– Lo entiende perfectamente-Maggie esperó hasta que él se dio la vuelta para continuar-. Entiende que estás dispuesto a tirar por la borda todo lo que importante para ti sin una buena razón. Sabe que ninguno de nosotros habría elegido, una situación como ésta, aunque ahora tengamos que enfrentarnos ello. Pero lo que no entiende, y en eso le doy la razón, es por qué crees que sólo hay una opción.
– Porque es así.
– Lo siento. A lo mejor debería haber ido allí a decírtelo en persona. Tenemos que tomar una deción, creo que podríamos hablarlo los tres.
– Elaine no está involucrada en esto.
– Por supuesto que sí. También es su futuro, su vida. Es probable que vaya a ser madrastra de un niño.
– Somos tú y yo los que vamos a casarnos.
Maggie puso los ojos en blanco.
– Escúchame con atención. No me voy a casar contigo, y tú no puedes obligarme. Tú no me quieres. En realidad, estás enamorado de otra persona. Déjate de raterías y empieza a contemplar otras alternativas.
– No.
– Entonces púdrete en este cuarto, porque:yo ya no tengo más que decirte. Cuando quieras ser razonable, me avisas. De otro modo, no quiero volver a verte.
A las siete de la tarde, Maggie tenía un dolor de cabeza horrible. Estaba sentada en su habitación, preguntándose cómo demonios arreglar aquel desastre en el que se había convertido su vida.
Oyó unos leves golpecillos en la cristalera. Cuando se puso de pie, vio a Victoria con un tarro de heladlo en cada mano y corrió a abrirle.
– He venido sin que me viera nadie -reconoció su amiga-. Es que no quiero ver a nadie, sólo a ti ¿Cuál quieres?
Maggie tomó uno de los vasos y miró a su amiga.
– ¿Qué te pasa?
Victoria tenía los ojos rojos e hinchados y la boca igual.
– He estado llorando, Elaine también. Hoy nos ha tocado a las dos. Espero que no empieces a reprocharnos nada.
– Pues claro que no. ¿Pero dime qué pasa?
– Todo y nada. Es una estupidez, pero bueno, ya no me importa. Es que yo tenía un plan, sabes, pero después me convencí de que no pasaría nada. ¿Por qué lloro entonces? Es decir, no sé a quién pretendo engañar. ¿Cómo se va a casar conmigo un príncipe?
Maggie la llevó al sofá y la sentó
– No se de que me hablas.
Su amiga sacó una cucharada de helado y lamió la cuchara.
– Nadim se ha prometido. Su padre le ha buscado una joven estupenda, de una familia respetable, y aunque económicamente no son muy fuertes, parece que son de rancio abolengo. Aparentemente se conocieron la semana pasada, pasaron el fin de semana juntos para ver si se llevaban bien, y como todo les fue de maravilla, ahora están prometidos.
A Victoria se le llenaron los ojos de lágrimas.
– ¿De verdad que está prometido?
– Van a anunciar el compromiso dentro de una o dos semanas, después de la boda de Asad y Kayleen, para no quitarle protagonismo al feliz acontecimiento -se enjugó las lágrimas con el revés de la mano-.
Él ni siquiera me lo contó. Me enteré porque me dio unas cartas para pasar a máquina donde se mencionaba su compromiso. Ni siquiera sabe que existo.
– Entonces no merece ni una de esas lágrimas -dijo Maggie-. Vamos, Victoria, tú no lo quieres, ni siquiera estoy segura de que te gustara.
– No era por eso, sino por la seguridad.
– Ahora tienes seguridad. Tienes un trabajo estupendo y vives en un palacio.
– Hasta que me echen.
– ¿Y por qué iba a echarte Nadim? ¿Es que no trabajas bien?
– Sí.
– ¿Tienes ahorros?
– Sí, soy muy ahorrativa.
– Entonces estás bien. Nadim nunca ha sido el hombre ideal para ti. A lo mejor es hora de que vivas la vida.
– No, gracias, la vida duele -metió la cuchara en el helado-. Al menos a ti hoy te han propuesto en matrimonio.
– Sí, alguien con quien no quiero casarme. -Pero no negarás que es un detalle -dijo Victoria, y entonces se echó a reír.
Maggie se contagió de su risa, y al momento estaban las dos sentadas en el sofá, llorando de risa: Luego pusieron la televisión y se tomaron el helado tranquilamente.
Capítulo 12
JON se presentó en el garaje al día siguiente. Maggie dejó un momento las herramientas que tenía en la mano, sabiendo que tendría que escuchar lo que él fuera a decirle, para después convencerlo de que estaba equivocado.
– Me has estado evitando -empezó Jon.
– Teniendo en cuenta lo que ha pasado, creo que ha sido lo mejor.
– No quieres casarte conmigo.
– Es cierto, no quiero casarme contigo.
Jon se metió las manos en los bolsillos.
– Anoche hablé con Elaine, toda la noche. Me dijo que no puedo obligarte a nada. Y aunque pudiera, sólo sería un desastre para todos.
A Maggie le daba la impresión de que le iba a gustar Elaine.
– Yo también tengo mucha culpa -dijo Maggie.
No debería haberte dicho que ignoraras al niño. Tú no eres así. Supongo que pensaste que quería apartarte de su vida, y que por eso reaccionaste de esa manera.
– Es verdad, no me gustó -le dijo él-. También es mi hijo.
– Lo sé, y lo siento.
– No pasa nada -se fijó en el coche-. Este coche te va a quedar de maravilla.
– Eso espero.
– Hemos salido a cenar; parece una ciudad muy bonita.
– Sí, a mí me gusta.
Jon se plantó delante de ella.
– Amo a Elaine -se encogió de hombros-. La quiero de verdad. Es distinto, Maggie, quiero estar con ella a todas horas, cuando estamos separados pienso en ella. Estar con ella es emocionante, nuevo, pero también agradable. Nos parecemos como tú y yo nunca nos parecimos. La amo y quiero estar siempre a su lado.
Maggie tragó saliva.
– Me alegro por los dos.
Sintió cierta angustia porque en el fondo ella también deseaba algo así. Con Jon no, por supuesto, pero con otra persona.
Pensó en Qadir y en cómo el apuesto príncipe le había robado el corazón. ¿Pero acaso sentiría él algo por ella? Todo había cambiado para ella, pero estaba casi segura de que él no sentía nada distinto.
– Te prometo que no te apartaré de la vida del niño. Podemos redactar un acuerdo. Puede pasar contigo los veranos, y algún fin de semana; lo que mejor nos parezca. Pero no pierdas al amor de tu vida por esto.
– Tienes razón -dijo él.
– Lo sé -bromeó-. Ahora ve a buscar a tu mujer y ámala hasta dejarla sin fuerzas. Luego le dices que lo sientes y que es con ella con quien quieres casarte.
– Lo haré -dijo él, y le dio un abrazo.
Lo observó marchar. Elaine estaría esperándolo, rezando para no perder al hombre de sus sueños. Hablarían, se besarían y harían el amor. Si Jon era inteligente, le pediría en matrimonio y volverían a casa felices y contentos. Era lo que Maggie deseaba para ellos dos. Desde luego no quería a Jon para sí, sin embargo, eso no le hizo sentirse menos sola.
– Me encantan las bodas -dijo Victoria mientras iban por el pasillo-. Y mira que es raro, teniendo en cuenta que estoy en contra del amor. Pero supongo que no me importa que otras personas hagan el tonto.
– Eres una romántica empedernida -bromeó Maggie, a quien le habría gustado ir más despacio, sobre todo por los tacones que llevaba.
Aunque la boda de Asad y Kayleen era por la mañana, tenían que ir de gala.
– Gracias por ayudarme a arreglarme -dijo Maggie mientras se alisaba la falda del vestido.
– De nada. Disfruto como una niña. Y lo importante es que estás espectacular. Habrá un montón de periodistas. No se les permite la entrada a la ceremonia, por supuesto, pero prepárate para que te fotografíen en cualquier otro sitio.
·Imagino que no se podría hacer una ceremonia más íntima, sólo para la familia.
·Cuando el hombre con quien te vas a casar es un príncipe, no. Ésta va a ser una boda pequeña según sus estándares. Y han variado algunas tradiciones. Los hermanos de Asad se sentarán delante, pero no estarán a su lado, como manda la tradición -Victoria sonrió-. Y por eso tú vas a estar delante con Qadir, mientras yo me sentaré detrás con la chusma.