– Casi -dijo Michael. Estrechó la enorme mano del doctor Moorpath y, como siempre había ocurrido, aquellos dedos del tamaño de un plátano le hicieron sentirse como un niño.
– Había oído decir que lo habías dejado -le comentó el doctor Moorpath, como si dejar el trabajo fuese algo de tan mal gusto como orinar en público.
Bueno, sí, en cierto modo -repuso Michael al tiempo que echaba un vistazo por la habitación-. He tenido algunos problemas con los nervios.
– También he oído decirlo, sí. Supongo que hay siques que son capaces de soportar la tensión y otras que no. La muerte no resulta atractiva ni siquiera en el mejor de los casos, ¿no es así? En estos momentos estoy llevando a cabo un trabajo muy interesante sobre la gangrena, sobre todo me ocupo de la gangrena producida por aplastamiento o causada por quemaduras. Fascinante… pero nada atractivo.
– Menudo despacho tiene usted aquí -comentó Michael
– Vaya, gracias. Me gusta pensar que le confiere cierta dignidad a una profesión que carece notoriamente de ella. Las proporciones son ligeramente diferentes y el techo algo más bajo pero aparte de eso, es una réplica casi exacta del salón principal de Foxley Hall, en Huntingdonshire, Inglaterra. A excepción, claro está, del equipo de alta tecnología.
Se acercó a un magnífico aparador de estilo jacobino, lo abrió y se convirtió en un escritorio. Dentro había tres teléfonos, un ordenador de sobremesa y un fax.
– Y mira esto -dijo riendo. Abrió un estrecho armario de roble que había al lado y dejó a la vista un lector interactivo de discos compactos-. Me gusta el golf interactivo… y puedo practicarlo entre un caso y otro.
– Estoy impresionado -observó Michael.
El doctor Moorpath cerró las puertas y le preguntó:
– ¿Quieres algo de beber? Tengo un jerez seco muy bueno. También hay whisky escocés. O cerveza, si lo prefieres. ¿Has probado la cerveza de Tailandia? Es muy buena. Te tomas seis botellas y entiendes el tailandés sin necesidad de ningún aprendizaje. «No te dejes deslumbrar por el honor», es un buen proverbio tailandés antiguo.
– En estos momentos intento mantener la cabeza clara -respondió Michael.
– Bien… probablemente sea una sabia decisión -convino el doctor Moorpath. De todos modos, él se sirvió una buena dosis de whisky y se la acercó a la nariz durante unos instantes, como si fuera una máscara de oxígeno, para respirar los vahos. Luego dijo-: Ahhh… no hay nada como esto.
– Estará preguntándose por qué quería verlo -empezó a decir Michael.
– Mi secretaría me ha explicado que se trata de repasar algunos de mis viejos casos. ¿Estás escribiendo tus memorias? ¿O reviviendo tus pesadillas? ¿Qué casos concretos tienes en mente?
Ninguno, me temo. No le dije la verdad del todo.
El doctor Moorpath instaló su enorme trasero en el brazo del sofá.
– Sin embargo, hemos trabajado en algunos verdaderamente buenos, ¿no es cierto? ¿Cuál fue el último? Aquel accidente de motora en aguas de la isla Spectacle, ¿no? El de la encantadora señora de Deerhart III, que era lo bastante rica como para comprarse cualquier cosa excepto sus pies amputados.
– Michael sonrió tristemente y asintió.
Consiguió más de siete millones de dólares, cosa que casi compensaba los pies. Y ahora puede bailar muy bien.
Bien, mejor para ella -dijo el doctor Moorpath-. Eso es más de lo que yo puedo hacer. Mi cuarta esposa dice que bailo como Godzilla. Tú no conoces a Jane, ¿verdad? Nos casamos en abril en Santa Cruz Huatullo. Una chica preciosa… lista, joven, y brillante anfitriona. Quedó finalista para el Playmate del mes.
Se quedó pensando durante unos instantes y luego carraspeó ruidosamente-. A mí no me habría importado que lo hiciera, quiero decir lo del Playmate del mes, no me malinterpretes, pero me alegro de que al final no lo hiciera.
– La verdadera razón por la que estoy aquí -comenzó a explicarle Michael- es porque Plymouth Insurance me ha contratado para que investigue el accidente de John O'Brien. -El doctor Moorpath se tapó los ojos con la mano derecha. Permaneció así durante casi un minuto, sin decir nada, pero cuando retiró la mano, miró a Michael fijamente y con profunda revulsión y desconfianza, como si éste acabara de denunciarle al departamento de Bienestar Social por abusar de sus hijas. Michael, esforzándose por mantener el ritmo de la respiración dentro de los límites de la normalidad, continuó hablando-: Me gustaría hacerle un par de preguntas, si me lo permite.
El doctor Moorpath empezó a mostrarse hostil.
– Ya he hablado con alguien de la Plymouth. ¿Cómo se llamaba? Ballpen, o algo así.
– Rolbein -le corrigió Michael-. Estupendo, sí. Rolbein inforrnó de que usted se había mostrado dispuesto a cooperar, Pero sólo hasta cierto punto. El problema fue que usted no estaba dispuesto a llegar muy lejos. Ha retenido muchísima información importante. Como, por ejemplo, el informe preliminar de la autopsia, o algunas copias de los certificados de defunción, o cuántos individuos murieron en ese accidente, y si había alguna diferencia entre el número de cadáveres que fueron hallados en el siniestro y el número de personas que habían subido a bordo del helicóptero en casa del señor O'Brien. Es decir, que estamos hablando de una reclamación de seguro muy sustanciosa, Raymond, un auténtico quebradero de cabeza, y necesitamos esa información.
– ¿Por qué crees que el jefe de policía me pidió a mí que me ocupara de la autopsia? -le preguntó Moorpath-. Y con ello quiero decir que me lo pidió personalmente.
Se llevó una mano a la oreja con el pulgar y el meñique extendidos, imitando una llamada telefónica.
– Confío en que se lo pidiera por discreción -repuso Michael-. Si hubieran llevado esos cuerpos al depósito municipal, el Globe habría sacado fotografías en portada de los cadáveres en sus respectivas camillas. «La familia O'Brien unida en la muerte», habría sido el titular. O algo así.
– Exacto -dijo el doctor Moorpath-. Me envió a mí aquellos restos porque los cuerpos de la familia de John O'Brien no son carroña, no son sólo carne de la calle. John O'Brien era juez del Tribunal Supremo, y el padre de John O'Brien fue amigo de mi padre; y toda esta tragedia exige cierta dosis de intimidad, y dignidad, y comedimiento, y hay que evitar todo tipo de comentario apresurado hecho a tontas y a locas.
– Algunas personas piensan que sólo se insiste en salvaguardar la intimidad cuando se tiene algo que ocultar.
El doctor Moorpath se quedó pensando durante unos instantes y luego dejó escapar un gruñido, una especia de zumbido hecho con la laringe. Michael advirtió que el médico se había irritado profundamente. Pero resultaba muy difícil resistir la tentación de irritarlo aún más. El doctor Moorpath nunca había mirado con buenos ojos a los tontos ni a los disidentes; y nunca había podido contener la rabia cuando alguien ponía en tela de juicio alguno de sus diagnósticos clínicos. Pero Michael se había dado cuenta en seguida de que cuanto más se enfadaba el doctor Moorpath, menos seguro estaba del terreno que pisaba; y aquel arrebato de furia era precisamente la señal para no retroceder, sino para insistir más y continuar profundizando.
– ¿Ha terminado el examen preliminar? -le preguntó.
– Cuando lo haya hecho, lo haré llegar por los conductos apropiados.
– Entonces, ¿no lo ha terminado todavía?
– No he dicho eso.
– Entonces, ¿lo ha terminado?
– Tampoco he dicho eso.
– Raymond… por el amor de Dios. Usted tiene un trabajo que hacer y yo tengo otro. Ese hombre está muerto; toda su familia está muerta. ¿A quién va a hacerle daño?
El doctor Moorpath le lanzó una de aquellas fulgurantes miradas suyas.
– En realidad, tú no lo entenderías.
– Póngame usted a prueba, Raymond. Mis jefes se enfrentan a la perspectiva de tener que pagar millones y millones y millones de dólares, lo que significa que tendrán muchísimo menos interés en invertir dinero en beneficio de otros clientes, y mucho menos dinero aún para comprarse Maseratis y jacuzzis fabricados con baldosas de mármol. Van a coger un buen cabreo, y yo también voy a cogerlo, porque ellos no van a estar seriamente cabreados con usted, estarán seriamente cabreados conmigo.