por eso aprendí tanto de coches. Yo siempre estaba en medio, pero también empecé a ayudarlo. Me divertía, aprendí mucho de contabilidad cuando empecé a ayudarle con las facturas. Mi padre hacía que toda fuera divertido.
– Parece un buen hombre.
– Lo fue. Era cariñoso con la gente y le encantaba su trabajo. Vivíamos en una barriada típicamente de clase media, donde las casas eran todas iguales, donde los niños jugábamos todos juntos. A mí nunca me gustaron las muñecas, siempre jugaba con los chicos. Cuando era pequeña daba igual, pero al hacerme mayor se convirtió en un problema.