– Nunca he ido a un baile -reconoció Maggie.
– Ni yo, y estoy emocionada. Es más o menos una ocasión única en la vida para ponerse un traje largo y bailar con un apuesto príncipe. Espero que finalmente Nadim se fije en mí como mujer.
– Pero tú no lo amas -dijo Maggie.
– Lo sé… Lo que dije era en serio, el amor es para los tontos. Si me ofreciera un matrimonio de conveniencia, estoy segura de que no lo rechazaría… Pero a lo que me refería yo es a que tienes que venir al baile, te lo vas a pasar muy bien. Luego se lo puedes contar a tus nietos, cuando los tengas.
Maggie no tenía mucho interés en ir al baile, pero no podía negar que la idea le intrigaba un poco. Había ido a El Deharia para evadirse, pero también para experimentar cosas nuevas.
– No bailo muy bien, la verdad.
– Ellos te llevan, y tú te dejas llevar. Voy a probarme unos vestidos; vente conmigo, ya verás como te empiezas a animar.
– No lo creo. Además, nadie me ha dicho que esté invitada.
– Te invitarán. Pídeselo a Qadir.
– ¿Pedirme el qué?
Las dos se dieron la vuelta y lo encontraron en la puerta del despacho. Victoria fue a levantarse, alertando a Maggie de que debía hacer lo mismo. Pero el príncipe les hizo un gesto para que se sentaran las dos.
– ¿Qué es lo que me tiene que pedir?
– Le estaba contando a Maggie lo del baile para celebrar el compromiso del príncipe Asad. Como todos los empleados de palacio están invitados, Maggie decía que le encantaría asistir.
Maggie se levantó rápidamente.
– Yo no he dicho eso, el baile no me interesa… -sabía que Victoria tenía buenas intenciones, pero no quería que Qadir creyera que lo estaba utilizando-. Con este mono, no me veo muy dispuesta para Mil baile.
Qadir asintió despacio.
– Tal vez hoy no -dijo despacio-. Pero veo posibilidades.
¿Posibilidades? ¿A qué se refería ese hombre? Fuera como fuera, la opinión de Qadir no debía importarle, salvo si se trataba de algo del coche. Qadir seguía siendo un hombre, aunque fuera de la realeza.
– Ya he pedido algunos trajes -continuó Victoria-. Podría pedir que me enviaran unos cuantos más para Maggie. Con el pelo recogido y unos tacones. se trasformaría en una princesa.
Maggie miró a su amiga con fastidio. ¿Pero qué pretendía Victoria?
– Estoy de acuerdo -asintió Qadir-. Maggie, irá a la fiesta.
Y dicho eso, se dio la vuelta y salió del despacho.
Maggie esperó hasta que estuvo segura de que el príncipe había salido del garaje, para mirar a Victoria con gesto furibundo.
– ¿Pero qué haces?
– Poniéndote a tiro de un apuesto príncipe. A lo mejor tú tienes más éxito que yo.
– Pero a mí él no me interesa.
Amar y perder a Jon había sido tan doloroso que ya no le interesaba ningún hombre más.
– .¿A que no eres capaz de mirarme a los ojos y negar que estás un poquitín emocionada sólo de pensar en ponerte un vestido largo y bailar una noche con Qadir?
– ¿Vamos a bailar?
– -¡Lo ves! ¡Te pica la curiosidad!
– No, es que nunca he hecho nada parecido.
– Razón de más para probar -insistió Victoria-. Venga… será divertido. Estaremos tan estupendas que los príncipes no podrán resistirse a nuestros encantos.
A Maggie le daba la impresión de que nunca llegada a ser una de esas mujeres irresistibles, pero por un momento se permitió el lujo de imaginar que bailaría con un príncipe…
Capítulo 3
LA emisora de radio estadounidense en El Deharia trasmitía un concurso de cultura general todas las tardes a las dos. Maggie solía escucharlo pero ese día, Qadir estaba con ella en el despacho. Había ido a repasar la lista de piezas que ella había confeccionado.
Qadir salió al garaje.
– Vas a necesitar tener acceso a un taller de estructuras metálicas.
– Y también a un buen operario. Puedo explicarle lo que quiero, pero no hacerlo yo.
Estaba reconstruyendo el motor en lugar de comprar uno nuevo. Desgraciadamente, resultaba difícil encontrar piezas originales en buen estado. Compraba las que podía y el resto las hacían de encargo.
Ella sonrió.
– Estoy segura de que me tendrás algún contacto.
– Sí.
– Me lo imaginaba; es la emoción de ser un príncipe.
– Hay muchas.
– No me las imagino.
– Yo no conozco otra cosa; aunque también hay desventajas. Por ejemplo, a mis hermanos y a mí nos enviaron a un colegio interno en Inglaterra con ocho o nueve años. El director quería tratarnos como si fuéramos alumnos normales. Fue un gran cambio, por decir algo.
– ¿Y los demás niños os trataban bien?
– A veces sí, y otras no; a algunos les daba rabia, y querían demostrar todo el tiempo que eran mejores.
– Brutos… -dijo ella mientras apretaba una tuerca.
– Mis hermanos y yo aprendimos a adaptarnos con facilidad.
– Por lo menos de vuelta a casa estabas en un palacio.
– Y tenía un pony.
Ella se echó a reír.
– Claro, todos los niños de las casas reales lo tienen. Yo me tuve que conformar con uno de madera. Era uno de los pocos juguetes que me gustaban. Me apetecía más hacer cosas con mi padre que jugar con las niñas del vecindario. No fui una niña muy popular.
– Hasta que los niños se hicieron lo bastante mayores como para fijarse en ti.
O bien lo decía por ser amable, o bien tenía mucha imaginación. De un modo u otro, Maggie no supo qué decir. Y entre el nerviosismo que le entró, y una tuerca especialmente rebelde, se le fue la mano y lie hizo daño con el destornillador.
– ¡Ay! -chilló mientras tiraba la herramienta al suelo.
Al ver que le sangraba la mano, Qadir se plantó a su lado en un instante y le tomó la mano.
– ¿Pero qué te has hecho?
Sin soltarle la mano, la llevó al cuarto de baño y abrió el grifo del agua.
– ¿Crees que habrá que darte puntos?
¿Puntos? La mera idea de que la cosieran le provocaba náuseas.
– No, no me he cortado nada.
Maggie se soltó y puso la mano debajo del chorro de agua. Le escocía un poco, pero no era un corte demasiado profundo. Se la enjabonó y lavó rápidamente sin gritar ni llorar, y después dejó que Qadir le pusiera una gasa y una venda que había sacado del botiquín. A Maggie le sorprendió que lo hiciera tan bien.
– Creo que de momento sobrevivirás.
– Me alegro.
Maggie no sabía por qué de pronto sintió cierto mareo. A lo mejor era porque el baño era pequeño, o porque la presencia de Qadir se hacía notar en el reducido espacio. Fuera como fuera, le extrañó que el corazón le latiera tan deprisa. Para colmo, no podía dejar de mirarle los labios; y como le tenía tan cerca, le llegó el aroma suave y masculino de su loción.
Qadir le sonrió.
– Ten más cuidado la próxima vez.
Ella asintió.
– Muy bien. Debo volver al despacho.
Maggie se quedó sola, preguntándose cómo era posible que le atrajera su jefe. Ella aún no se había olvidado de su historia con Jon. Además, no le interesaba nadie más. Era imposible.
Maggie y Victoria atravesaron la elegante boutique. Al fondo, tras unas gruesas cortinas, accedieron a un pasillo desnudo, sin decoración. Victoria se digirió a una puerta, la abrió se hizo a un lado para dejar pasar a Maggie.
– Prepárate… -dijo Victoria.
Maggie accedió a una habitación enorme donde había decenas de percheros, todos ellos llenos de prendas de ropa, a cada cual más bonita y elegante.