Capítulo 11
QADIR tardó tanto en responder al beso que a Maggie le pareció que trascurría una eternidad. Entonces él se retiró y la miró.
– No quiero hacerte daño -reconoció.
El alivio de Maggie fue muy dulce.
– Puedo soportarlo -respondió con una sonrisa. -Eso parece.
– Vamos, ponme a prueba.
La agarró de la mano y la llevó hasta una cristalera que estaba medio abierta y que también daba al jardín.
Cuando cruzaron un vestíbulo y cerraron otra puerta, Qadir la abrazó con fuerza y empezó a devorarla a besos.
Sus labios abarcaban todo lo que ella le ofrecía y más, y Qadir le acarició la boca con la lengua, explorando, reclamando y urgiéndole a que respondiera.
Ella así lo hizo, con la misma necesidad, con la misma exigencia.
Qadir la tocó por todas partes, le acarició la espalda y le agarró el trasero con premura. Mientras, Maggie se frotaba suavemente contra su erección, deleitándose con su fuerza, deseosa de sentirlo dentro ya.
Él dejó de besarla un momento, el tiempo suficiente para quitarle la camiseta. En cuanto se hubo desecho de la prenda, empezó a acariciarle los pechos desnudos.
Empezó a tocarle y pellizcarle los pezones, sin dejar de besarla por toda la cara y en el cuello, hasta que empezó a lamerle un pecho, a mordisqueárselo hasta hacerla gemir.
Maggie estaba ya muy mojada, abierta como una fruta madura.
Estaba a punto de pedirle que se quitara la camisa cuando Qadir se arrodilló y empezó a desabrocharle los pantalones. Enseguida se los bajó, y también las braguitas.
Qadir empezó a besarle el estómago, mientras sus dedos empezaban a abrirse camino entre los muslos: y fue bajando poco a poco hasta que empezó a besarla en sus partes íntimas. Le provocó deliciosas sensaciones con los labios y la lengua, y tuvo que agarrarse a él para no caerse al suelo. Qadir se dedicó a lamer, besar y chupar el centro neurálgico de su femineidad, al tiempo que le acariciaba y apretaba las nalgas.
– Qadir -susurró ella, que no quería que aquello terminara jamás.
Quería estar en una cama, en un sofá, en el suelo…
Sin abandonar su lugar entre las piernas, Qadir le ayudó a quitarse los zapatos y terminó de sacarle el pantalón y las braguitas. Así, Maggie pudo separar piernas, desesperada por satisfacer un deseo cada vez más más intenso.
Ella le puso las manos en los hombros y se agarró con fuerza para no caerse. Pero cuando estaba a punto de perderse en una oleada de placer, él se retiró y puso de pie.
– No pares ahora-susurró ella.
– Acabo de empezar.
La llevó por un pasillo hasta un dormitorio enorme donde había una cama inmensa. Qadir retiró la colcha, se volvió hacia ella y empezó a acariciarla. -Eres tan preciosa -murmuró mientras le acariciaba la espalda-. Toda tú. Me vuelve loco verte con ese mono y esas camisetas diminutas que llevas bajo. He soñado que estabas con una de esas camitas y nada más.
Sus palabras le encendieron los sentidos. ¡Había fantaseado con ella! ¿Sería eso posible?
– Me has excitado de un modo que no puedo explicar.
Maggie se dijo que en ese momento era él quien estaba excitando. Fue a desabrocharle los botones la camisa, pero él el retiró las manos y empezó a desvestirse.
Cuando se quitó el slip, Maggie contempló su erección que parecía llamarla con su fuerza. Qadir la abrazó-y cayeron sobre la cama, en una maraña de manos piernas, presas del deseo.
De nuevo empezó a acariciarla entre las piernas, mientras con la lengua, los labios y los dientes, lamía y mordisqueaba sus pechos. El ritmo constante amenazaba con precipitarla al abismo y cuando él enterró cara entre las piernas y comenzó a besarla y lamerla a deslizar un dedo dentro de ella, Maggie no pude aguantarse mucho más.
Alcanzó el clímax jadeando y estremeciéndose de placer, y las sensaciones se prolongaron hasta que regresó flotando a la tierra, de vuelta al dormitorio de Qadit donde él la esperaba con una sonrisa en los labios.
Sin decir nada, Qadir le separó las piernas y la penetró de inmediato con aquel miembro recio que la invitaba a ceñirlo con sus músculos.
Qadir le hizo el amor como un lobo hambriento, reclamándola con sus embestidas profundas, y Maggie disfrutó del mejor sexo de su vida. Su excitación avivó su deseo, y cuando él llegó al límite de la fogosidad, ella gemía, más encendida y satisfecha que nunca.
Un rato después estaban abrazados en la cama; él acariciándole el pelo.
– Lo siento -dijo él-. Quería durar un poco más, no quería hacerte daño.
– No me has hecho daño.
– Te he tomado a lo bruto.
Se lo dijo sin mirarla a los ojos, como si eso le avergonzara.
Maggie se tumbó encima de él y lo besó.
– ¿Qadir, pero no te has dado cuenta de cómo he respondido? No estoy diciendo que quiera que me hagas daño. Tu pasión me excita. ¿Acaso no tiene que ser así?
– Debería controlarme un poco más.
Ella sonrió.
– No, no debes.
Él le agarró de las caderas y la empujó hacia abajo, para que ella viera que estaba otra vez listo para ella, y Maggie se deslizó sobre él, y dejó que la penetrara de nuevo.
– A lo mejor si llevas tú la iniciativa…
Maggie cabalgó sobre él, inmersa en un mar de eróticas sensaciones, cada vez más deprisa.
Cuando el placer le atenazó las entrañas, Maggie pensó que sería una noche inolvidable.
A la mañana siguiente, Maggie caminó hasta su habitación, pero en verdad le pareció como si flotara. Todo su cuerpo zumbaba de placer, repleto y satisfecho.
Qadir sabía cómo hacerle el amor a una mujer, y ella sentía que con él había entrado en un universo de placer al que estaba deseando regresar.
– No es muy buena idea -se dijo para sí mientras entraba en su dormitorio.
Se dio una ducha. Cuando estaba a punto de encender el secador para secarse el pelo, oyó unos golpes a la puerta.
Era Victoria.
– Por fin -dijo su amiga-. ¿Pero qué te pasa? Llevo llamando y llamando y… ¿Pero qué te ha pasado? -dijo su amiga con incredulidad, mirándola con los ojos como platos-. Ay, Dios mío. ¿Qué te ha pasado?
Maggie se sonrojó, pero trató de disimular. -Nada.
– No digas que no te pasa nada Tienes algo distinto.
¿Cómo era posible que se le notara?
– No sé a lo que te refieres -mintió.
Victoria se acercó y la miró a los ojos.
– Y yo te digo que hay algo… -de pronto se quedó boquiabierta-. ¡No me digas!
Maggie se sonrojó aún más, se apartó de la puerta rápidamente y volvió al baño.
– No sé de qué hablas, Victoria -dijo desde el baño.
– Mientes. Anoche estuviste con Qadir, te lo noto…
Victoria entró en el baño detrás de Maggie, y desenchufó el secador antes de que le diera tiempo a encenderlo otra vez.
Entonces Maggie se dio por vencida y la miró en el espejo.
– Ocurrió sin más -reconoció-. A lo mejor te parecerá una locura, pero no me arrepiento en absoluto.
– Cuéntamelo todo -dijo Victoria-. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras.
– Te lo agradezco, pero te aseguro que me siento bien.
– Me alegro por ti, pero no te va a durar mucho -su amiga aspiró hondo-. Ha llegado Jon. Llegó de madrugada, y al ver que no aparecías, montó un escándalo de padre y muy señor mío.
A Maggie le habría gustado ser de esa clase de personas que se desmayan convenientemente, porque en ese momento le habría gustado poder hacerlo. Pero permaneció consciente, mientras Victoria la llevaba hasta la habitación que le habían asignado a Jon.
– ¿Qué es lo que ha hecho?
– Al ver que no aparecías, empezó a acusar a los guardias de palacio de tenerte encerrada en algún sitio. De verdad, nunca se me ocurrió buscarte en el dormitorio de Qadir. Pensé que estarías dando un paseo.
– No puedo creer que esté aquí -murmuró Maggie.