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De pronto se dio cuenta de que ya no le dolía, de que ya no le importaba en modo alguno. Pero arriesgarse a amar de nuevo…

– Whitney no se quedó porque no podía enfrentarse a todo lo que implicaba ser tu esposa -dijo Kateb-. ¿Maggie tiene el mismo problema?

– No. Ella no tiene miedo de nada.

Tenía empeño, valor y le gustaban los desafíos, sobre todo en la cama.

– Entonces el problema pareces ser tú.

Qadir lo miró enfadado.

– Le he pedido en matrimonio, y me ha rechazado. El problema es ella.

– ¿Le has dicho que la amabas?

– No.

– ¿Y se te ha ocurrido pensar que deberías haberlo hecho?

Se disponía a decirle a su hermano que no amaba a Maggie, cuando cayó en la cuenta de que no podía decirlo. ¿Por qué sería?

¿La amaría? ¿Sería posible? ¿Sería por eso que querría haber machacado a Jon? ¿Por eso por lo que no quería dejarla marchar?

– La amo -anunció-. Amo a Maggie.

Kateb sonrió.

– Entonces, creo que tal vez deberías decírselo.

Maggie abandonó el palacio en un taxi, prefería hacerlo así.

Le pidió al conductor que aguardara unos minutos, esperando que Victoria bajara a despedirse, pero no lo hizo. Su amiga había desaparecido, dejándole sólo una nota que le decía que su padre había llegado inesperadamente y que intentaría pasarse si le daba tiempo.

Finalmente, Maggie se subió al taxi y se marchó.

Contempló la ciudad al pasar, tratando de empaparse de su belleza. Había ido a El Deharia llena de esperanzas y se marchaba con el corazón partido. Echaría de menos a su amiga, pero sobre todo al hombre que amaba.

Sola y a punto de llorar, reconoció que había albergado esperanzas de que al menos él intentara convencerla para que se quedara. Al menos, así podría haberle visto una vez más, aunque fuera la última. Pero él ni se había molestado.

Tal vez con el tiempo podría encontrar a alguien de su agrado, pero el rebelde príncipe siempre tendría un lugar en su corazón. Desgraciadamente, era demasiado tonto para apreciarlo.

Cuando llegaron al ajetreado aeropuerto, Maggie pagó al conductor y camino hacia la terminal. Se puso en la fila para facturar el equipaje. Cuando llegó al mostrador, la mujer tomó su billete y su pasaporte y tecleó algo en el ordenador. De pronto, la joven frunció el ceño.

– ¿Qué pasa? -preguntó Maggie.

– Parece que hay un problema, señorita Collins Voy a tener que pedirle que hable con uno de nuestros agentes de seguridad.

– ¿Cómo dice?

Antes de averiguar lo que pasaba, se la llevaron a una pequeña habitación donde había una mesa y dos sillas. No había ventanas. Un hombre menudo vestido de traje le colocó el equipaje en un rincón antes de volverse hacia ella.

– Señorita Collins, lo siento mucho, pero voy a tener que arrestarla.

No podía ser verdad, pensaba Maggie. Era una broma, tenía que serlo.

– ¿Por qué?

– Por violar las leyes de El Deharia. ¿Está embarazada?

– Eso no tiene nada que ver con nada, digo yo.

– Me lo tomo como un sí. Es ilegal sacar a un bebé real del país sin autorización del rey. Y usted no tiene tal autorización.

Ella se dejó caer en la silla, mientras la desesperación se mezclaba con la incredulidad. Como si no tuviera suficientes problemas, ahora le pasaba eso.

– Este bebé no es de Qadir -dijo sin mirar al hombre-. Sé lo que se dijo en los periódicos, pero era mentira. Si hace el favor de llamarlo, él mismo se lo dirá, y podrá dejarme marchar.

– Eso es lo único que no puedo hacer.

¡Esa voz!

Maggie se puso de pie y vio a Qadir entrar en la habitación. Él fue directamente a ella y le tomó de las manos; en ese momento el agente de seguridad abandonó el cuarto.

Maggie no sabía qué pensar.

– ¿Por qué estás aquí?

– Porque te marchaste antes de darme oportunidad de hablar contigo y por que si tú te vas, yo tengo que seguirte, y los dos haremos el ridículo.

Su mirada de ojos negros parecía taladrarle el alma.

– Maggie, me he dado cuenta de lo que he hecho mal, de por qué no quieres casarte conmigo.

– Lo dudo.

Él sonrió.

– Eres difícil y testaruda, y no deseo domesticarte.

– Reconozco que soy bastante difícil de domesticar.

– ¿Incluso para el hombre que te ama?

El tiempo pareció detenerse. De pronto, Maggie no podía respirar, ni hablar, sólo podía mirar fijamente el rostro de Qadir.

– Te amo, Maggie -dijo él con sinceridad-. Quiero que te quedes para que podamos estar juntos. Quiero que te quedes para poder ser un padre para tu hijo. Y quiero que te quedes porque estamos hechos el uno para el otro. Acepta ser mi esposa, Maggie.

Sus palabras eran mágicas, pero un tanto sorprendentes.

– ¿Te has dado algún golpe en la cabeza estos últimos días?

Qadir se echó a reír, la abrazó y besó con ganas.

– He sido un idiota. Hace muchos años, entregué mi corazón a otra persona. Cuando me dejó, prometí no volver a amar.

Maggie sintió tanta dicha que pensó que saldría flotando, y se lanzó sobre él y lo abrazó con todas sus fuerzas. Qadir también la estrechó entre sus brazos, hasta que ella lo empujó suavemente.

– No puedo -le dijo-. Esto no va a funcionar nunca.

– ¿Por qué no?

– Soy mecánico. No sabré ser princesa.

– ¿Y eso por qué?

– Necesitas a otra persona, a alguien más a tono con quien eres tú.

– Te quiero a ti y sólo a ti. Quiero hacerte feliz, para que te compadezcas de las demás mujeres.

Un gran objetivo. La tentación era tan grande. Maggie lo amaba, y con él podría hacer su sueño realidad.

– Tengo miedo.

– ¿De mí?

– De amarte tanto.

– Podemos enfrentarnos juntos a nuestros miedos, dulce Maggie, porque yo también te amo.

Entonces ella lo abrazó; no tuvo más remedio, porque hacía tiempo que él le había robado el corazón, con lo cual, haría bien en entregarle todo lo demás.

– Para siempre -prometió antes de besarla-. ¿Te quedarás?

Ella sonrió.

– Intenta deshacerte de mí.

SUSAN MALLERY

***