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Kenneth se pasó un dedo por el interior del cuello de la camisa e hizo una mueca.

– No me hace falta tanta retórica, Matthew, de veras. A menos que hables con esa gente, vamos a ver un gran derramamiento de sangre. La ciudad va a arder, Matthew, y tú eres la única persona que puede apagar las llamas.

Matthew liberó el sillón de su voluminoso peso de ciento veinte quilogramos, y el sillón se meció y chirrió dos o tres veces, como aliviado. El hombre negro dio la vuelta al escritorio y se detuvo delante de Kenneth; parecía el monte Monyatta, y le tapaba a su visitante el sol que entraba por la ventana. Llevaba alrededor del cuello seis o siete vueltas de cuentas africanas, discos de bronce y amuletos hechos con pelo de cabra, alambre de cobre y vidrio.

– «¿Puedes levantar la voz hacia las nubes -citó- para que el agua abundante te cubra? ¿Puedes enviar por delante luces que vayan y te digan "aquí estamos"? ¿Conoces las ordenanzas de los cielos, o fijas su autoridad sobre la tierra?»

Kenneth levantó la vista lentamente hasta que estuvo mirando a Matthew directamente a la cara.

– «He oído de Vos por medio del oído -citó a su vez-. Pero ahora mi ojo Os ve.»

Matthew se quedó mirándolo durante un buen rato. Luego alargó la mano sobre el escritorio, cogió el teléfono portátil y lo dejó caer en el espacioso bolsillo de la túnica, junto con la cartera y las llaves del coche.

– Eres un hombre muy listo, señor teniente de alcalde -le dijo-. Será mejor que me lleves allá abajo, al infierno.

SEIS

Al salir del coche, Michael vio el humo que se elevaba desde el distrito de Roxbury; permaneció de pie un rato en el aparcamiento contemplándolo y escuchando el distante y apagado ulular de sirenas. Algunos helicópteros revoloteaban en el cielo; describían círculos sobre la Combat Zone, en una especie de danza aérea, y luego se alejaban de nuevo.

Era un día húmedo, no soplaba la brisa y el aire tenía cierto sabor a cobre, como las monedas de penique. El informe meteorológico de aquella mañana había previsto tormentas eléctricas y copiosas lluvias.

Michael cerró el coche y atravesó el aparcamiento hacia la entrada del Hospital Central de Boston haciendo tintinear las llaves. Había llegado en coche desde New Seabury la tarde anterior y había pasado la noche en el sofá de Joe Garboden. Aquella mañana se había presentado en la compañía Plymouth Insurance con un tenue dolor de cabeza producido por la alta presión atmosférica, aunque ayudado e instigado por la botella de whisky que habían apurado entre Joe y él para celebrar el regreso de Michael. Ya le habían dado la bienvenida oficial por su vuelta a Plymouth Insurance, y le habían entregado una carpeta de anillas marrón donde se leía: «O'BRIEN.»

Había estado leyendo la mayor parte del expediente mientras se comía a solas una hamburguesa con queso y se bebía una cerveza en el Clarke's Saloon, enfrente de Faneuil Hall. Había querido estudiar detenidamente todos los antecedentes antes de encontrarse cara a cara con Kevin Murray y Arthur Rolbein, los dos investigadores que habían estado representando los intereses de Plymouth Insurance hasta aquel momento.

Era consciente de que, probablemente, les sentaría mal que lo hubieran metido a él en aquello; Kevin Murray había hecho todo lo que había podido, pero la policía y el forense le habían proporcionado solamente una información superficial, y el portavoz de la Administración Federal de Aviación había respondido invariablemente a todas sus preguntas con un «a partir de este punto, no estamos en situación de hacer especulaciones».

En el expediente había una anotación interesante de Arthur Rolbein. Había hablado con el propietario del yate que se había acercado remando hasta la costa en un bote neumático después de ver cómo se estrellaba el helicóptero de John O'Brien en la playa Nantasket. Era un director de publicidad de Nueva York llamado Neal Masky, y poseía una pequeña casa de veraneo en Cohasset.

«Masky: Después de que el helicóptero se estrelló en la playa, todo quedó sumido en un silencio increíble durante un buen rato. No sé, por lo menos tres o cuatro minutos. Cambié el rumbo y fue entonces cuando vi una camioneta negra o azul oscuro aparcada no demasiado lejos de los restos del helicóptero. No sabía cómo había podido llegar hasta allí… yo no la había visto acercarse después del choque, aunque es posible que no la viera porque estaba muy ocupado virando contra el viento, y el helicóptero me obstruía la visión. De todos modos, yo estaba tan preocupado por la gente del helicóptero que después del accidente seguí mirando todo el rato hacia allí para ver si se veían señales de vida, y estoy seguro de que me habría dado cuenta si entonces se hubiera acercado una camioneta. No comprendo cómo pudo pasarme inadvertida. Yo me imagino que ya se encontraba allí estacionada… ya sabe, desde antes de que el helicóptero se estrellase.

»Rolbein: Dice usted que vio a alguien rondando entre los restos. Alguien que llevaba un abrigo negro.

«Masky: Eso es. No podría darles a ustedes ningún tipo de detalles, se trataba de un abrigo muy abultado. Bueno… no estoy del todo seguro de que abultado sea la palabra apropiada. Puede que voluminoso.

«Rolbein: ¿Qué estaba haciendo esa persona, qué alcanzó usted a distinguir?

«Masky: Aquella persona llevaba cierto tipo de maquinaria, un tipo de herramienta cortante, como la que utilizan los bomberos en los accidentes de tráfico. Entonces oí que el generador se ponía en marcha, y vi a aquel individuo levantar las cizallas como una especie de pinzas de cangrejo metálicas.

«Rolbein: Las mandíbulas de la vida.»

Masky: ¿Es así como las llaman? No lo sabía. A mí me parecieron unas pinzas de cangrejo.

«Rolbein: Entonces, ¿vio usted a esa persona sacar algo de los restos del helicóptero? ¿Estoy en lo cierto?

»Masky: Cierto, así es. No puedo aventurarme a suponer qué era. Grité, pero yo todavía estaba demasiado lejos para que me oyera. Empecé a remar más rápido, pero, naturalmente, cuando uno rema en un bote neumático lo hace de espaldas a la dirección en que viaja, y lo siguiente que noté fue el enorme ruido de una explosión. Después sentí una ráfaga de calor en la nuca, y vi que aquel puñetero helicóptero se había incendiado de punta a punta.

«Rolbein: ¿Y no vio hacia dónde fue la camioneta?

»Masky: Sólo había un camino por donde pudo haberse ido, de vuelta a lo largo de Sagamore Head y luego hacia el norte o el sur por la carretera de Nantasket. Si se va hacia el norte, uno se dirige hacia Hull y hacia la playa Stoney, y luego ya no se puede continuar más, a no ser que se coja el ferry de pasajeros.

«Rolbein: Pero, ¿usted no la vio marcharse?

«Masky: No, señor. No la vi.»

Debajo de la transcripción, Rolbein había escrito con bolígrafo unas observaciones para sí mismo: «Cabe la posibilidad de que la camioneta estuviera aparcada en Sagamore Head simplemente por casualidad, y que el conductor se aprovechase del accidente para saquear los restos. Pero el conductor de la camioneta cargaba con lo que al parecer era una herramienta profesional para cortar metales, una Holmatro o similar, un hecho que los informes que la policía ha proporcionado a la prensa han olvidado mencionar. (¿Por qué?) El conductor utilizó esa herramienta para facilitar el acceso a lo que quiera que fuese lo que quería. Esa persona, por lo tanto, estaba muy bien preparada para lo que debe ser considerado con muchas reservas como un accidente. Según nuestros ordenadores, si alguien se detuviera en un punto cualquiera, elegido al azar, de la línea de la costa de Massachusetts con la esperanza de que por allí cerca ocurriese un accidente de helicóptero, las probabilidades de que ello fuera así serían de 87 234 000 a 1, y la persona en cuestión podría estar allí plantada 239 000 años sin conseguirlo. De modo que podemos suponer que el conductor de la camioneta debía de saber previamente que el helicóptero de O'Brien iba a estrellarse allí. ¿Cómo es posible que lo supiera? Cabe la posibilidad de que lo hicieran estrellarse allí a propósito. ¿Con un misil, algo que hasta ahora no se ha hecho público o no se ha detectado? ¿Con un rifle o con un arma de fuego antiaéreo? (En ese caso, no habría logrado hacerlo con tanta puntería… tan sólo un error de pocos metros y el helicóptero habría ido a caer directamente al mar.) Por medio de un piloto suicida? Nota: comprobar el historial médico personal del piloto… y dudar del informe del forense. Puede que sufriese una enfermedad en fase terminal y quisiera que su familia se beneficiase del seguro de accidentes. Recuérdese el caso de las Líneas Aéreas Pan American contra Roddick.»