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– Al menos tu vida no es aburrida.

– Pues a mí no me importaría que fuera un poco más aburrida -dijo Maggie, que se negaba a sentirse culpable por lo de Qadir.

Jon había hecho su vida, y ella tenía también derecho a hacer lo mismo.

·No puedo creer que él no me dijera que venía dijo ella.

Victoria se detuvo delante de una puerta.

·Buena suerte.

Maggie no quería entrar ella sola.

·Podrías entrar conmigo.

·Sí, podría, pero creo que tienes que hacer esto sola.

Victoria le dio un abrazo y se marchó.

Maggie llamó con los nudillos, y al momento siguiente Jon abría la puerta.

– ¿Dónde estabas? -le preguntó-. Hace horas que llegué, y no he podido dar contigo. ¿Es que te han tenido encerrada en algún sitio? ¿Qué pasa aquí, Maggie?

Ella entró en la habitación, que era mucho más pequeña que la suya y que daba al jardín en lugar de dar al mar.

Lo miró, miró sus cálidos ojos marrones, sus labios que sonreían de medio lado, su cabello castaño, siempre corto para controlar los rizos.

Aquél era Jon, el chico con quien se había criado. el hombre de quien se había enamorado. Recordó los buenos momentos que habían compartido y se adentró en ellos. Rebuscó en su corazón, pero sólo encontró cariño.

Sabía que lo suyo había terminado, pero en ese momento tenía la prueba.

– Siento que te hayas preocupado -dijo pero yo no sabía que venías, la verdad.

·Fue una decisión impulsiva -reconoció él.

Estuvo a punto de decirle que a El Deharia no había vuelos directos, que habría hecho escala en algún sitio desde donde podría haber avisado de su llegada-No lo había hecho porque había querido sorprenderla, y sin duda lo había conseguido.

– Ya estoy aquí -dijo ella-. Dime para qué has venido -dijo con calma.

– Maggie, estás embarazada -respondió, mientras se paseaba delante de ella-. He venido a llevarte a casa. Tu sitio no está aquí, no tienes nada que ver con este sitio. Deberías estar en casa, conmigo.

– Y casada contigo, ¿verdad? -añadió ella.

·Sí. Nos casaremos.

Maggie quería seguir tranquila, porque sabía que no serviría de nada que se enfadaran.

– Aún no me voy a marchar -respondió-. He venido a El Deharia a hacer un trabajo y quiero terminarlo.

Jon la miró con impaciencia.

·No es más que un coche.

Eso la fastidió, pero apretó los puños y se contuvo.

– Es mi trabajo -le corrigió-. Me dedico a eso. El príncipe Qadir me paga mucho dinero para restaurar su coche, y yo voy a terminar el trabajo antes de marcharme.

– No lo permitiré.

Eso la empujó a levantarse.

– Afortunadamente, no es decisión tuya.

– Vas a tener un hijo, no deberías estar trabajando en un coche.

– Eso es ridículo. Estoy restaurando un coche, no bajando en un vertedero de residuos tóxicos.

– Vente conmigo a casa.

– No.

Se miraron frente a frente, separados tan sólo por una pequeña mesa de centro, pero entre ellos, la distancia era cada vez mayor. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta hasta entonces de que Jon siempre había querido dominarla?

Más que enfado, Maggie sintió tristeza.

– Yo no quiero esto -dijo en voz baja-. Si acaso tenemos que ser amigos.

– No me interesa que seamos amigos -rugió-. He venido a casarme contigo.

– Tú venga a decir eso; y ya te he dicho que no -Maggie dio la vuelta a la mesa de centro y le puso la mano en el brazo-. Jon, basta ya. No tenemos por qué hacer las cosas así. Sólo estoy embarazada de unas semanas. Tenemos muchos meses por delante. No tenemos por qué tomar ninguna decisión precipitada. Agradezco tu interés, porque sé que quieres hace lo correcto. Sé que tú eres de esa clase de hombres, pero hay muchas alternativas. Es mejor que nos demos un respiro, Jon. Vuelve a casa. Yo volveré dentro de un mes más o menos y ya pensaremos entonces lo que hacemos.

– Yo quiero casarme contigo.

Ella se dominó para no gritar.

– Antes no eras tan testarudo.

– Pero antes no estabas embarazada. Lo correcto sería casarnos.

– ¿Correcto para quién? ¿Quieres pasarte dieciocho años atado a mí? Tú no me amas. El niño no seria feliz si los padres no se quieren.

Él siguió en sus trece.

– Estuvimos enamorados en el pasado, eso es suficiente. Todo irá bien.

– No lo creo. Seremos infelices, Jon… No me voy a casar contigo por el niño, y tú no me puedes obligar.

– No me marcho hasta que no accedas.

Maggie pensó con anhelo en los calabozos que Victoria había mencionado.

– Entonces tenemos un grave problema, porque yo nunca voy a acceder.

En ese momento llamaron a la puerta, y Victoria entró en la habitación.

– Siento interrumpir, pero la cosa se complica un poco más.

Se retiró y sujetó la puerta para dejar pasar a Qadir, a quien siguió una mujer joven que Maggie no reconoció. Era menuda, con el pelo rubio oscuro y unas facciones muy bonitas. Sólo que en ese momento las tenía hinchadas de llorar. Al ver a Jon, se le saltaron las lágrimas.

– Tenía que venir -dijo ella.

Sin duda era Elaine, pensaba Maggie, mientras se preguntaba si todo aquello podría estropearse más. Entonces miró a Qadir. ¿Qué pensaría él de todo aquello? ¿O de ella? La noche anterior había sido perfecta, maravillosa, pero esa mañana, todo era un desastre. ¿Pensaría acaso que quería casarse con Jon?

Elaine corrió hacia él.

– No lo hagas, por favor -le rogó-. Por favor, no lo hagas, Jon.

·Es lo mejor para el bebé.

·¿Cómo es posible que algo que duele tanto pueda ser bueno?

Maggie desvió la mirada, no queriendo entrometerse en aquel momento íntimo.

·¿Es que ya no me quieres? -le preguntó Elaine con voz temblorosa.

– Elaine, por favor -dijo Jon con tensión.

– Sólo di la verdad -le rogó ella-. Dímelo, sea 1o que sea.

– No puedo.

Maggie no sabía dónde meterse. Aunque no era la culpable de aquel desastre, se sentía responsable.

Sin mirar ni a Jon ni a Elaine, salió corriendo al pasillo. Alguien salió detrás de ella, y cuando sintió una mano fuerte en el hombro, supo que era Qadir.

– No puedo creer lo que está pasando -dijo Maggie mientras se acurrucaba en su pecho-. No puedo creer que Jon haya venido, ni que Elaine haya venido detrás de él. Quiere que me case con él.

– Es lógico. Yo en su lugar querría lo mismo.

Maggie se estremeció al pensar lo que haría si el hijo fuera de Qadir; en ese caso, no querría apartarse nunca de él.

– No pienso estropear ni mi vida ni la de ellos dos sólo porque esté esperando un hijo de Jon. Ya has visto a Elaine, lo ama con locura.

Victoria salió al pasillo.

– Voy a buscarle una habitación a Elaine. Aparentemente se va a quedar, al menos de momento.

– El palacio tiene muchas habitaciones -dijo Qadir-. Tus amigos son bienvenidos.

Maggie se preguntó qué pensarían los demás empleados de todo aquel jaleo.

– Todo esto es culpa mía.

Qadir le rozó la mejilla.

– No lo es.

Elaine salió del cuarto y miró a Maggie.

– Quiere hablar contigo -le dijo.

Maggie asintió.

– Lo siento. Yo no quise que nada de esto ocurriera.

– Te creo. Ojalá todo fuera distinto.

Victoria se llevó a Elaine a una habitación.

– Si tienes algún problema, llámame.

– Te lo prometo -respondió ella.

Cuando Maggie volvió a la habitación, Jon estaba de espaldas, mirando por una ventana. Tenía los hombros caídos, como si llevara encima un peso enorme.

– No sabía que Elaine fuera a seguirme -dijo sin darse la vuelta-. Lo siento mucho.

– La verdad es que estoy impresionada. Está claro que te quiere mucho y que no está dispuesta a dejarte marchar.

– Ella no lo entiende.