— Comandante general Trimack, permitid que os presente a lady Bevinvier. —Trimack la saludó con una elegante inclinación de cabeza—. Tal como vos y como yo, esta dama también está llamada a proteger a lord Rahl de todo mal. Me gustaría que, mientras permanezca en palacio, tenga una guardia de seguridad. Lord Rahl la necesita, y no quiero que su vida corra de nuevo peligro, como hoy.
— Mientras permanezca en palacio estará tan segura como un bebé en brazos de su madre. Doy mi palabra de honor. —Trimack se volvió y se dio un golpecito en un hombro. Fue la señal para que más de veinte de sus hombres acudieran corriendo a toda prisa y se cuadraran ante él, sin atreverse siquiera a jadear—. Ésta es lady Bevinvier. Quiero que la guardéis con vuestra vida.
Todos los soldados se llevaron a una el puño al corazón, topando ruidosamente con el peto. Dos de ellos libraron a Zedd del peso de Jebra. Ésta mantenía la mano firmemente cerrada en torno a la Piedra. La bolsa de monedas de oro le abultaba en un bolsillo de la falda larga verde, cubierta en su mayor parte por sangre reseca.
— Necesitará aposentos adecuados y también comida —dijo Zedd a los soldados que la sostenían—. Por favor, encargaos de que nadie la moleste excepto yo. —El mago contempló los cansados ojos azules de la joven y le acarició un brazo—. Descansa, pequeña. Mañana por la mañana iré a verte.
— Gracias, Zedd —replicó ella con una débil sonrisa.
Mientras, ayudada por los soldados, Jebra se alejaba, Zedd centró su atención en Trimack.
— Hay una mujer que se aloja en palacio; se llama lady Ordith Condatith de Dackidvich. Lord Rahl ya tendrá suficientes problemas sin tener que aguantar a las de su clase. Quiero que abandone el palacio antes de que acabe el día. Si se niega a irse, dale a escoger entre un carruaje o una soga.
— Me encargaré personalmente —repuso Trimack, con una pícara sonrisa.
— Si conoces a otras personas en palacio de su mismo temperamento, eres libre de hacerles la misma oferta. Un nuevo gobierno impone siempre nuevas normas. —Zedd no era capaz de percibir auras, pero estaba seguro de que, si Jebra hubiese estado allí, habría visto cómo el aura de Trimack se iluminaba.
— Algunas personas se resisten a los cambios, mago Zorander.
Con estas simples palabras, Trimack le transmitió un claro mensaje.
— ¿Hay alguien de mayor rango que tú en palacio, aparte de lord Rahl?
— Hay un tal Demmin Nass, comandante de las cuadrillas, que manda sobre todos excepto sobre Rahl el Oscuro —respondió el oficial, uniendo ambas manos detrás de la espalda mientras que con la mirada recorría el patio.
— Demmin está muerto. —Zedd soltó un profundo suspiro al recordar cómo murió.
Trimack hizo un gesto de asentimiento que pudo ser de alivio.
— Bajo palacio hay tal vez unos tres mil soldados del ejército acuartelados en la meseta. Sus generales me superan en rango fuera de palacio, pero aquí dentro las órdenes del comandante general de la Primera Fila son ley. Algunos de ellos sé que aceptarán gustosos el cambio, pero otros no.
— Richard tendrá suficiente luchando con su magia contra la magia del inframundo como para tener que preocuparse también por generales rebeldes. Comandante, tienes carta blanca para hacer lo que creas conveniente para protegerlo. Es preferible que peques por exceso de celo.
Trimack expresó su aquiescencia con un gruñido, y añadió:
— En realidad, el Palacio del Pueblo es una ciudad en la que viven miles de personas. Un flujo continuo de mercaderes, caravanas de carros cargados de provisiones así como vendedores ambulantes entran y salen de él en todas direcciones, excepto por el este, donde se extienden las llanuras Azrith. Los caminos que van a palacio son las arterias que alimentan el corazón de D’Hara: el Palacio del Pueblo.
»La meseta está excavada con el doble de aposentos que el palacio. Como en cualquier ciudad de este tamaño, es imposible saber con absoluta certeza qué atrae a las multitudes.
»Ordenaré que las grandes puertas interiores permanezcan cerradas y sellaré la parte de palacio que se alza sobre el suelo. Hace varios siglos que no se hace algo así, y causará inquietud en el pueblo de D’Hara, pero mejor eso que correr riesgos. Además de las entradas interiores, el único modo de acceder al palacio es trepar por el precipicio del este. Mantendré el puente alzado.
»Pero, incluso así, tendremos miles de personas dentro de palacio, algunas de las cuales es posible que planeen ir contra el nuevo lord Rahl. Y lo que es peor: hay miles de avezados soldados alojados bajo palacio, y muchos de sus comandantes no aceptarán a lord Rahl. Me temo que el nuevo lord Rahl no es el tipo de Rahl al que están acostumbrados a tratar, y el cambio no les gustará nada.
»D’Hara es un vasto imperio, y las rutas de aprovisionamiento son largas. Tal vez ya es hora de que algunas de esas divisiones velen por la seguridad de esas rutas, especialmente las que se dirigen al lejano sur, cerca de la Tierra Salvaje, donde se rumorea que hay descontento y han estallado conflictos. Y tal vez deberíamos triplicar el contingente de la Primera Fila con tropas regulares de mi confianza.
Zedd observó el rostro de Trimack, que seguía escrutando el patio.
— Yo no soy soldado, pero me parecen ideas muy acertadas. Es necesario reforzar la seguridad de palacio. Cómo lo hagas es cosa tuya.
— Por la mañana os entregaré una lista de los generales de confianza, y otra de los que no se puede confiar.
— ¿Y para qué quiero yo esas listas?
— Porque ese tipo de órdenes deben proceder de alguien con el don —repuso Trimack, clavando la mirada en el mago.
Zedd sacudió la cabeza.
— No es tarea de los magos gobernar —masculló—. No está bien.
— Así se hacen las cosas en D’Hara. Magia y acero unidos. Es el modo de proteger a lord Rahl.
Mientras dejaba vagar la mirada en la distancia, Zedd sintió el agotamiento en los huesos.
— ¿Sabes, Trimack? He luchado contra magos que pretendían gobernar y he tenido que matarlos.
En vista de que no obtenía respuesta alguna, Zedd fijó de nuevo la vista en el oficial. Trimack lo estaba observando.
— Puesto a elegir, mago Zorander, escogería a alguien que lleva el mando como una carga antes que a alguien que lo ejerce como un derecho.
— Muy bien, pues —suspiró Zedd, al tiempo que asentía—. Hay otra cuestión, que es la más importante: quiero que se vigile día y noche el Jardín de la Vida. Allí fue donde el aullador atacó. No sé si vendrán más. La puerta del jardín debe repararse. Rodea el jardín con tus hombres dejando entre ellos sólo espacio suficiente para blandir un hacha. Nadie, absolutamente nadie excepto yo mismo, Richard o quien tú autorices, podrá entrar.
»Trata a cualquiera que lo intente como enemigo de lord Rahl, aunque te diga que sólo pretende arrancar las malas hierbas. Y no digamos a quien trate de salir del jardín; puedes apostar a que no tiene buenas intenciones.
— A vuestras órdenes, mago Zorander —dijo Trimack, golpeándose el pecho con el puño.
— Perfecto. Lord Rahl necesitará lo que hay en el jardín. Yo, de momento, no me atrevo a mover esos objetos; son extremadamente peligrosos. No descuides ni por un instante la vigilancia del jardín, comandante. Podrían aparecer más aulladores, o algo peor.
— ¿Cuándo?
— Creía que pasaría un año o más, al menos meses, hasta que viéramos al primero. Es muy preocupante que el Custodio haya enviado a uno de sus asesinos tan pronto. No sé contra quién iba, o si su misión era matar indiscriminadamente. El Custodio no necesita razones para asesinar. Mañana debo abandonar el palacio para averiguar más cosas y evitar que nos vuelva a coger por sorpresa.
Trimack ponderó las palabras del mago con mirada inquieta.
— ¿Tenéis idea de cuándo regresará lord Rahl?
— No. Pensé que tendría tiempo para enseñarle algunas cosas que debe saber, pero tendré que mandarle aviso de que se reúna inmediatamente conmigo en Aydindril para tratar de descubrir qué curso de acción seguir. Richard ignora que se encuentra en grave peligro. Los acontecimientos me han sobrepasado. No tengo ni idea de cuál será el próximo movimiento del Custodio, pero me temo que sus tentáculos son muy largos. Ya rodeaban a lord Rahl incluso antes de que el velo se rasgara, lo cual significa que he sido un necio por no verlo.