– Estás escribiendo un correo electrónico, ¿no? -preguntó Maggie.
– No. Claro que no. Estoy alucinado con el motor, esto, V8.
– Es V12 y ya voy a dejar de hablar de ello. Te dejo que vuelvas al trabajo.
– Te felicito por haber conseguido el trabajo. Ya me contarás cómo te va, o llámame si necesitas algo. -Lo haré. Saluda a Elaine de mi parte.
Jon no respondió.
Maggie suspiró.
– Lo digo en serio. Salúdala. De verdad, me alegro por ti, Jonny.
– Maggie…
– No. Somos amigos, y es lo que tenemos que ser. Los dos lo sabemos. Bueno, tengo que dejarte. Ya te llamaré. Adiós.
Colgó antes de que el otro pudiera añadir nada más.
Aunque era muy tarde, estaba demasiado inquieta para irse a la cama. Lo atribuyó a la diferencia horaria; doce o quince horas de diferencia trastocaban un poco el equilibrio.
Se puso a unos vaqueros y una camiseta, y después de calzarse unas chanclas, abrió la cristalera de su suite y salió fuera. La noche era suave y fresca.
Sus habitaciones estaban orientadas al mar, lo cual le encantaba. En casa tenía unas vistas estupendas de la montaña, pero una vasta extensión de agua era algo especial.
– No puedo acostumbrarme a este lujo -se dijo.
Había alquilado su casa de Aspen durante un par de meses. Era el final de la temporada de esquí y los alquileres estaban aún altos. Pero en cuanto terminara el trabajo, volvería a la pequeña casa donde se había criado, con sus escaleras un poco desvencijadas y su cuarto de baño pequeño.
Aspiró el aroma del salitre. Había luces en el jardín, situado un poco más abajo, y se oía el sonido de voces en la distancia. Le dio la impresión de que el balcón daba la vuelta a todo el edificio del palacio. Llena de curiosidad y deseosa de explorar, Maggie cerró la puerta de su suite y avanzó por el balcón.
Pasó delante de varias habitaciones vacías y de muchas ventanas cerradas con las cortinas echadas. Pasó delante de unas cristaleras que estaban abiertas, y por entre las cortinas vio a tres chicas tumbadas en un sofá con un hombre que se parecía un poco a Qadir.
Un hermano, pensó. Normalmente un rey tenía varios hijos; hijas, las menos posible. Uno no querría a una mujer interponiéndose en su camino, pensó con una sonrisa. ¿Cómo sería crecer allí, en aquel ambiente? Ser una persona rica, mimada, a quien le regalaran un pony a los tres años, o un…
– Qadir, espero más de ti -se oyó una voz ronca que surgió del oscuro jardín.
Maggie detuvo sus pasos tan repentinamente que estuvo a punto de dejarse las chanclas atrás.
– Con el tiempo -dijo Qadir con voz serena.
– ¿Cuánto tiempo? Asad está prometido. Se casará dentro de unas semanas. Tú también tienes que sentar la cabeza. ¿Cómo es posible que tenga tantos hijos y ningún nieto?
Maggie sabía que lo mejor sería darse la vuelta y volver a su habitación… pero también quería escuchar la conversación. Era la primera vez que oía a un rey hablar con un hijo. No le pareció que estuvieran discutiendo, tan sólo conversando de padre a hijo.
Se escondió detrás de un poste grande y trató de no emitir ni un sonido.
– Asad te trae tres hijas, eso debería bastar de momento.
– No te lo tomas en serio. Entre todas las mujeres con las que has estado, podrías haber encontrado alguna para casarte.
– Lo siento, pero no.
– Es esa chica -murmuró el rey-. Esa chica de antes. Ella es la razón.
– Ella no tiene nada que ver con esto.
¿Chica? ¿Qué chica? Maggie se dijo que debía meterse en Internet a investigar el pasado de Qadir.
– Si no eres capaz de buscar novia, yo te la buscaré -añadió el rey-. Y cumplirás con tu deber.
Entonces se oyeron pasos, y pasado un momento el ruido de una puerta al cerrarse. Maggie se quedó donde estaba, sin saber si se habían marchado los dos o sólo uno.
Respiró lo más despacio posible y estaba a punto de darse la vuelta para marcharse cuando oyó que Qadir decía:
– Puede salir, ya se ha ido.
Maggie hizo una mueca, y salió de detrás del poste con las mejillas coloradas de vergüenza.
– No ha sido mi intención escuchar la conversación. Estaba paseando, y de pronto les oí hablar. Casi no he hecho ruido. ¿Cómo sabía que estaba ahí?
Qadir asintió hacia la ventana, en cuyo cristal se reflejaba el balcón.
– La he visto llegar. Pero no pasa nada, mi discusión con el rey es del dominio público. Es una discusión que mis hermanos y yo mantenemos a menudo con él.
– Pero yo no me he puesto a escuchar a propósito.
– Parece empeñada en recalcarlo.
– Es que no quiero que piense de mí que soy una maleducada.
– Pero ya la he contratado. ¿Qué importa lo que piense de usted?
– Es mi jefe, podría despedirme mañana. -Cierto, pero según nuestro contrato, seguiría recibiendo el dinero que acordamos.
Ella tuvo ganas de alzar la mirada al cielo de lo tonta que era la conversación, pero no lo hizo.
– Aunque el dinero es importante, es igualmente importante hacer un buen trabajo. No quiero marcharme hasta que el coche esté terminado, es una cuestión de orgullo.
A lo mejor como era un jeque, y millonario también, no lo entendía. Maggie dudaba de que Qadir se hubiera tenido que esforzar alguna vez para conseguir algo.
– ¿Entonces su padre le buscará una esposa? – preguntó ella.
– Lo intentará. Al final, seré yo el que elija. Puedo negarme a casarme con ella.
– ¿Y cómo es posible que su padre piense que va a acceder a un matrimonio concertado?
Qadir se apoyó contra la barandilla.
– La mujer en cuestión entraría a formar parte de la familia real. La nuestra es una estirpe milenaria. Para algunos, los dictados de la historia y el rango importan más que los del corazón.
¿Mil años? A Maggie le costaba imaginárselo; claro que ella se había criado en unas circunstancias bastante modestas, en una típica población mediana de Estados Unidos. En los últimos años, el esquí se había puesto muy de moda, y muchos actores y actrices de cine aparecían todos los inviernos a esquiar, pero ella no tenía contacto con ellos. Ni tampoco habría querido tenerlo. Prefería las personas corrientes a los ricos y famosos, o a los príncipes, por muy apuestos que fueran.
– Debe de tener una fila de mujeres tirándose a sus pies -dijo ella-. ¿No quiere casarse con ninguna?
Qadir arqueó las cejas.
– ¿Entonces, se pone del lado de mi padre en este asunto?
– Usted es un miembro de la familia real. ¿No está obligado también a traer al mundo un heredero?
– Ah, ya veo que es usted una persona práctica -comentó Qadir, cambiando de tema.
– Entiendo lo, que es la lealtad y el deber familiar.
– ¿Y accedería a un matrimonio concertado? Maggie consideró la pregunta.
– No lo sé. Tal vez sí, si me hubiera criado y crecido con esa realidad. Aunque, no puedo saber si me habría gustado o no.
– Qué hija más obediente.
– Pero no a propósito. Quería mucho a mi padre.
Él había sido su única familia. Cuando llegaba a casa, aún pensaba que lo vería, o que oiría sus pasos. Una de las grandes ventajas de ir a El Deharia a hacer ese trabajo, aparte de lo bien que pagaba, sería que podría escapar durante unas semanas de los tristes recuerdos.
Qadir negó con la cabeza.
– Lo siento. Había olvidado su pérdida reciente. No ha sido mi intención hurgar en la Haga.
– No se preocupe. Es algo que llevo dentro, vaya adonde vaya.
Él asintió despacio, como si entendiera lo que suponía perder algo tan valioso.
Maggie se preguntó si lo sabría. En realidad no sabía nada de Qadir salvo lo que oía en la tele. No leía revistas de cotilleo, ni tampoco de moda. Ella sólo se emocionaba cuando recibía por correo su ejemplar de Car and Drive.