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Qadir miró a su padre y sonrió.

– No es cierto. Te molesta mi negativa a hacer que me dices, pero en el fondo te agrada que me enfrente a ti sin miedo. Te recuerda que eres un excelente monarca y un buen padre.

El rey esbozó una medio sonrisa.

·Tal vez. Pero eso no significa que tu relación con Maggie me parezca bien. Perderás el tiempo con ella, y luego decidirás que no puede ser la elegida Pero ya será demasiado tarde. Cuando la mandes a su país, pasarás meses sin interesarte por otra mujer.

– Yo no veo que eso vaya a ocurrir -dijo Qadit mintiendo con alegría.

Con un poco de suerte, su plan funcionaría de maravilla.

Maggie estaba en el jardín disfrutando del sol de la incipiente primavera. Sin embargo, tenía muy poco, interés en volver a su suite y no tenía nada que ver con el buen tiempo, sino con la llamada que tenía que hacer a Estados Unidos.

Estaba ideando otra excusa para quedarse un rato más allí, cuando apareció en el jardín un hombre alto vestido con el atuendo tradicional.

Al verla, se detuvo junto a ella.

– Una flor inesperada en el jardín de mi padre -dijo el hombre.

Maggie se echó a reír.

– Hoy desde luego no me siento como una flor dijo ella-. Pero se lo agradezco.

– ¿Quién eres?

– Maggie Collins

– Ah, sí, la mujer que restaura coches.

– Y tú debes de ser Kateb, el hermano misterioso que vive en el desierto.

Kateb hizo una amplia reverencia antes de estirarse de nuevo.

– ¿Es que mi hermano sigue hablando de mí con miedo?

Ella se echó a reír.

Yo no he notado nada de eso.

Entonces debes fijarte.

Se sentó en un banco frente a ella.

– ¿Lo estás pasando bien en El Deharia? -preguntó Kateb.

– Sí. Es un país precioso, aunque me faltan por ver muchos lugares.

– A lo mejor Qadir te llevará a los sitios que más te gustan.

Maggie miró al príncipe y se preguntó si sabría el trato que tenía con Qadir.

– Puede ser -murmuró ella.

·¿Sueles salir al jardín? -preguntó él.

– No. He salido porque al entrar tengo que hacer algo que no me apetece.

·¿Pero lo harás?

Ella suspiró y asintió.

– Sí, haré lo que tengo que hacer.

Kateb la miró con interés.

– ¿Siempre actúas así?

– Suele ser mi objetivo. ¿Y tú? -preguntó.

Aunque tal vez no debiera, quería dejar fuera de combate a aquel hombre de aspecto tan sereno.

– Cuando me viene bien.

– Qué conveniente.

– Cierto. Soy el príncipe Kateb de El Deharia hago lo que quiero.

Ella se echó a reír.

– Bueno, si me disculpas, príncipe Kateb de El Deharia, tengo que ir a hacer una llamada.

– ¿Ésa que has estado aplazando?

Ella asintió.

Él se levantó e hizo otra reverencia.

– Ha sido un placer hablar contigo, Maggie Collins. Mi hermano es más afortunado de lo que cree.

Ella y Jon se habían comunicado por correo electrónico para quedar a una hora para la llamada.

– Maggie -dijo él cuando respondió-. ¿Qué pasa?

– Nada, estoy bien.

– Ah, es que estaba preocupado.

– Te dije en el correo que todo iba bien.

– Sí, lo sé, pero no sabía si ocultabas algo. ¿Necesitas algo, Maggie?

Necesitaba retroceder en el tiempo y borrar la noche que habían estado juntos.

– Estoy bien -dijo ella-. El trabajo en el coche esta de maravilla, y me gusta estar aquí. Además, vivo en un palacio precioso. ¿Cuántas personas tienen esa suerte-?

– No sé, no me convence mucho.

– Pues convéncete… Bueno, cambiemos de tema.

– ¿Cómo está Elaine?

– Está bien.

– ¿Seguís saliendo juntos?

·Sí.

– Vamos, Jon, dame detalles. ¿Lo vuestro va en serio?

– Sí, más o menos -aspiró hondo.

·Pues me alegro mucho -dijo Maggie-. Está bien. Espero que seáis felices.

– Maggie, yo…

– Jon, no te preocupes por mí. Estoy bien, de verdad. Lo nuestro terminó mucho tiempo antes de cortar. Ella sabía que a él le gustaba cuidar de los demás esperaba que a Elaine le gustara que la cuidaran. -Quería hablar contigo de la última vez que estuvimos juntos -continuó diciendo Maggie.

– Maggie, déjalo ya. Fuimos los dos.

– Un poco más yo que tú -dijo ella.

– Yo no debería haber ido.

– Y yo me insinué -dijo, deseando que no huido así-. Te seduje.

También yo me dejé seducir. Supongo que los dos queríamos hacerlo esa última vez. Sólo me pesa que pudiera haberte hecho daño; por lo demás me alegro de que estuviéramos juntos entonces.

Eso estaba a punto de cambiar.

– No es tan sencillo, Jon -aspiró hondo-. Estoy, embarazada. Después de cortar dejé de tomar la píldora anticonceptiva. Como no esperaba que pasara nada con nadie, preferí no tomármelas. Pero cuando estuve contigo, no me acordé.

Hizo una pausa para darle la oportunidad de decir algo, pero Jon parecía haberse quedado mudo. Mientras él se recuperaba, decidió soltarle el pequeño discurso que había preparado.

– Sé que esto es algo totalmente inesperado par, los dos. Pero ha pasado, Jon -dijo Maggie-. Se que eres un hombre muy responsable, pero tambien que es culpa mía, que soy yo quien tiene que enfrentarse a esto.

Maggie hizo una pausa, preparándose para decirle lo más duro.

– No quiero nada de ti, lo digo en serio. Tú tienes tu vida, una mujer y toda una vida por delante. Tener un bebé conmigo sería un problema. Te lo he contarlo porque tienes derecho a saberlo, pero por nada más. No espero nada de ti. Prefiero que ignores lo que te he contado y vivas tu vida. No tienes por qué implicarte. Podemos buscar un abogado que redacte un contrato privado. Tú renunciarás a tus derechos y yo te prometo que nunca te pediré nada. Creo que teniendo en cuenta lo que ha pasado entre nosotros, es la mejor decisión.

Jon seguía en silencio.

– Lo siento mucho, Jon; nunca pensé que esto ocurriría.

– Lo sé -dijo él finalmente con emoción en la voz-. ¿Maldita sea, Maggie, estás segura de esto? Ella hizo una mueca.

– Me he hecho tres pruebas de embarazo. Todas me dieron positivo. Estoy segura, Jon.

– Yo no te culpo, Maggie. Lo hicimos porque quisimos.

– Tienes que pensar en lo que te he dicho, en olvidarte del asunto y renunciar -dijo Maggie-. Sé que no sería tu reacción natural, pero es la decisión correcta. Soy perfectamente capaz de criar y sola al niño.

– Tienes que volver a casa.

¿Por qué de pronto se ponía tan paternal con ella?

– Estoy bien, y totalmente sana. Si te preocupa el bebé, aquí hay buenos médicos; buscaré uno.

– Tienes que volver a casa -repitió--. Pero no por los médicos, sino para que nos casemos.

Capítulo 10

QADIR entró en el garaje y vio a Maggie que tiraba una herramienta a una caja que había en el suelo.

– Pero qué estupidez! -murmuró-. ¿A quién le interesa mi opinión? Le pegaría un palo…

Empezó a tirar otras herramientas a la caja, sin parar de hablar y con movimientos nerviosos. Estaba muy enfadada, y Qadir se dijo que su temperamento lo excitaba.

– ¿Te has enfadado con alguien? -le dijo. Ella se volvió y lo miró con rabia.

– Sí, con un hombre. Y siendo tú un hombre, no creo que quieras quedarte por aquí hoy. Estoy tan enfadada que soy capaz de gritarle al primero que vea.

Él se echó a reír.

– A mí no me asustas.

– Porque soy una mujer, ¿no? ¿Qué os pasa a los hombres que os creéis que tenéis razón siempre? – señaló su bragueta-. Sólo es un exceso de carne, eso, no un templo de sabiduría.

Estaba encendida; y tanto su pasión como su belleza lo excitaban.