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– Estás muy guapa así.

¿Guapa? No lo diría en serio, seguramente.

– Pero me van a poner mechas. Si me tiñen de rubia sera prácticamente lo mismo.

– Par mí no.

Qadir se inclinó encima de ella y la besó otra vez, en los labios.

Maggie sabía que hacía todo eso para que la gente que estaba en el salón empezara a comentar, sabía que no tenía mucha importancia.

Pero ella se lo tomaba de otra forma.

Qadir tenía los labios calientes y firmes; labios; que tomaban y ofrecían al mismo tiempo. Se apoyó en los brazos de la silla, de modo que sólo se tocaban con los labios. Sin embargo, el gesto fue para que toda ella se alzara en respuesta.

Maggie notó que le rozaba el labio suavemente con de la lengua; el instinto la empujó a separar labios, y se puso tensa de anticipación.

Cuando le deslizó la lengua en la boca, sintió deseos de cercarse más a él, de tomar lo que él quisiera sin embargo, se limitó a levantar la mano y colocarla en su fuerte hombro.

Cuando su lengua rozó la suya, Maggie sintió que no podía respirar. La habían besado muchas veces en su vida había hecho el amor y sentido deseo por un hombre. Pero nada de lo que había sentido la había preparado para el deseo que empezaba a consumirla cada vez que Qadir la besaba.

Se sentía desfallecer, descontrolada, y tuvo miedo…Pero tampoco quería que él lo dejara.

Finalmente se retiró, y Maggie vio un destello ardiente en sus ojos negros. Le dio la impresión de que él vería lo mismo en los de ella. Era pasión pura embriagadora, y más fuerte de lo que habría creída posible.

– Eres una caja de sorpresas -murmuró él.

– Yo podría decir lo mismo de ti. Claro que como eres un príncipe, tal vez recibas lecciones especiales desconocidas para cualquier mortal.

– Yo soy también mortal, y no hay entrenamiento posible.

Lo cual significaba que él era así, sin ninguna influencia externa. Maggie sintió cierto miedo.

– Tengo que marcharme. El chófer volverá y te esperará para llevarte a palacio.

– Muy bien.

– Estoy deseando ver tu trasformación esta noche.

– ¿Vamos a hacer algo esta noche?

– Vamos al teatro.

·Ah, sí, lo habías mencionado. Deberías proporcionarme un calendario.

– Le pediré a mi asistente personal que imprima el programa de eventos.

Eso le hizo sonreír.

– Nunca he salido con un programa. Al teatro hay que ir de gala, ¿no?

·Sí.

– Muy bien -pensó en la ropa que habían comprado esa tarde-. Tengo un par de cosas que puedo ponerme. ¿Qué obra es?

– Un musical. Les Miserables, el favorito del rey. -¿Lo ha visto ya?

– Muchísimas veces, pero hoy lo va a volver a ver.

Ah, ¿él también va?

Nosotros estaremos en su palco. Será una buena oportunidad para conocernos mejor.

Y dicho eso, Qadir se puso derecho y se marchó.

– Es tan guapo -comentó el estilista-.

Tienes suerte… ¿Oye, te encuentras bien?

Maggie negó con la cabeza. Sólo de pensar que estar en el palco del rey, que tenía que fingir que esta yendo con Qadir, se ponía de los nervios.

– Creo que voy a vomitar -le susurró.

– Suele pasar -dijo el estilista mientras acercaba carrito y alcanzaba unas tijeras-. Respira hondo, verás como se te pasa.

– No puedo hacerlo -protestó Maggie mientras limusina se detenía delante de la entrada de un enorme edificio antiguo-. No puedo respirar, no o pensar. De verdad, búscate a otra persona Qadir, al rey no le va a sentar muy bien si me desmayo.

– Estás exagerando -dijo Qadir en tono seco-. Dijiste que te gustaban los musicales.

Ella lo miró con enfado.

– ¿Y eso qué tiene que ver con lo que estoy diciendo? No quiero estar con el rey.

– Ya lo conoces.

– Pero entonces no era nadie. Te muestras muy difícil, Qadir, y quiero que sepas que no me gusta

Él tuvo la desfachatez de echarse a reír.

– Ya verás como todo irá bien -dijo Qadir mientras salía de la limusina y la ayudaba a bajar.

– Ahora todo es muy bonito -comentó ella-.

Veamos lo divertido que te parece cuando te vomitas en los zapatos hechos a medida.

Él tuvo la frescura de reírse otra vez; la agarró del brazo y la condujo hasta la entrada del teatro.

El interior del edificio era precioso, con un toque refinado y muy femenino. Había mosaicos y enorme arañas de cristal, pilares adornados y arcos por todas partes.

– ¿Qué edificio es éste?

Qadir no respondió. Se detuvo y giró despacio hacia la derecha. Maggie contempló a la elegante pared reflejada en el espejo, sorprendida mientras asimilaba que eran ellos dos. Qadir iba de esmoquin, y estaba tan apuesto como siempre. La mujer a su lado tampoco estaba mal, pero lo más sorprendente es que era ella.

Maggie vestía un pantalón de seda blanco y un top de seda a juego. Lo que le daba el toque al con junto era una raja en el pantalón de los tobillos a muslo, porque al caminar enseñaba toda la pierna. E pelo también le había quedado muy bien.

Qadir le puso la mano en el hombro.

– No tienes por qué estar nerviosa, Maggie. Eres bella, inteligente, encantadora y graciosa. El único problema será que el rey te quiera sólo para él.

Eso le hizo sonreír.

– Por eso no te preocupes.

Qadir le tomó la mano y la condujo hacia las escaleras.

En el primer piso, giraron a la derecha y llegaron al palco, donde había un guardia a la puerta. Al entrar vieron a varias personas bebiendo y tomando aperitivos, pero todos se marcharon enseguida y Maggie se encontró ante el rey Mujtar.

– Padre, me gustaría presentarte a mi acompañante esta noche; la señorita Maggie Collins Es americana de Colorado.

Maggie le tomó la mano con fuerza y sonrió.

– Su alteza, es un gran honor para mí.

El rey frunció el ceño.

¿No nos conocemos de algo?

Uno de los guardias se adelantó.

– Su alteza, están aquí los fotógrafos. ¿Les dejo pasar?

El rey asintió. Todos se cambiaron de posición mientras unos hombres equipados con cámaras entraban en el palco y empezaban a tirar fotos. Los flashes las cámaras cegaron a Maggie, y cuando pensó no podría soportarlo más, el rey hizo un gesto con la mano y los hombres cesaron al instante.

– Tiene mucho poder -susurró Qadir-. Es estupendo ser rey.

– Eso he oído.

– ¿Y qué tengo que decirle cuando me pregunte a que me dedico?

– Dile la verdad -dijo Qadir.

– Me va a mirar mal. No le va a gustar que salgas-conmigo, te lo advierto.

– Él es el rey. Él no mira mal a nadie. Confía en mí.

En ese momento llamaron a Qadir, que tuvo que ausentarse unos minutos. Maggie se acercó a un rincón e hizo lo posible por hacerse invisible; acababa tomar una galleta salada cuando el rey se le acercó.

– ¿Es la primera vez que vienes a nuestro teatro? preguntó el rey.

– Pues sí, señor… El edificio es impresionante… tiene un diseño único, la verdad -Maggie tragó saliva.

– Es de principios del siglo XV -le explicó e rey-. Uno de mis ancestros lo construyó para su concubina favorita. Le prometió construirle algo que compitiera con su belleza; y cuando lo terminaron ella declaró que ninguna mujer podría llegar a ser tar bella como aquel edificio.

Maggie sonrió.

– Una mujer que disfruta de la propiedad inmobiliaria es digna de respeto.

Maggie se dijo que había metido la pata con su comentario, y esperó que el rey no se lo tomara a mal.

Pero al rey le hizo mucha gracia.

– Una observación excelente, querida -dijo entre risas-. Muy graciosa, sí.

Ella suspiró aliviada.

– Estoy deseando ver la obra de esta noche. Conozco la música, pero nunca la he visto.

– Entonces vas a vivir una experiencia maravillosa -dijo el rey-. La música es preciosa, y te llega al corazón.