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Cuando me pidió ser su novia lloré emocionada. Porque simple y llanamente estaba enamorada de un hombre perfecto y me sentía afortunada.

 

Los te quiero empezaron a ser más intensos y expresivos, nuestras madres se conocieron, nuestros padres nos aceptaron. Era hermoso, fue tan hermoso.

 

Prometimos casarnos en otoño, porque en un otoño nos conocimos, y en un otoño decidimos unir nuestros corazones.

 

Las hojas secas ya no tienen el mismo significado para mí ¿Es normal llorar frente a una pila de ellas?, para mi si lo es, al recordar todas las ocasiones en las que terminábamos jugando con ellas, revolcándonos en la tierra, para luego disfrutar una deliciosa taza de chocolate caliente y compartiendo la gran bujanda que nos regaló su abuela por navidad, la primera que pasamos juntos.

 

Este día la alarma sonó demasiado tarde, no pudimos hacer nada en esos segundos infernales. La gente corría desesperada por todas partes, las llamadas hicieron colapsar todas las líneas. No había comunicación, él estaba de servicio, yo estaba en nuestro departamento. Mi corazón casi exploto de angustia con solo pensar en el desastre en el que podría encontrarse. Sali corriendo una vez todo quedó en supuesta calma. Supe que lloraba cuando no podía ver hacia dónde me dirigía. Intenté llamarlo, pero no pude dar con él. Llegue a la estación con el corazón roto. Todo estaba destruido, al menos lo poco que conocía, las personas eran una manojo de nervios y desesperación y por desgracia era una de ellos.

 

Los chicos no estaban, solo un jovencito, quién debía quedar a cargo en caso de que llegaran refuerzos. Pregunte por él y me dijo que inmediatamente empezó todo había salido con la unidad 32. Me sentía devastada al notar que había dejado sus cosas personales en el locker. Pero me brindaba la esperanza de que volvería a buscarlas y a buscarme a mi.

 

En vista de la situación en la que nos encontrábamos, decidí colocarme un uniforme, tomar parte del equipo de primeros auxilios y partir a la dirección en donde supuestamente él se encontraba. Pero en mi desesperación terminé perdida. Sin rastros de donde estaba, era sumamente difícil encontrar salida, y tomando en cuenta el estado emocional en el que se encontraban las personas a mi alrededor, no podía pedir indicaciones o algo por el estilo. Decidí caminar, hasta que en mi radio se escuchó lo que me pareció una ubicación, eran la unidad 47, no era él, pero al menos podría dar con ellos y juntos buscarlo.

 

Llegué al lugar como pude, pero nadie podía darme un informe preciso de donde se encontraba, estaban demasiado ocupados sacando cadáveres de entre los escombros y buscando con un hilo de esperanza alguna persona viva. Mis ojos ya se sentían ásperos y resecos de tanto llorar, me veían tanto o más desesperada que quienes estaban como espectadores a mi alrededor.

 

Un nudo en mi garganta y un pensamiento oscuro perturbaron mi corazón, pero no estaba dispuesta a ceder ante tal idea. Quería encontrarlo. Recordé que llevaba el celular conmigo, busqué una foto nuestra, olvidé por primera vez en mis años como rescatista, que mi prioridad era salvar las vidas a mi alrededor, ¿pero es que a caso su vida no contaba también?, deseaba tanto encontrarlo que dejé todo mi equipo en algún lugar que una vez fue una esquina y empecé a divagar con celular en mano, deteniendo a todos a mi paso y mostrando la foto.

 

“¿Lo ha visto?, es mi novio, nos vamos a casar al final de octubre, prometió llevar dulces para después de la cena.” Creo que tenía cara de demente, porque las personas no querían acercarse demasiado a mi, me tenían miedo. Algunos huian. No los culpo, mi rostro era como el de un psicópata. Creo que caminé por horas, cuando empecé a sentir frío, note que ya era noche y no lo encontraba. Los nervios me volvían loca. Tenía que encontrarlo. Prometió volver como cada día.

 

En un momento determinado, me encontré a una señora, ya muy entrada en años, que ofrecía te y galletas para los rescatistas. Toqué su hombro, le mostré la foto y le pregunte si lo había visto. Ella tristemente acaricio mi mejilla y me dijo en un hilillo de voz que esa era la novena vez en esa última hora que le hacían la misma pregunta, pero con distintas fotografías. Me miró con pena y siguió con su labor. Me quebré en este instante y por primera vez en mi vida desee no haberme unido al equipo, quizá y solo quizá me habría evitado el dolor por el que estaba pasando, pero no podría decir que me sentía arrepentida de haberlo amado.

 

Seguí caminando, preguntando, buscando, gritando, corriendo, y al final note que el sol volvía a salir. No dormí en toda la noche, no podía, necesitaba de su calor. Sus besos de buenas noches, su sonrisa y que me abrazara y me dijera al oído cuanto me amaba mientras me hacia dormir. Caí de rodillas y grite su nombre con el último soplo de energía que apenas tenía.

 

No me dolían tanto los pies, o la espalda, o quizá la cabeza, como me dolía el alma por no encontrarlo. Lo necesitaba tanto. Nadie podía decirme nada, porque nadie lo había visto. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.

 

Mi radio volvió a sonar, esta vez el mensaje era para mi. Mis ojos se abrieron sobremanera al escuchar que tenían noticias de él. Que necesitaban que llegara cuanto antes a la estación. Pero no sabía ni dónde estaba parada. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Entré en pánico. Tenía que llegar. Uno de los rescatistas notó mi extraña conducta y se acercó a mi acompañado de varios voluntarios preocupados. Me expliqué lo mejor que pude. Ellos se esmeraron en darme palabras de aliento, diciendo que todo estaría bien. Ambas partes queríamos creer lo mismo.

 

Notifiqué sobre la condición de mi novio y en dónde se suponía debía quedar mi estación. Ellos muy amablemente consiguieron apartarme un lugar en uno de los vehículos oficiales que se dirigian en esa dirección. Se los agradecí con lágrimas en los ojos mientras la camioneta se ponía en marcha. Les deseé suerte mientras nos alejabamos. Empecé a llorar, víctima de los nervios y la preocupación. Una mano pequeña tomó la mía y pude percibir que se trataba de un lindo niño. Me abrazó y dijo que todo estaría bien. Eso era lo que más deseaba.  

 

De los escenarios más tristes de la vida, yo fui el protagonista de el peor. El amor de mi vida no volvería a casa a cenar, no lo haría jamás. No nos casaríamos en otoño. No volvería a darme las buenas noches nunca más.

 

No me dejaron ver su cuerpo, solo me dijeron que el edificio colapsó antes de que pudieran escapar todos. Ayudó a todos sus compañeros a salir, pero él quedó encerrado. Me dejaron una grabación que hizo como despedida para mi.

 

“Amor, lamento no llegar a casa para cenar esta noche y las que restan. Te aseguro que me duele partir así. Sólo quiero que sepas lo mucho que te amo. Que me enamoré de ti perdidamente desde la primera vez que te vi. Nunca fui capaz de decírtelo porque no quería que me rechazaras, era más fácil ser tú amigo. Jajaja...”

 

Dejé escapar una risa amarga ante sus palabras.

 

“No te pido que me olvides, porque sé que nunca lo harás, pero prométeme que harás todo lo posible por ser feliz. No quiero que mi ángel esté triste. Yo siempre estaré contigo. En cada recuerdo, en cada vivencia, en cada rincón de nuestro pequeño departamento. Por favor no me odies por irme tan temprano y dejarte sola. Prometo cuidarte desde donde quiera que este. Te amo mi ángel, nunca lo dudes. Por favor, solo te pido que me recuerdes con amor y no con dolor. Este es un hasta luego, te voy a esperar para continuar juntos lo que empezamos. Te amo y siempre te amaré. Hasta luego mi ángel.”

 

Han pasado cinco años, y aún duele tanto como la primera vez. Los chicos se esmeraron por no dejarme sola, sabían de mi sufrimiento, más no lo entendían. Solo alguien que haya perdido a la persona que más ama y ha amado en su vida sería capaz de comprender mi dolor.