Pero eso es lo más divertido.
Asad le sonrió.
Eres demasiado comprensiva. El rey se pasa, todavía no estamos casados.
Podrías decirle que queremos tener hijos enseguida. Así se sentiría mejor.
No voy a darle esa satisfacción.
Kyleen miró a Maggie.
¿Ves a lo que me refiero? Cabezota como él sólo ¿,Cómo voy a poder con eso?
No puedes -le dijo Asad, que entonces miró a su hermano-. Sabes Qadir, si lo vuestro va en serio, hará lo mismo con vosotros. El rey nunca está satisfecho.
Qadir le tomó la mano a Maggie.
– No tengas miedo, yo te protegeré del rey.
– No lo tengo -respondió Maggie.
Qadir y ella jamás hablarían de hijos, porque ella se marcharía un día.
– Se me hace extraño tener que estar pendiente de no quedarme embarazada antes de tiempo -comentó Kayleen-. Es verdad que casarse embarazada no es lo ideal, pero cuando una se casa con un príncipe, la cosa toma otro cariz.
– Sólo hace falta un desliz -dijo Qadir con humor-. No te lo digo por nada, hermano
Asad respondió con un gruñido, pero Maggie no se enteró de lo que dijo. Se había quedado paralizada en el tiempo, como si hubiera abandonado su cuerpo y contemplara la escena desde arriba, pero sin se parte ya de ella.
¡Era imposible! ¡No podía ser! Cuando no tomaba la píldora, su menstruación no era nunca regular; así que técnicamente no tenía ningún retraso. Además, sólo había sido una vez.
El pánico la congeló por dentro. Sólo había estado una noche con Jon.
Después de romper con él, había dejado de tomar-la píldora porque no le interesaba estar con nadie.
– ¿Maggie? -dijo Qadir-. ¿Estás bien?
Ella asintió y trató de sonreír, aunque sólo sintió náuseas. ¡No podía estar embarazada! En ese momento no. No de Jon. Sería un desastre horrible, un desastre insalvable.
Esa noche no había dormido nada. Maggie salió primera hora de la mañana, y se dirigió a una de las droguerías que le había indicado Victoria. La tienda era como un pequeño supermercado, y enseguida encontró la sección donde vendían todo tipo de productos femeninos, incluidos test de embarazo.
Estaba a punto de retirar del estante una de las cajas cuando oyó unos susurros a su espalda. Se dio la vuelta y vio a un par de colegialas de uniforme con libros en la mano
– Eres la joven que sale con Qadir, ¿verdad? Ah, es tan guapo -suspiró la niña-. ¿Cómo es en realidad?
-Sería posible que esas niñas la hubieran reconocido por la foto que habían publicado esos ridículos periodicos?
– Ah, hola… -Maggie se sentía como una imbecil.
– Sí, el príncipe es muy simpático.
– ¿ Cómo os conocisteis?
– Trabajo en palacio.
La otra niña suspiró.
– Ojala yo encontrara un trabajo ahí. Mi madre que el trabajo de verdad no es para mí, pero podría hacer algo.
Su amiga sonrió.
El es el mejor. Tiene mucha suerte. Vamos, tenemos que irnos al colegio.
Agitaron la mano y la dejaron allí. Cuando estuvo segura de que se habían marchado las niñas, se acercó al estante y se llevó tres tests de embarazo distintos.
Pero al llegar a la caja, Maggie no se fijó en una tercera adolescente que la seguía con disimulo, pero la cámara del móvil preparada.
Mientras Maggie sacaba el dinero de la cartera, ella le tiró un par de fotos.
Veinticuatro horas después, Maggie estaba sentada en el sofá de su suite, intentando decidir qué sería hacer, si estar embarazada o salir en un periódico comprando unos tests de embarazo.
Capítulo 8
MAGGIE no sabía qué pensar, ni tampoco que sentir. Se tapó la cara con las dos manos sintiéndose confusa y avergonzada. Aquello no podía ser verdad, estaba soñando, y cuando despertara todo volvería a la normalidad.
En ese momento alguien llamó a la puerta no quería contestar, pero también sabía que no se podía quedar encerrada en su suite eternamente.
Se levantó y fue hacia la puerta, intentando serenarse un poco. Aunque había esperado que fuera Victoria, al abrir la puerta se encontró delante con el apuesto príncipe.
– Veo por la cara que pones que has visto el periódico de esta mañana -dijo con calma-. ¿Puedo pasar?
Ella le dejó pasar y después cerró la puerta. Se puso colorada de vergüenza, y no supo qué decir. Jamás había planeado quedarse embarazada, y menos meterle en ese lío.
– Me siento muy mal -dijo-. No tenía idea de tienes que creerme.
– Te creo -la miró a los ojos-. ¿Jon es el padre?
Ella asintió.
– Estuvimos juntos unas semanas antes de venir. Yo sentía muy sola y perdida, y estaba muy nerviosa. Maggie no quiso darle más detalles.
– No tendría que haber pasado -dijo-. Ni eso ni el embarazo. Jon y yo ya no nos queremos. Él está otra persona, y yo ya lo he superado -cada día que pasaba Maggie estaba más segura de ello-. Me parece mentira estar embarazada.
·¿Te has hecho bien el test?
Tan bien que me lo he hecho tres. Estoy embarazada Qadir.
Maggie sabía que él le diría que no quería seguir el trato. Pero cuando pasó un rato y él no dijo Maggie empezó a dudar.
– Esto crea una complicación -dijo finalmente. Maggie sonrió, a pesar de todo.
– Eso es decir poco.
·A Jon ni se le habrá ocurrido pensar que podrías estar embarazada, ¿no?
Seguramente no -Maggie aspiró hondo y se armó de valor-. Mira, ya sé para qué has venido. Quieres hacerme entender que tal y como están las cosas nuestro trato se acabó. Y lo entiendo, yo en tu lugar sentiría lo mismo. Pero me encantaría terminar el coche. Puedo hacer un buen trabajo, y sé que el estar embarazada no me va a restar habilidades. Además, para ser sincera, necesito el trabajo. No tengo seguro médico, y en cuanto se me empiece a notar nadie querrá darme trabajo.
Sintió pánico al pensar en las responsabilidades que se le venían encima.
– ¿Quieres marcharte? -dijo él.
– ¿Qué? Pues claro que no.
– Sólo te lo preguntaba.
– Como estoy embarazada…
Él asintió.
– La gente va a pensar que el niño es mío. Quedaría muy mal por mi parte si te dejara abandonar e país.
Maggie se sentó en el sofá. Eso no lo había pensado.
– Tendrás que emitir un comunicado, diciendo que el niño no es tuyo; así la gente pensará mal de mí, no de ti.
Eso la disgustaba, pero no había otra manera.
– ¿Y quién va a creer que el hijo no es mío? -preguntó él-. Nos han visto juntos.
– Pero durante muy pocos días, además es verdad que el bebé no es tuyo.
– ¿Y eso qué puede importar?
Ella fue a decir algo, pero se calló. Estaba confusa y angustiada. Sabía que la criticarían de todas formas, que la tacharían de mala mujer.
– Diré la verdad, diré que estuve con otra persona. Tú no tienes por qué entrar en esto.
– Yo no te lo recomiendo -dijo él-. Se van a cebar contigo.
– Lo sé, ¿pero qué otra cosa puedo hacer? Tú no vas a echarte el muerto encima, la responsable soy yo.
– Yo soy el príncipe.
Y eso qué tiene que ver con todo lo demás?
No habría pasado nada de esto si yo no te hubiera pedido que mintieras por mí. Soy yo quien he hecho de ti un personaje público.
– Yo acepté hacerlo.
Si su padre levantara la cabeza y viera que había aquello por dinero se disgustaría.
Antes de que le diera tiempo a seguir pensando en su padre, se abrió la puerta de la suite y entró el rey con un periódico en la mano.
¿Es esto cierto? -preguntó, mirando primero Qadir y luego a ella-. ¿Estás embarazada?
Maggie querría que se la tragara la tierra. Qadir le dio la mano y se colocó delante de ella, como para protegerla de la furia del rey.
– Esto no es asunto tuyo -dijo Qadir con serenidad mirando a su padre de frente.