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– Única en mi ignorancia total sobre cómo ser una buena madre.

Qadir le dio la mano y la llevó hasta unos estantes donde había libros.

– Si uno no sabe algo, siempre lo puede aprender en los libros.

– Ah, sí -sacó un libro y leyó el título-. Necesito uno para mujeres que no tengan experiencia con niños. ¿Ves alguno para mí?

Qadir escogió algunos, y ella se llevó los tres; así tendría algo que hacer por las noches. Él insistió en pagar los libros, lo cual sólo alimentaría los rumores, o al menos eso le parecía a ella. Cuando estaban en el coche, se volvió hacia él.

– Gracias por ser tan amable -le dijo-. Todo te lo tomas con calma.

– Tú también -dijo él-. He disfrutado mucho de esta salida.

– Aunque mañana salgan un par de artículos en el periódico…

– Aun así.

Se dijo que debía decir algo más, desviar la mirada, gastarle una broma. Pero no fue capaz. Su mirada la hipnotizaba, su poder la inmovilizaba. Le resultaba difícil respirar y pensar casi imposible. ¿Pero qué demonios le pasaba?

– Estuviste muy bien -le dijo Maggie a Victoria cuando volvían a sus habitaciones-. No tenía ni idea de qué regalarle a una futura princesa en su fiesta de despedida de soltera. Qué bonito conjunto de lencería.

Victoria le había sugerido que le hicieran el regalo juntas y además se había ofrecido para comprarlo.

– Bueno, me tiré por el regalo más fáciclass="underline" algo sexy.

– Es más que sexy. Los camisones de encaje y seda son maravillosos. Kayleen se ha puesto muy contenta.

– Una consideración importante -bromeó Victoria-. Una no quiere enemistarse con la realeza.

Maggie sabía que su amiga tenía razón, pero la situación en sí era tan inimaginable que aún a veces le parecía estar soñando.

– Hace un mes estaba en Aspen trabajando en el garaje de un amigo. Nunca había salido del país, y apenas del Estado. Y ahora estoy aquí, y acabo de salir de la fiesta de despedida de soltera de una futura princesa. Estamos en un palacio. Mi vida se ha vuelto surrealista estos días.

– Lo sé dijo Victoria mientras subían las escaleras para subir al segundo piso-. Yo ya estoy medio acostumbrada a todo esto, pero de vez en cuando miro alrededor y me pregunto cómo una chica como yo ha terminado en un sitio como éste. Es una pregunta para la que aún no tengo respuesta. Por supuesto, yo no tengo la misma complicación.

Maggie sabía a qué se refería Victoria. -Qadir no es una complicación.

– Ah, no. ¿Y cómo lo llamarías tú?

– Mi jefe.

– Con quien finges tener una relación, estando al mismo tiempo embarazada.

Tenía razón.

– Ten cuidado -le advirtió Victoria-. Sólo te digo eso.

Maggie sabía que era un buen consejo. Un par de semanas atrás no habría prestado atención, pero todo había cambiado tanto…

– Podría ser una complicación, lo reconozco.

– Muy bien. ¿Por qué?

– No lo sé. Cuando estoy con él, me siento rara.

– ¿Con rara te refieres a que sientes como un nudo en el estómago y deseas tirarte encima de él?

– Bueno… puede ser.

– Uy, chica, qué mala pinta tiene eso -dijo Victoria-. Se ve que te gusta.

– Es un tipo genial. Me encanta su compañía. Y no tengo muchos amigos aquí…

– Él te atrae e intentas racionalizar la situación. Eso no es nada bueno. Iba a decir que te estás enamorada de él, pero es demasiado tarde. Ya te has enamorado de la cabeza a los pies.

Maggie quería protestar y decir que eso no era posible pero las palabras de su amiga sonaban a ciertas, era una certeza que la sentía en lo más hondo de su ser.

– No puedo enamorarme de él -susurró-. Sería un gran error. Es un príncipe. Estoy embarazada. Y peor aún, soy mecánico. Ellos se casan con mujeres de la alta sociedad, o con reinas de la belleza.

– Márchate ahora que puedes -le dijo Victoria.

– No puedo irme. Necesito el dinero. El cáncer mi padre nos dejó sin un centavo. Tengo la cuenta vacía. Y tengo que pensar en mi vida durante los meses del embarazo. Cuando tenga el bebé no podré trabajar.

– Yo tengo algo de dinero ahorrado.

Maggie sonrió a su amiga.

– Gracias, pero no. Has trabajado mucho para conseguirlo. Yo debo ser sensata, nada más. Puedo echarme atrás. Qadir es amable y cariñoso, y yo me dejo llevar por él. No volveré a hacerlo. Estaré en guardia.

– Un buen plan -dijo Victoria despacio-. Sólo que nunca he visto a un príncipe amable y cariñoso.

– A lo mejor me está mostrando su cara oculta.

– O a lo mejor estás metida en un problema más gordo del que pensabas.

Esa noche Maggie no pudo dormir de la cantidad de cosas que tenía en la cabeza. Se puso a pensar en la conversación con Jon y se angustió aún más. También pensó en los consejos de Victoria. Gracias a sus palabras, era más consciente de lo que podría pasarle. y de que tenía que proteger sus sentimientos. Las salidas a restaurantes y tiendas se habían terminado.

Hacia la medianoche se levantó porque no podía dormir. Se vistió con unos vaqueros y una camiseta, pero no se puso sujetador. Entonces salió al balcón.

Hacía una noche clara y balsámica, y el calor del verano se notaba ya en el ambiente. El cielo estaba cuajado de estrellas, y el aire olía a salitre. Se oían ruidos en la distancia, pero en el recinto del palacio todo estaba en silencio.

Avanzó sin hacer ruido entre las sombras, hacia uno de, sus rincones favoritos del jardín: una zona para sentarse que sobresalía por encima del agua. Durante el día a veces había gente tomando café o charlando, pero a esa hora de la noche ya no había nadie.

Maggie pasó por delante de las sillas y se acercó a la barandilla. Desde allí contempló los remolinos que formaba el agua oscura. El vaivén del mar la tranquilizó; le recordó que fueran cuales fueran sus problemas en ese momento, la vida seguía.

– Saldremos adelante -dirigió sus palabras a la diminuta vida que crecía dentro de ella-. No te preocupes. Lo tengo todo planeado.

– ¿Quieres que te eche una mano?

Se volvió y vio a un hombre alto detrás de ella, pero estaba tan oscuro que no era capaz de distinguir sus facciones. Sin embargo no hizo falta, porque lo reconoció al instante.

– Qadir…

– No podía dormir -dijo él-a veces vengo aquí.

No sabía qué decir. Su reciente conversación con Victoria la había hecho reflexionar. Era más consciente de sus sentimientos, de que tal vez no viera a Qadir sólo como a un jefe. Tenía miedo de mostrar su interés, y de que él fuera amable con ella, porque a veces la amabilidad era lo peor.

Se acercó a ella.

– ¿Estás bien? -preguntó. Ella asintió.

– ¿Qué tienes?

– Nada -murmuró-. Estoy bien.

Qadir le retiró de la cara un mechón de pelo, pero al sentir el roce de sus dedos en su piel, Maggie sintió también que todo su cuerpo se encendía de deseo con un latido tan intenso que ahogó el ruido del mar.

Lo miró a los ojos, deseando solamente perderse en aquellos pozos negros. Quería que él la tocara que la abrazara, que le diera la pasión que los dejaría sin aliento.

Qadir le acarició la mejilla.

– Quiero decirte que ya no estoy dispuesto a apartarme de la tentación que me ofreces.

Lo cual quería decir que era ella la que debía marcharse. Maggie sabía que si empezaban, no podrían parar.

El corazón le latía muy deprisa, mientras el calor de un deseo ardiente la recorría de pies a cabeza. -Maggie…

Pronunció su nombre con un gruñido sensual que le provocó estremecimientos. Tenía dos opciones claras ser sensata o ceder. Sabía lo que debía hacer y lo que quería hacer. Al final, no tuvo elección.

Despacio, con cuidado de dejar clara su intención. Maggie se puso de puntillas y lo besó.