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Maggie no supo qué responder; menos mal que empezó la función, y que Qadir volvió y la condujo a sus asientos.

– Me las he apañado bien -le susurró ella-. No le he dicho ninguna idiotez al rey.

Qadir no sonrió, sino que señaló hacia la derecha de Maggie. Al volver la cabeza vio que el rey estaba sentado a su lado.

– Ya te castigaré yo por esto.

Qadir, por supuesto, se echó a reír.

La orquesta empezó a tocar. Al principio, Maggie tan consciente de la presencia del rey a su lado no podía relajarse, pero pasado un rato, el relato atrapó en sus redes; y cuando Javert se suicidó, se saltaron las lágrimas.

Hizo lo posible para no derramarlas, y en ese momento sintió algo suave en la mano.

Bajó la vista y vio un pañuelo blanco, entonces aspiró y miró al hombre que estaba a su lado.

– Un buen hombre ante una elección imposible murmuró Qadir-. Su alma no podía soportarlo, asintió sin hablar, entonces se enjugó las lágrimas le pasó el brazo por los hombros y la abrazo. Ella se relajó, y se sintió segura por primera vez en muchísimo tiempo.

Capítulo 7

QADIR permaneció de pie junto a la puerta del despacho del garaje, para dejar que Maggie controlara toda la situación.

Habían retirado el motor del coche, y en ese momento Maggie y sus ayudantes lo colocaban con mucho cuidado sobre unos fuertes soportes, de modo que Maggie pudiera poner en práctica sus habilidades sobre la vieja belleza. Cuando tuvo el motor colocado donde ella quería, suspiró aliviada y aplaudió a su equipo.

– Un trabajo excelente -dijo a sus hombres-Gracias por vuestra paciencia y vuestra atención al detalle.

Qadir esperó a que todos salieran para acercarse: al motor.

– Bueno, podría estar peor -dijo ella sin levantar la vista-. Cuando lo sacaron me preocupé un momento antes de verlo, pensé que había más daños. Pero no parece que vaya a llevarme ninguna sorpresa desagradable. Me va a llevar unos cuantos días separar las piezas y acceder a donde esté el daño. Así sabremos a qué atenernos.

Entonces lo miró.

– ¿Qué? ¿Por qué me miras con esa cara?

– Porque me pareces una combinación muy interesante. Aquí los hombres no suelen obedecer órdenes de una mujer, pero tú has conseguido establecer ellos una relación de autoridad, aunque también has elogiado por su trabajo. Hablarán bien de ti.

– No te sorprendas tanto. Te lo dije cuando me contrataste; sé lo que hago.

El no estaba sorprendido, sino más bien intrigado, impresionado y excitado.

·Al rey también le has caído bien -dijo él.

· Ella se sacó un trapo del bolsillo trasero y se limpió las manos.

– Bueno, a eso ya no sé qué decir.

– Debería complacerte.

– ¿Por qué? ¿No sería mejor que el rey no me quisiera? Vamos a romper. No quiero que se enfade conmigo cuando pase.

Qadir sonrió.

– No temas. Cuando me rompas el corazón, no le dejaré que te encierre.

– Es un gran consuelo.

·En el teatro lo hiciste muy bien. Lo siguiente cenar con Asad y Kayleen. Eso será más fácil.

– A lo mejor para ti -respondió ella con un suspiro. Pero yo no estoy tan segura. Con el rey sólo que charlar unos minutos, pero una cena es más larga. Nos van a preguntar cosas, como por ejemplo dónde nos conocimos.

– Nos conocimos aquí -le recordó él.

– Ah, sí, pues van a querer saber otras cosas como qué vemos el uno en el otro.

Una pregunta a la que él podría responder con facilidad.

– A mi hermano y a su novia les quedan pocas semanas para su boda -dijo él-. Han adoptado a tres niñas pequeñas. Si la conversación se vuelve demasiado personal, pregúntales algo de la boda, o cómo están las niñas. Estoy seguro de que todo irá bien.

– Ojala yo sintiera lo mismo -Maggie se acerco al coche y pasó la mano por el costado-. Esto lo entiendo, tiene sentido para mí. ¿No podría quedarme aquí y seguir trabajando en el coche?

Qadir se acercó y le acarició la mejilla, deleitándose con el tacto suave de su piel, imaginando sus labios tentadores…

– ¿Quieres dejar nuestro acuerdo? -le preguntó

Lo deseaba con una fuerza que la inmovilizó, y se le dilataron las pupilas.

– No, pero puedo protestar, ¿no?

Como siempre, le hizo sonreír.

– Entonces ignoraré tus protestas

– De acuerdo.

– Vuelvo al despacho, Maggie.

Sentía la necesidad de besarla, pero se dominó. Había contratado la ayuda de Maggie para convencer a su padre de que tenía una relación con una mujer pero no se aprovecharía de la situación, por muy tentadora que fuera ella.

Cuando estaba llegando a su despacho, se dijo que no le había dicho nada a Maggie de la hora de la cena de esa noche, así que volvió sobre sus pasos. Al no encontrarla en el garaje, Qadir fue a su oficina. La puerta estaba cerrada, y abrió sin llamar. Maggie estaba de espaldas, terminando de quitarse el mono. Ya se había quitado las botas, y sólo llevaba calcetines, braguitas y una camiseta.

Su educación le instaba a retirarse, a darle la intimidad que ella merecía. Pero la sangre del desierto corría por sus venas lo empujaba a tomar a aquella bella y atractiva mujer. No podía apartar la vista de sus piernas largas, de la curva de su cadera, de su modo de moverse mientras se agachaba a recoger el mono.

-En ese momento, Maggie se volvió ligeramente y lo vió.

Maggie emitió un gemido entrecortado por no ponerse a chillar, no quería pasar más vergüenza delante de Qadir.

Yo… se me olvidó decirte a qué hora era la cena -dijo él.

– ¿No era a las siete? Eso es lo que dice en mi programa -respondió ella.

– Ah, sí. A las siete.

Maggie medio se tapó con el mono, muerta de verguenza

– Lo siento, no quería sorprenderte así… Disculpa.

Ella agradeció sus palabras, pero vio que no se iba de allí. Eso debería haberla molestado, pero algo en su modo de mirarla que le hizo sentirse temblorosa por dentro.

– Maggie -Qadir se plantó delante de ella en tres pasos-. Dime que me vaya y lo haré.

Su mirada era intensa, al igual que el modo en que la agarraba de los brazos.

Maggie sintió el calor del deseo, cada vez más fuerte, más ardiente.

– No va a hacer falta -le susurró.

Qadir la estrechó contra su pecho con tanta fuerza que estuvo a punto de perder el equilibrio; claro que eso no importaba gran cosa. Sabía que si se caía, él la sujetaría como lo estaba haciendo en ese momento, mientras la reclamaba con un beso ardiente que le atravesó el alma.

Maggie se abrazó a aquel cuerpo fuerte y cálido. y le echó los brazos al cuello antes de entregarse al beso tierno. Él había bajado las manos a las caderas y después al trasero, apretándole las nalgas, urgiéndola a que se pegara a él. Maggie apretó el vientre contra su erección, deleitándose con la prueba de su deseo por ella. Sentirlo y empezar a derretirse por dentro fue todo uno, con aquel calor entre las piernas que le anticipaba todo placer.

Él le acarició la espalda antes de llegar al costado. a los pechos. Incluso a través de la tela de la camiseta le palpó el pezón duro y prominente, se lo frotó y empezó a pasar la palma por encima.

Al mismo tiempo dejó de besarla, pero sólo para empezar a mordisquearle en el cuello.

Colocó la mano libre en el otro pecho, y se lo acarició con delicadeza. Ella tembló, presa de un deseo feroz. En ese momento le habría devorado por entero.

Qadir se apartó para quitarle la camiseta; ella se desabrochó el sujetador y lo tiró al suelo.

Al instante él retomó el sensual pulso de las caricias. Se agachó y se metió un pezón en la boca, y cuando empezó a succionarlo un calor intenso se concentró entre sus piernas. Maggie le agarró la cabeza, para acariciarlo y para que no dejara de hacerlo.

Su lengua agasajaba sus pechos, arrancándole jadeos y jadeos. Entonces Qadir le deslizó una mano las piernas.