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– Yo preferiría sentarme contigo -dijo Maggie con sinceridad.

Al menos con Victoria se sentiría mejor.

– Estarás bien. No hay nada que hacer salvo sonreír y desearle felicidad a la pareja. No te preocupes, yo me voy a fijar bien en todos los famosos que entren, y después podremos cotillear durante el banquete -Victoria hizo una pausa-. Incluso han conseguido que venga Kateb, el misterioso hermano del desierto.

Maggie miró a su amiga.

– Lo conocí el otro día. Parece agradable. Victoria negó con la cabeza.

– Más que agradable, a mí me parece moreno y misterioso. Un hombre del desierto es un hombre que se deja llevar por las emociones; demasiado apasionado para mí. Prefiero a Nadim, que no sabe sentir. Kateb sería un problema.

Victoria suspiró.

– Claro que ya da lo mismo, porque me voy a olvidar de los príncipes para siempre.

– ¿De verdad?

– Sí. He pensado en lo que me has dicho. Aquí no tengo gastos salvo -la ropa y las vacaciones. Y como tengo bastante dinero ahorrado, he decidido que voy a trazar otro plan.

– ¿Cuál?

– Voy a trabajar aquí un año más, y luego volveré a Estados Unidos para abrir mi propio negocio. Todavía no he pensado qué hacer, pero tengo tiempo para pensarlo. No necesito un príncipe para ser feliz, y cuando esté en casa,- puedo pasar de los hombres como lo he hecho aquí.

– Me alegro por ti.

Pero Maggie no estaba muy convencida. Todo le parecía bien, menos que Victoria decidiera apartar a los hombres de su vida. Sencillamente, no le parecía muy sano.

– Y a lo mejor conoces a alguien que te gusta.

– No, gracias. No tengo interés en casarme por amor. Con Nadim sólo buscaba una seguridad económica. Ahora que no lo necesito, voy a evitar a los hombres: a todos.

Tomaron las escaleras hasta la planta baja, donde ya se oía el murmullo de las conversaciones de los invitados. Victoria señaló una puerta.

– Entra por ahí. Encontrarás a Qadir y al resto del séquito nupcial.

Maggie abrió la puerta y vaciló un momento, pero Victoria le dio un pequeño empujón.

Dentro estaban los miembros de la familia real. Maggie reconoció a unos cuantos, aunque a otros no. Vio a la tía de Qadir, que era la reina de Bahania, y a los hermanos de Qadir.

El rey también estaba allí.

Dio la vuelta a la habitación para evitar al monarca, mientras buscaba a Qadir con la mirada. En ese momento se le acercó un camarero con una bandeja llena- de copas de champán, pero ella negó con la cabeza y retrocedió para apoyarse en un rincón. Segundos después, Qadir se acercó a ella.

– ¿,Por qué te escondes? -le preguntó a modo de saludo.

– No me estoy escondiendo -miró alrededor-. Aquí no pinto nada, soy una impostora.

– Tal vez, pero eres mi farsante.

– No te lo estás tomando en serio.

– Porque tú ya te lo tomas demasiado en serio por los dos -le tomó la mano y le besó los nudillos-. Estás preciosa; elegante e inalcanzable. Pero yo conozco a la mujer que llevas dentro, a la que grita mi nombre.

Ella se aclaró la voz.

·Sí, bueno, pues esa mujer está ocupada hoy. He venido yo a sustituirla.

– Esta también me parece encantadora.

– Me alegra saberlo -miró alrededor-. Nunca he estado en una boda real en mi vida.

·Son como las demás. Largas y cargadas de tradiciones.

Maggie se preguntó si la boda de Qadir sería así también; claro que antes tendría que encontrar una mujer con quien casarse… De pronto, Maggie se acordó de algo.

– Jon y Elaine se han marchado -dijo ella.

– Eso he oído. ¿Todo bien?

Ella asintió.

– Siguen juntos y enamorados. Jon y yo no sabemos lo que vamos a hacer con el asunto del bebé,pero, afortunadamente, ya no cree que tengamos que casarnos.

En ese momento se acercó Kateb.

– Señorita Collins, es un placer volver a verla.

Qadir frunció el ceño.

– ¿Conoces a Maggie?

·Nos conocimos en el jardín -dijo ella.

·No sé si estoy de acuerdo con eso.

¿Pero por qué eran tan dominantes esos hombres? -Ni a mí me importa que lo estés.

Kateb se echó a reír.

– Qué mala suerte que no estés con ella -le dijo a su hermano-. Vale tu peso en oro.

Maggie sabía que Kateb lo decía como un elogio, pero sus palabras la hirieron, recordándole que lo suyo sólo era un juego para el príncipe Qadir.

Pero no le sorprendía ser la única que se había enamorado.

La orquesta había llegado desde Londres, y las flores de varios lugares del mundo. Maggie estaba sentada al lado de Qadir en un banco de madera tallada de la bella iglesia del siglo XVII.

Aunque no lo reconocería delante de nadie, ella había imaginado cómo sería su boda muchísimas veces. Durante años había asumido que se casaría con Jon en una ceremonia breve y familiar, que sería en verano, para que los días fueran largos y las noches cálidas, y que querría bailar toda la noche y luego marcharse una semana de luna de miel a una cabaña perdida en el bosque.

Unos sueños sencillos, pensaba mientras se levantaba con expectación y contemplaba el pasillo central de la catedral, cubierto de pétalos de rosa, por donde Kayleen llegaría enseguida. Pero sus sueños habían dado algunos giros inesperados. Había perdido a su padre, luego había terminado con Jon, y finalmente se había enamorado de Qadir.

Y aunque se hubiera enamorado de él tontamente, no era tan tonta como para creer que algo iba a salir de allí.

Se miró el vestido que llevaba puesto. Era una preciosidad, un accesorio más para representar el papel de novia de Qadir. Pero ella no era así, ella era Maggie Collins, que llevaba vaqueros y no se preocupaba por el maquillaje.

¿Pero qué pasaba cuando una mujer corriente se enamoraba de un hombre fuera de lo común? ¿Cómo iba a ser feliz con él?

Las tres niñas que Asad y Kayleen habían adoptado aparecieron en el pasillo central, precediendo a la novia, y avanzaron en fila, muy despacio.

Entonces la novia entró en la iglesia. Llevaba un velo cubriéndole la cara, pero era lo bastante fino como para dejar ver el amor que brillaba en sus ojos. Una novia radiante, pensó Maggie. El amor embellecía a las personas.

Continuó avanzando por el pasillo, al final del cual la esperaba el príncipe Asad, igualmente enamorado.

A Maggie se le encogió el corazón. Deseaba aquello para sí, pero no la boda elegante, sino el amor. Quería que alguien la amara para siempre, que alguien la abrazara para no soltarla jamás.

Miró a Qadir. Con él no podría tener eso, pero no sabía si con otro sería posible. Sólo era un juego, un juego que le iba a romper el corazón en tantos pedazos, pero que luego ya no podría recomponerlo.

Maggie estaba lijando el guardabarros con una lija fina Quería que quedara perfecto, y por eso tenía que ocuparse ella de los detalles. Era un trabajo tedioso, pero agradeció poder distraerse un poco y olvidarse de los extraños acontecimientos que esos días habían ocupado su vida.

Alguien le tocó en el hombro, y Maggie se volvió y se levantó de inmediato al reconocer al rey Mujtar.

·Su Alteza -dijo sorprendida mientras dejaba la lija sobre el coche y se limpiaba las manos en el mono-. No le había oído entrar.

·El sigilo es importante en un monarca -respondió el rey con cara seria-. ¿Me concede un momento, señorita Collins?

·Sí, claro -respondió ella, sabiendo que lo que le dijera no iba a ser agradable-. Mi despacho está ahí.

En el despacho, Maggie señaló una silla para que se sentara, pero el rey se quedó de pie, y ella hizo lo mismo.

– Iré al grano -dijo el rey, mirándola a los ojos-. Es hora de que abandone El Deharia. Es usted una distracción demasiado bonita para mi hijo.