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– Bien. Estupendamente. Pasamos juntos mucho tiempo.

Percibió el afecto en su voz, aunque tal vez fuera algo más que afecto, tal vez fuera amor.

– Me alegro -dijo ella en tono firme-. Te mereces una persona estupenda.

– Y tú también. Pero ten cuidado con los príncipes que vayan a la fiesta. Ellos tienen otras costumbres. Eso le hizo sonreír.

– No soy un peligro, Jon.

– Eres exactamente lo que están buscando.

Se miró las manos llenas de señales y pensó en las largas jornadas de trabajo en el garaje, arreglando coches.

– Si tú lo dices…

Charlaron un rato más, y después se despidieron. Cuando Maggie colgó, se dio cuenta de que no le dolía tanto como había pensado. En el fondo, le había agradado hablar con él.

Tal vez no había mentido cuando le había dicho que los dos habían seguido adelante.

– Son incómodos -gruñó Maggie mientras Victoria se ponía los rulos.

– Para estar guapa hay que sufrir. Aguántate, cariño.

Aún con los rulos puestos, Victoria era una rubia espectacular. El maquillaje resaltaba sus bonitas facciones.

– Y cuando termine de peinarte, voy a arreglarte las cejas.

– No lo creo.

– Tendrás que confiar en mí.

Una hora después, Maggie se miró al espejo. -Caramba…

– Lo sé. Todo el potencial estaba ahí. Tal vez a partir de ahora pierdas un par de minutos por las mañanas para arreglarte un poco.

Maggie sabía que eso no iba a ocurrir, pero tenía que reconocer que estaba más guapa de lo que había creído posible.

Victoria le había hecho un recogido informal, con unos cuantos mechones rizados alrededor de la cara. Con un poco de maquillaje, sus ojos parecían más grandes y sus labios más carnosos. Victoria le había restado unos pendientes de brillantes de bisutería, y el vestido le quedaba como un guante, resaltando las pocas curvas que tenía.

– Me gusta -dijo despacio mientras daba una vuelta-. ¡Ay, pero estos zapatos me están haciendo polvo los pies!

Te acostumbrarás a llevarlos -Victoria le agamí del brazo y se miró al espejo-. Diantres, sigo siendo muy baja.

– Estás preciosa.

– Las dos lo estamos.

En ese momento alguien llamó a la puerta. Las dos mujeres se miraron.

– Es tu habitación -dijo Victoria-. Yo no espeso a nadie

Maggie fue a la puerta con dificultad, por culpa de los tacones, y al abrirla vio a Qadir.

– Buenas tardes -dijo él-. He venido a acompañar a dos jóvenes al baile.

Maggie contempló al apuesto príncipe de esmoquin. Como de costumbre, estaba perfecto.

– ¿De verdad? Qué amable. Gracias. Estamos casi listas.

Dejó de hablar y se reprendió para sus adentros.

¿Cómo podía haber dicho semejante tontería? Qadir entró en la suite.

– Hola, Victoria.

– Príncipe Qadir… Esta noche está especialmente elegante.

Él sonrió.

– Gracias. Vosotras también estáis preciosas. Victoria agarró a Maggie del brazo y la llevó al dormitorio.

– Te das cuenta de que ha venido a buscarte a ti, ¿verdad?

– ¿Cómo? -susurró Maggie-. Qué va. Sólo porque es mi jefe.

– Pues está llevando a cabo una tradición ancestral. Ten cuidado, Maggie.

– Venga -Maggie puso los ojos en blanco-. Qadir no ha venido especialmente por mí, sino por ser amable.

– Ya. ¿Y ves que Nadim sea educado y- venga a buscarme para acompañarme al baile? Qadir siente curiosidad, y cuando el hombre en cuestión es un príncipe, hay que estar sobre aviso.

Maggie agradeció la advertencia de su amiga, pero en realidad no había necesidad. Para Qadir ella sólo era una empleada, y ella prefería que siguiera siendo así. -

Las dos mujeres retiraron de la cama los bolsos de fiesta y volvieron al salón, y los tres tomaron un ascensor que les llevó a la planta principal.

Nada más abrirse las puertas, se oyó la música de á orquesta. El amplio vestíbulo estaba lleno de gente que se dirigía hacia las enormes puertas situadas al fondo del hall.

Cientos de luces centellaban en las espectaculares arañas de cristal, iluminando los vestidos y joyas de los cientos de elegantes invitados.

En ese momento un grupo grande de personas avanzó hacia ellos, separándola de Victoria y de Qatar. Pero a Maggie no le importó demasiado. Quería aprovechar para serenarse un poco y olvidar el consejo de su amiga, que en el fondo le había inquietado as poco. Hasta el momento, Qadir se había portado muy bien con ella, y era fácil trabajar para él, pero catre ellos no había nada.

Paseó la mirada por la sala, para centrarse en todo lo que había alrededor y olvidar las palabras de su amiga.

En un extremo, una orquesta tocaba sobre una tribuna. Las mesas estaban colocadas alrededor del majestuoso salón, cargadas de deliciosos manjares. Entre mesa y mesa habían colocado barras para servir todo tipo de bebidas a los invitados, que se arremolinaban alrededor, charlando y bromeando.

Las mujeres lucían muy elegantes y bellas, y Maggie no sabía adónde mirar, pues todas estaban espectaculares con sus espléndidos trajes de noche y sus deslumbrantes joyas.

Esperó en fila para tomar una copa de champán. A su alrededor, la gente conversaba animadamente, algunos en inglés y otros en otros idiomas que reconoció.

Como le dolían mucho los pies, se acercó a una planta enorme con la intención de dejar allí escondidos los zapatos de tacón que Victoria le había insistido en que se pusiera. Maggie miró a un lado y al otro para comprobar que nadie la estaba mirando, y se colocó detrás de la planta. Entonces se agachó para quitárselos, y momentos después los escondía como podía en la maceta.

– No creo que al rey le pareciera bien.

Maggie se dio la vuelta y vio a Qadir detrás de ella.

– Me hacen daño en los pies -dijo ella.

– Entonces asegúrate de esconderlos bien.

Se echó a reír y metió los zapatos debajo de unas hojas.

– ¿Has bailado ya?

– No.

Antes de que le diera tiempo a explicarle que ella no sabía bailar, él le había quitado la copa de la mano y se la llevaba a la pista.

– A mí esto no se me da bien -confesó Maggie.

– A mí muy bien, así que yo lo haré por los dos -respondió Qadir mientras la tomaba entre sus brazos.

Sus brazos fuertes y cálidos la sujetaron con seguridad. Ella le puso una mano en el hombro, con el pequeño bolso de fiesta colgando entre los dedos, y la otra mano en la suya. Qadir la llevaba con tanta soltura que Maggie incluso pensó que podría bailar al compás.

– ¿Lo ves? -dijo él.

– No me pongas a prueba con nada difícil, a no ser quieras que la gente se ría de mí.

El se echó a reír.

– ¿Eres siempre tan sincera?

– Trato de serlo lo más posible.

– Eres encantadora.

– ¿De verdad? -dijo Maggie impulsivamente- siento… quería decir gracias…

– Qué educada.

– Así me educaron -dijo ella-. Tú también muy agradable.

– ¿Menos arrogante de lo que imaginabas? ¿Sería posible que estuviera coqueteando con ella?

Aunque no estaba segura de si eso era coquetear, porque no tenía mucha experiencia. Sin embargo después de pasar toda la vida en un mundo de hombres, resultaba agradable ser femenina.

– Me gusta tu país -dijo Maggie-. Lo que he visto me ha parecido precioso.

– La ciudad es más moderna que muchas partes de El Deharia. En el desierto, los nómadas viven como lo han hecho siempre.

– Creo que estoy demasiado acostumbrada a la vida moderna como para vivir de ese modo -dijo

– A mí me pasa lo mismo. Uno de mis hermanos ha querido establecerse allí permanentemente, pero a mí no me va, me gustan las comodidades.

Giraron y balancearon sus cuerpos al son de la `música, rozándose inadvertidamente todo el tiempo. Ella levantó la mirada, sin saber si era apropiado o no dada su condición de príncipe. Pero a él no pareció importunarle ni importarle, y Maggie se dijo que le gustaba estar así entre sus brazos, incluso más de lo que resultaría prudente.