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Maggie sacó otro pañuelo de papel de la caja.

Aún no puedo creer que me propusiera matrimonio como lo ha hecho. ¿En qué estaría pensando? -Él no estaba pensando en ese momento. A veces los hombres se comportan de un modo muy estúpido, incluso los príncipes.

– Sobre todo los príncipes. ¿Pues no va y me dice que sería un honor para mí casarme con él?

– Menudo cretino.

Maggie asintió y miró a su amiga.

– Lo amo.

Victoria le sonrió con tristeza.

– Me he dado cuenta. Qué pena que él no.

– No quiero que se entere, sólo sentiría lástima por mí -de nuevo se echó a llorar-. No sé cómo soportar todo esto…

– Poco a poco. Sigue respirando, paso a paso, Maggie.

– Quiero volver a casa. Mañana tengo una cita con el médico, para estar segura de que puedo tomar un avión. Y en cuanto me dé permiso, adiós.

– Te voy a echar de menos -dijo Victoria.

– Tú también te marcharás en unos meses, ¿no?

Vente a Aspen. Es un sitio precioso, y hay muchos hombres ricos paseándose por las pistas de esquí. -Estoy harta de los ricos, pero iré a verte. Quiero estar contigo cuando nazca el bebé.

– Eso sería estupendo.

De otro modo, sabía que estaría sola. Jon querría acompañarla, se lo ofrecería sin duda, pero a ella le resultaría extraño, de todos modos.

– ¿Por qué no se ha enamorado de mí? ¿Por qué no ha podido amarme?

– Los hombres como él no se enamoran -dijo Victoria-. Toman lo que necesitan, y continúan. No tienen que entregarle el corazón a nadie, porque es algo que nunca se les ha pedido.

Maggie quería mostrar su desacuerdo, decir que Qadir no era así, pero en el fondo sí que era así. A él se le había ocurrido aquella farsa para engañar al rey, y también pedirle en matrimonio sin amarla.

·Quiero estar con un hombre que me ame apasionadamente -susurró-. Quiero ser lo más importante en su vida.

– Yo no quiero eso -dijo Victoria-. El amor es un asunto espinoso.

– Dime que este dolor irá cediendo -dijo Maggie.

·Sabes que sí. Se te pasará, y seguirás adelante. Un día volverás la vista atrás y te alegrarás de que todo ocurriera así.

Maggie esperaba que su amiga tuviera razón, pero tenía sus dudas.

La consulta del médico estaba situada en un moderno edificio cercano a un hospital. Maggie llegó unos minutos antes de la hora de la cita para rellenar unos papeles.

Victoria le había buscado una doctora y había llamado para pedir cita. Maggie la echaría de menos cuando volviera a Aspen.

Ya tenía el billete de vuelta. Una vez allí, alquilaría un apartamento hasta que pudiera recuperar su antigua casa, luego se pondría a buscar trabajo. Tendría que ahorrar todo lo posible antes de que naciera el bebé.

Cuando rellenó el cuestionario y lo entregó, se puso a ojear una revista hasta que la llamaron para pasar a la sala de consulta.

La doctora Galloway era una mujer agradable que debía de rondar los cincuenta años. Hablaron de la fecha de parto, de las vitaminas que debía tomar y de las nuevas necesidades dietéticas de Maggie.

– No debes comer por dos. Es mejor para el bebé y para ti si comes con moderación. Cuanto más cuidado tengas, menos peso tendrás que perder después.

– Lo tendré en cuenta -dijo Maggie, sabiendo que esos últimos días estaba demasiado triste para pensar en comer mucho-. ¿Puedo volar en avión?

– Claro. En los primeros meses, no hay ningún problema.

– Gracias.

La doctora le sonrió.

– Es un poco pronto, así que no puedo prometerle nada, pero me pregunto si querrías tratar de escuchar el latido del corazón del bebé.

– Sí, por supuesto.

– Entonces vamos a…

En ese momento se oyó jaleo en el vestíbulo, un ruido de pasos, y la voz de una mujer que decía:

– No puede entrar ahí, señor.

– Soy el príncipe Qadir, puedo entrar donde quiera.

La doctora se puso de pie.

– ¿Pero qué jaleo es ése?

Maggie se incorporó.

– El… esto… está conmigo

La mujer la miró con perplejidad.

– ¿Es el padre del…?

– No. No es el padre… pero lo conozco… -Maggie se encogió de hombros, sin saber cómo explicarle a la doctora la sinrazón de su situación-. Puede dejarle entrar -dijo Maggie.

La doctora Galloway salió a buscar a Qadir, mientra Maggie trataba de imaginar qué estaría haciendo en la consulta. ¿Cómo habría sabido de su cita? De pronto se acordó de la agenda que había dejado abierta sobre su mesa.

En ese momento se abrió la puerta y Qadir entró en la sala.

– No me dijiste nada de tu cita.

– Lo sé.

– Me gustaría que me informaras de estas cosas.

– ¿Por qué?

– Porque no está bien que me ocultes este tipo de información.

Maggie se sentó mejor en la camilla.

– El niño no es tu hijo -le recordó, negándose a perderse en sus ojos negros-. No tienes nada que ver con mi embarazo.

– Quiero casarme contigo y ser el padre de tu hijo. Y por eso me siento implicado.

– Yo no he aceptado tu propuesta. ¿Es que no me has oído?

– No me has dicho nada que quisiera oír -Qadir fue a tomarle la mano-. ¿Maggie, por qué te muestras tan difícil?

Pero ella la retiró antes de que él pudiera tocarla. -No es que me muestre difícil, Qadir; soy realista, nada más. No quiero ser una mera conveniencia en tu vida, quiero algo más.

En ese momento se abrió la puerta, y una joven entró empujando un monitor.

– ¿Vuelvo luego?

– Sí -dijo Qadir con aire impaciente.

– No -dijo Maggie, que lo miraba con expresión ceñuda-. Quiero que se quede. A lo mejor voy a poder oír el corazón del bebé.

– La expresión del principe se suavizó.

– ¿Tan pronto?

– Podemos intentarlo -le dijo la técnico.

– Me gustaría quedarme para escucharlo también…

Maggie pensó en decirle algo, pero prefirió dejarlo, y se tumbó en la camilla. Momentos después, un latido rápido como un galope resonó en la pequeña sala.

Fue el sonido más- maravilloso y sobrecogedor de su vida. Tenía un bebé dentro, era verdad. Iba a ser madre, y era responsable de la vida que llevaba dentro.

¿Y si no lo hacía bien? Entonces recordó a su padre, y lo mucho que la había querido y cuidado. Decidió que eso haría ella con su hijo.

Se volvió a mirar a Qadir, para ver si compartía con ella la maravilla de aquel momento y se quedó chafada al ver que había salido de la sala cuando ella no prestaba atención.

Qadir se paseaba por la sala de la suite de su hermano.

– ¿El latido del corazón? -dijo Kateb, poco impresionado.

– Sí, pero fue más que eso. No puedo explicártelo. Fue una prueba de vida.

– Sabes que no es tu hijo -añadió Kateb.

Qadir hizo caso omiso a su hermano.

– No es hijo biológico mío, pero entre nosotros hay una conexión. Le prohibiré que se vaya, puedo hacerlo.

– Sin razón, no -le recordó su hermano-. Siempre podrías llevártela al desierto. Conozco algunos sitios donde nunca os encontrarían.

– A Maggie no le gustaría nada el desierto -dijo Qadir, preguntándose cómo podría convencerla para que se quedara-. Tiene que haber algo que se me haya pasado decirle, algo que ella eche de menos.

Su hermano lo miró sorprendido.

– No lo dirás en serio, ¿verdad? -dijo Kateb.

– ¿Cómo?

– ¿De verdad no sabes por qué está tan enfadada contigo?

– ¿Y tú sí?

Kateb se puso de pie y lo miró a los ojos.

– Es una mujer. Quiere que la amen.

Qadir se puso tenso.

– No. No lo haré.

– ¿Porque amaste a Whitney y te dejó?

Qadir ignoró la pregunta; no pensaba hablar de ella con su hermano. El dolor era demasiado…