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– Yo no he dicho que sea un templo de sabiduría dijo él-. He dicho que no te tengo miedo.

– Deberías tenérmelo -fue a por una palanca- esto podría causar estragos.

– Sí, cierto -Qadir se la quitó de la mano y la dejó en la mesa-. ¿Qué ha pasado?

– He hablado con Jon.

Qadir no respondió. Mejor que Maggie se lo contara a su manera.

– Su actitud es tan arrogante, como si tuviera una respuesta para todo. Detesto eso.

– ¿Y a él?

– A él no lo detesto, pero tengo ganas de darle un bofetón. Está convencido de saber qué es lo mejor. A ver, es mi vida; mi vida; no la suya. ¿Pero crees que lo acepta? Adivínalo.

A Qadir no le había hecho gracia que Maggie tuviera que contarle a otro que estaba embarazada, pero no había elección.

Maggie lo miró a los ojos.

– Quiere casarse conmigo

– Demuestra que es un hombre honorable -dijo Qadir mientras disfrutaba imaginando que aplastaba a Jon como se aplasta un insecto-. Eso debería complacerte.

– Pues no me complace. En realidad, me molesta. De acuerdo, está bien, acepto que quiera ser parte de la vida de su hijo, pero de ahí a casarnos… Ningún hombre se va a casar conmigo porque esté embaraza da de él.

La proposición de matrimonio de Jon no sorprendió a Qadir, pero no le gustó.

– Lo que más me fastidia es que no cree que yo sea capaz de tenerlo sola. Está enamorado de Elaine y quiere tirarlo todo por la borda porque yo voy a tener un bebé que hemos concebido juntos. ¿Por que los hombres necesitáis asumir que una mujer es un poco menos? ¿Tanto os amenazamos? Ay, estoy taz enfadada que tengo ganas de gritar.

A pesar del riesgo que podría correr, Qadir echó a reír. Ella se volvió a mirarlo.

– ¿Te parece gracioso?

– Creo que eres preciosa y que estás llena de vida. Jon fue un idiota por dejarte marchar, pero fue él quien lo quiso. Ahora debe enfrentarse a las consecuencias.

Ella abrió los ojos como platos.

– Muy bien -susurró ella-. Casi me has desarmado.

– Qué pena, porque me gusta verte armada. Ve a tu despacho y cámbiate. Te llevaré a almorzar y luego de compras. Te sentirás mejor.

Ella puso los ojos en blanco.

– Empezabas a caerme bien. ¿No sabes que no me gusta ir de compras?

– No te he dicho qué vamos a comprar.

– Ah, bueno, si es algo de un coche, estoy dispuesta.

Él sonrió.

– Ve a cambiarte.

Qadir decidió esperarla allí en el garaje, porque si la acompañaba a la oficina no sabía cómo terminarían esa vez. Últimamente había pensado que a lo mejor podrían ser amantes.

Pero todo había cambiado. Estaba embarazada y el padre del niño quería casarse con ella. Y aunque el instinto le decía que Jon no era para ella, Qadir sabía que no podía interponerse. ¿Cómo había podido preferir a otra mujer? Imposible.

Se preguntó si Maggie se dejaría convencer para aceptar la proposición de matrimonio. Le extrañaba, tampoco conocía cómo funcionaba el pensamiento de una mujer al cien por cien.

De momento, Maggie era suya. Sin embargo, él sólo había comprado su tiempo. ¿Tendría Jon su corazón?

– Ahora me siento mucho mejor -dijo Maggie al salir del restaurante-. Justo lo que necesitaba.

Era la primera vez que se sentía un poco más tranquila desde que había hablado con Jon. A lo mejor la jugosa hamburguesa, las patatas fritas y el batido que acababa de tomarse le habían sentado bien.

– Gracias -le dijo a Qadir.

– De nada. Aunque me gusta verte enfadada, me gusta también verte sonreír.

Ella lo miró a los ojos, y observó sus apuestas facciones.

– Eres tan sereno.

– Lo sé.

– ¿Crees que es algo que poseen todos los príncipes?

– Yo creo que yo soy así. Porque mi primo Nadim también es príncipe y no tiene personalidad.

– Hablé un rato con él en la fiesta, me parece mucho más formal que tú.

– Es un comentario amable para ignorar sus fallos.

Maggie seguía preguntándose cómo podría haber pensado Victoria en casarse con él.

Qadir le pasó el brazo por los hombros.

– Sin embargo, yo tengo una personalidad estupenda que te ha embrujado de los pies a la cabeza.

– Es cierto -dijo ella muerta de risa, recostándose sobre él.

Le gustaba que él la tocara; sentía un calor extraño cuando lo hacía.

En ese momento tenía ganas de darse la vuelta y que Qadir la besara, que le metiera la lengua en la boca y mezclara con el suyo su aliento sensual; dejarse embrujar, y que la llevara a…

¡Dios mío! Ella estaba embarazada de otro, y no estaba bien ponerse a pensar así en Qadir.

Menos mal que sólo la atraía físicamente, no sentía nada más por él.

Volvieron al coche, que Qadir había dejado al final de la manzana. Pero antes de llegar al reluciente Mercedes, Maggie vio un escaparate que le interesó.

– Nunca he estado en una tienda de bebés -dijo Maggie mientras se paraba delante del escaparate.

– ¿Te gustaría entrar ahora?

No pensaba que fueran las compras que él hubiera planeado, pero Maggie asintió de todos modos.

– ¿No pasa nada si entramos? -le preguntó en la puerta.

– En absoluto.

La tienda era enorme, llena de ropa, juguetes, accesorios y muebles. Maggie dio unos pasos y se detuvo sin saber qué mirar primero.

– Me parece que no puedo hacerlo.

Qadir se acercó a ella.

– Hoy no tienes que hacer nada. Damos una vuelta echamos un vistazo. Es como la primera vez que va a ver un coche, no lo comprará ese mismo día.

La analogía la ayudó a relajarse, y Maggie le sonrió.

– Te he dicho ya que eres estupendo?

– Varias veces, pero me encanta que me lo digas, así que dilo todas las veces que quieras.

Sin pensar, se apoyó en él, y Qadir la abrazó y la besó en la mejilla. Ella se volvió con la esperanza de que la besara en los labios…

– Príncipe Qadir, qué honor tenerlo aquí. Me llamo Fátima. Bienvenidos a mi tienda.

Fátima era una bonita mujer de unos treinta y tantos años. Tenía las manos entrelazadas y una sonrisa en los labios.

A Maggie se le revolvió el estómago en un instante y le pesó haberse comido la hamburguesa.

– Es un placer conocerla -dijo Qadir con amabilidad-. Estábamos echando un vistazo a la tienda.

– Por supuesto. Adelante, por favor. Si tienen alguna duda, estaré en recepción.

Fátima hizo una leve cortesía, antes de alejarse de ellos. Maggie observó su marcha.

– Lo siento -le dijo a Qadir, sintiéndose mal-.No deberíamos haber entrado.

– ¿,Por qué no?

– Por lo que va a pensar la gente.

Parecía tan tranquilo.

– No estás disgustado.

– No -él le dio la mano-. Vamos, exploremos la tienda, como ha dicho Fátima. Por lo que veo aquí un bebé necesita más cosas de las que yo pensaba.

Dieron una vuelta por las distintas exposiciones de habitaciones para niños y niñas.

·Yo tendré hijos.

·¿Ah, sí? ¿También es algo de los príncipes?

·-No. Es de familia. Mi tía es la única mujer que ha nacido en varias generaciones.

·Vaya. No lo había pensado.

Pero como el hijo no era de Qadir, no tendría de qué preocuparse.

Pasearon por el resto de la tienda y Maggie empezó a sentirse inquieta cuando se detuvieron delante de un expositor lleno de accesorios para el bebé que ella no sabía ni para qué servían.

– Me estoy poniendo nerviosa, no voy a saber hacerlo, lo haré fatal. ¿Y si no me gustan los niños? Qadir le puso la mano en el hombro.

– Todo irá bien.

– Sólo lo dices porque no quieres que me ponga histérica. Tú no lo sabes.

– Sé que eres inteligente y cariñosa, y que amarás a tu hijo. ¿Qué más importa?

– No sé nada de nada.

– Aprenderás cuando vaya surgiendo.

– A lo mejor. ¿Pero y si no aprendo?

– Eres una mujer única -dijo Qadir con una sonrisa.