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– Sí, claro… creo que sí. Ésta ha sido una de las sesiones más raras que he tenido.

– No hace falta que me lo diga. Mire los brazos del sillón.

Michael levantó con cautela ambas manos y examinó los brazos del sillón. El derecho estaba retorcido, hacía una curva, cuando antes había sido completamente recto. El izquierdo no estaba tan doblado, pero tenía un doble pliegue bien perceptible. Parte de la lona del asiento estaba rasgada también.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó incrédulo-. ¿Qué he hecho?

– Ha tirado, ha retorcido y ha gritado -le explicó el doctor Rice-, y ha intentado convertir mi mejor sillón Oggetti en una rosquilla, eso es lo que ha hecho.

Michael cogió uno de los brazos del sillón con ambas manos e intentó doblarlo de nuevo, pero no pudo hacerlo. Miró al doctor Rice lleno de perplejidad y apuro.

El doctor Rice se encogió de hombros.

– No creo que sea usted capaz de enderezarlo. La mayoría de las personas hacen gala de un cierto grado de fuerza física extra cuando se hallan bajo hipnosis profunda, pero usted ha batido todos los récords. Esa silla está hecha con tubo de acero de seis milímetros. Normalmente se necesita una llave muy potente para poder doblar esos brazos.

– Yo estaba intentando detenerme -le explicó Michael-. Estaba tratando de impedirme a mí mismo… caminar, caminar hacia aquel…

De pronto se percató de que, a pesar del aire acondicionado, tenía la espalda y la camisa empapadas de sudor, y de que estaba tiritando como un hombre que acabara de sobrevivir a un accidente de tráfico.

El problema era que no comprendía por qué le había provocado tanta tensión aquel trance; ni por qué había resultado tan traumático. Había soñado que se encontraba con un hombre gris, que le recordaba al coco, en una playa, pero eso era todo. Ni siquiera recordaba por qué aquel hombre lo había aterrorizado tanto, pero aún era perfectamente consciente de que así había sido. En realidad esperaba no volver a soñar con él nunca más.

– ¿Quiere contármelo? -le preguntó el doctor Rice al tiempo que se sentaba al borde de su escritorio.

__No lo sé… no sé si tiene algo que ver con Rocky Woods.

– Sin embargo, lo cierto es que ha conseguido alterarlo a usted por completo. No dejaba de tirar de los brazos del sillón y de gritar como un loco.

– ¿Gritaba? ¿Qué gritaba?

El doctor Rice se levantó, se acercó a la grabadora y rebobinó la cinta.

Ha sido algo fuera de lo habitual en usted… hablaba con varias voces distintas. Tengo bastantes pacientes que hablan con tres o cuatro voces diferentes. Es un síntoma común de trauma emocional agudo. Mucha gente se encuentra tan alterada por lo que ha experimentado que sólo puede enfrentarse a ello actuando a través de los ojos de otros; o a través de sus propios ojos cuando eran niños. Por eso usan una gran variedad de voces. Pero hasta ahora, usted había sido un paciente de una sola voz.

– Eso me hace parecer muy mediocre y respetable, ¿no?

El doctor Rice sonrió.

– Créame, eso facilita el tratamiento. Cuando un terapeuta se encuentra con una situación de voces múltiples, puede tardar años en distinguir una voz de otra. El año pasado tuve un caso, un individuo blanco, que siempre que estaba bajo hipnosis solía hablar como Eddie Murphy. Resultaba que creía que alguien como Eddie Murphy veía el lado gracioso de lo que él había hecho, mientras que él mismo era incapaz de reírse de ello.

– ¿Y qué había hecho? -le preguntó Michael.

– Oh… había rociado a su esposa e hijas con gasolina y les había prendido fuego.

– Jesús.

En aquel momento el doctor Rice localizó en la cinta el comienzo de la sesión.

– Aquí está. Escuche.

Hubo un breve siseo, y luego Michael reconoció su propia aspiración, que se notaba muy profunda. La respiración contiguo durante dos o tres minutos, después se oyeron los pasos del doctor Rice mientras caminaba por el despacho y arreglaba los papeles.

Luego, sin previo aviso, oyó una extraña y aguda voz, casi como una voz de mujer, pero ligeramente más ronca.

«¿Has vuelto a pensar en ello?»

Michael se volvió y miró fijamente al doctor Rice.

– ¿Quién demonios era ése?

– Era usted.

– ¿Ése era yo? Pues no se parecía a mí lo más mínimo.

– ¿Quiere usted volver a oírlo?

El doctor Rice se acercó y rebobinó un poco la cinta. La respiración volvió a oírse, y luego la misma voz tensa y aguda.

«¿Has vuelto a pensar en ello?»

– Ahora recuerdo eso -dijo Michael-. Creí que había vuelto a mi casa. Patsy me preguntaba si pensaba aceptar ese trabajo de la compañía de seguros o no.

– Pues… puede que usted creyera que era Patsy -le dijo el doctor Rice-. Pero el hecho es que era usted.

– No lo entiendo. ¿Por qué iba yo a intentar hablar con la voz de Patsy?

– No es una cosa poco corriente. Es una manera de comentar el problema con usted mismo, nada más. Como si estuviera intentando ver la situación desde el punto de vista de ella al tiempo que desde el de usted.

La cinta continuó. Ahora, Michael hablaba con una voz mucho más parecida a la suya, sólo que parecía somnoliento o drogado… como parecen la mayoría de las personas cuando están bajo hipnosis profunda.

«He estado pensando en ello toda la noche.»

Pero luego la voz volvió a cambiar: se hizo más aguda, más ligera.

«Papá… cuando vuelvas de Hyannis, ¿puedes arreglarme el freno trasero? Roza con la rueda.»

– Jason -dijo Michael-. Ahí estoy intentando hablar como mi hijo Jason.

A continuación oyó sonar el teléfono y el doctor Rice lo cogió en seguida.

«¿Diga? Sí, soy yo. Oh, doctor Fellowes. Sí. Claro. Me reuniré con usted después, sí. Eso es. No, el doctor Osman no me habló de ello. No me dijo nada en absoluto.»

– Recuerdo remotamente algo de esa conversación desde mi trance -observó Michael-. Pero no toda. Creí que formaba parte de lo que estaba ocurriendo.

Luego hubo una ligera pausa, aunque Michael oía su propia respiración con toda nitidez. Primero, la respiración era lenta y mesurada. Pero de pronto se hizo más ronca, como si se hubiera puesto a hacer jogging; después todavía era más ronca, como si estuviera corriendo. Oyó el crujido de sus manos sobre los brazos del sillón y el sonido de la lona al rasgarse.

– «Vamos, Michael», oyó que le urgía una voz en un susurro sin aliento.

Frunció el ceño y se inclinó hacia adelante en el sillón para poder oír mejor.

– Ése también era usted -le dijo el doctor Rice.

Michael movió negativamente la cabeza.

– Ese no se parece a mí en nada. Ni siquiera se parece a mí imitando la voz de otro.

Créame -irisistió el doctor Rice-, era usted el que movía los labios.

Jadeos, carraspeos y luego:

«Deberías unirte a nosotros, Michael; tendrías que unirte a nosotros.»

– Ése no puedo ser yo -protestó Michael.

«Nosotros podríamos aliviar tu dolor, Michael. Podríamos proporcionarte el olvido. Incluso podríamos concederte la absolución.»

– Esto es increíble -dijo Michael-. Estaba ese tipo en mi trance… era un tipo realmente alto, con una especie de abrigo grisáceo… Ésa no es mi voz… ésa es su voz, lo juro. Escúchela… ¡no se parece nada a mí!

El doctor Rice se echó hacia atrás y cruzó las piernas.

– Ya sé que cuesta creerlo, pero cuando uno está bajo hipnosis es capaz de toda clase de cosas extraordinarias. La gente a menudo pone de manifiesto cualidades que normalmente no se atreven a mostrar, pues se sienten demasiado inhibidos para hacerlo. O ni siquiera saben que las poseen. También son capaces de cambiar las cuerdas vocales para poder hablar con voces diferentes.

«¿Quieres vivir como medio hombre el resto de tu vida?», Preguntó la voz.

«¡No!», se oyó gritar Michael a sí mismo. «¿Quieres que todos tus sueños y todas tus ambiciones se te scapen entre los dedos como si fueran arena?»