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Michael echó un vistazo a la ambulancia. El joven sanitario bigotudo estaba cerrando la cremallera de la bolsa y sonreía. Jesús, a veces, los salvadores son tan duros de corazón como los asesinos.

Si la familia O'Brien fue asesinada deliberadamente, no tendríamos que pagar el seguro, eso tú ya lo sabes, ¿verdad? -le preguntó Michael.

Thomas expulsó el humo de cigarrillo.

– La única O'Brien que mí me preocupa es Sissy, y ella ha sido asesinada, no hay duda.

– Se vio a una persona que sacaba algo de entre los restos del helicóptero -dijo Michael-. Ese algo podría haber sido Sissy herida o inconsciente.

– Es una posibilidad -convino Thomas-. De hecho, eso es lo más probable. No creo que llegase flotando hasta aquí desde Segamore Head, ni en broma. Creo que la tiraron aquí anoche, ya tarde, los mismos que la mataron.

– Entonces, ¿cuál es el siguiente paso? -quiso saber Michael.

– El paso siguiente es relacionarla de manera concluyente con la víctima de la calle Byron, y al mismo tiempo empezar a hacer preguntas a todos y cada uno de aquellos que hayan podido ver a alguien arrojando algo al océano. Ir haciendo preguntas casa por casa, cosa que no va a ser demasiado difícil por aquí. Nahant tiene una población de cuatro mil doscientos habitantes, incluidos los gatos.

– ¿Crees que podrás relacionarlas?

Thomas asintió.

– La chica que encontramos en la calle Byron tenía dos marcas de pinchazos en la espalda, justo encima de la pelvis. Sissy O'Brien tiene unas marcas muy parecidas.

Michael se limpió el sudor frío de la frente con el dorso de la mano.

– ¿Marcas de pinchazos? -preguntó.

– No sabemos qué son, pero son mucho menos brutales que cualquiera de las otras heridas -le explicó Victor-. Quiero decir que son casi clínicas.

Michael se quedó contemplando durante unos instantes el humo del cigarrillo de Thomas y luego preguntó:

– ¿Qué demonios te parece que es todo esto?

Thomas arrojó la colilla a las olas.

– Cualquier cosa que tú supongas es tan buena como lo que pueda suponer yo.

– ¿Te importa que yo vea a la otra chica? A la que encontrasteis en la calle Byron. No es necesario que la vea al natural, con unas fotografías tendría bastante.

– Desde luego, llámame y lo arreglaré.

– Tiene tan mal aspecto como ésta -dijo Victor-, créeme… y llevaba muerta muchísimo más tiempo.

– ¿Cuánto tiempo crees que ha permanecido Sissy en el agua? -le preguntó Michael.

Victor hizo una mueca.

– Aún no lo sé. Ocho, nueve horas. Puede que más.

– ¿Se ahogó?

– No lo parece. No será difícil averiguarlo.

Michael entornó los ojos y se puso a mirar la playa barrida por el viento.

– Alguien se la llevó de Segamore Head, la torturó, la trajo aquí y la arrojó al océano. ¿Por qué crees que haría eso?

– Querrían algo -sugirió Thomas.

– ¿Querrían algo? ¿Qué iban a querer?

– No lo sé… pero nunca se asesina a nadie por nada. Nunca. Puede que un marido quiera paz y tranquilidad y mate a sus hijos, que un empleado quiera ascender y mate al único tipo que se interpone en su camino o que una mujer se ponga celosa y mate a la esposa de su amante.

– Pero, ¿qué podrían querer de Sissy O'Brien, sobre todo teniendo en cuenta que sus padres ya habían muerto y que nadie habría pagado rescate por ella?

– Bueno… -dijo Thomas a la vez que agarraba a Michael con fuerza por el hombro y le dedicaba una de sus famosas sonrisas retorcidas-. No querían dinero, ni sexo, ni sangre. Dime tú por qué otra razón podrían haber querido matarla.

Una gaviota pasó volando muy bajo chillando.

– Puede que te lo diga -repuso Michael.

Era hora de marcharse. Joe llamaba a Michael por señas, y el sargento Jahnke estaba levantando el radiotransmisor en el aire para indicarle a Thomas que alguien lo llamaba, alguien que quería hablar con él con urgencia.

Michael y Victor echaron a andar trabajosamente por las dunas. Victor le dijo:

– Están ocultando algo, ¿sabe?

– ¿Quiénes?

– Los que tienen el poder. El forense, el jefe de policía, el gobernador. Puede que incluso esferas más altas.

– ¿Cómo sabía usted eso?

– En Jersey ocurría lo mismo cuando mataban a una persona importante dJ gobierno local o de la judicatura, o de la mafia. Siempre quitaban a toda prisa los cuerpos de en medio, las pruebas se perdían. Los únicos asesinatos que acababan con condenas como es debido eran los de personas que no tenían importancia.

Michael se quedó pensando durante unos momentos, luego le confió:

– Yo he visto algunas fotografías del helicóptero de O'Brien después de estrellarse.

– Se quemó, ¿verdad?

– Pero no estaba tan quemado como hicieron creer a la prensa. Se podían identificar los cuerpos perfectamente.

– Yo creía qiie estaban tan chamuscados que era imposible distinguir a unos de otros.

– No, no, ni hablar. Como mucho debió de haber una llamarada, pero nada más.

– ¿Está tomándome el pelo? El forense me ha dicho que estaban tan quemados que la identificación resultaba imposible. Para ser exactos, me dijo que estaban carbonizados.

– Había cuatro personas entre aquellos restos: el piloto, un hombre llamadd Coward; un joven ayudante del departamento de Justicia, Dean McAllister; la señora O'Brien, y el propio John O'Brien. Cuando vi las fotografías, me pregunté si faltarían dos o tres… ya sabe, dos o tres fotografías de Sissy O'Brien, pero ahora sé que ella ni siguiera se encontraba allí.

– ¿Por qué iba a querer mentir el jefe de policía? -quiso saber Victor.

– No lo sé. Piero tengo copia de esas fotografías, y me gustaría que usted les echase un vistazo. La calidad no es muy buena. Tuve que mandarlas por fax desde el despacho del doctor Moorpath mientras él estaba ocupado en asistir a las víctimas de la calle Seaver. Como digo, están muy borrosas y oscuras, pero quizás usted pueda ver en ellas algo que yo no he visto.

Victor se detuvo, se quitó las gafas y las limpió pensativamente con un trocito arrugado de papel de cocina.

– Está corriendo un riesgo al contármelo a mí, ¿no es cierto? ¿Cómo sabe que el doctor Moorpath y yo no somos amigos íntimos? Los forenses con los mismos intereses tienden a mantenerse unidos, ¿no sabe ustted eso? Y el doctor Moorpath y yo somos miembros de la Asociación de Patólogos en Activo de Massachusetts.

– Claro que estoy corriendo un riesgo -le comentó Michael-. Pero lo hago porque usted parece el tipo de hombre que ni muerto querría que lo vieran jugando ocho hoyos en Chestnut Hill en compañía de Raymond Moorpath. Y dejando aparte eso, esa asociación de que usted habla no existe.

Víctor volvió a ponerse las gafas.

– De acuerdo -aceptó por fin. Consultó el reloj-. Hoy es imposible. Pero vaya a verme mañana… digamos a las once. Primero tengo que ir a cortarme el pelo.

Michael no estaba seguro de si había descubierto un aliado en Victor Kurylowicz o no, pero le gustaba la combinación que Victor tenía de insensibilidad, de rareza y de capacidad de reírse de sí mismo. Hacían falta las tres cosas para ser un buen forense. Michael había quedado síquicamente tocado tan sólo por la visión de los cadáveres; Victor tenía que pasarse el día cortándolos en pedazos, manoseando los órganos internos, sacándoles el cerebro e intentando, al mismo tiempo, no pensar que aquel cuerpo era la madre de alguien, el hijo de alguien… que se trataba de una persona que habría podido estar hablando con él unas cuantas horas antes. Se puso a caminar con dificultad por las dunas y echó una última mirada a su alrededor. Joe estaba esperándolo y hablaba impacientemente con el sargento Jahnke. Oyó, a sus espaldas, que la ambulancia se marchaba con un súbito y corto sonido de la sirena, que hizo que todos se sobresaltaran.