»Si Richard regresa de improviso o si algo me pasara… ayúdalo. Él todavía se considera un guía de bosque y no lord Rahl, por lo que se mostrará receloso. Dile que yo he dicho que puede confiar en ti.
— Si se muestra receloso, ¿cómo voy a convencerlo de que confíe en mí?
— Dile que es verdad. Tan verdad como que las ranas no crían pelo —repuso Zedd con una sonrisa.
— ¿Pretendéis que el comandante general de la Primera Fila dirija tan pueriles palabras a lord Rahl? —inquirió Trimack, con incredulidad.
Zedd puso cara seria y se aclaró la garganta.
— Es un código, comandante. Él comprenderá.
Aunque asintió, Trimack no parecía muy convencido.
— Será mejor que me ocupe enseguida de la vigilancia del Jardín de la Vida y todo lo demás. No os ofendáis si os digo que tenéis el aspecto de necesitar un buen descanso. Creo que tanta curación os ha dejado agotado —añadió, inclinando la cabeza hacia donde el ejército de sirvientas seguía limpiando la sangre del suelo de mármol.
— Muy cierto. Gracias, comandante Trimack. Seguiré tu consejo.
Trimack lo saludó golpeándose el pecho con un puño, aunque fue un saludo suavizado por un amago de sonrisa. Ya se disponía a marcharse cuando vaciló. Sus ojos de un azul intenso se posaron de nuevo en el mago.
— Permitidme que os diga, mago Zorander, que es un placer tener por fin en palacio a alguien con el don a quien interesa más curar a los demás que arrancarles las entrañas. Nunca había conocido a alguien como vos.
Zedd no sonrió y, al hablar, su voz sonó serena.
— Siento no haber podido hacer nada para salvar a ese muchacho, comandante.
Trimack asintió, tristemente.
— Sé que eso es verdad, mago. Tan verdad como que las ranas no crían pelo.
Zedd observó cómo, a medida que se alejaba, el comandante atraía cual imán a hombres armados. El mago alzó una mano y contempló la cadena de oro que colgaba de sus entecos dedos. Con un apesadumbrado suspiro se recordó que los magos se veían obligados a utilizar a sus semejantes. Aún le quedaba lo peor. De un profundo bolsillo de la túnica sacó la piedra negra en forma de lágrima. «Malditos sean los espíritus por las cosas que debe hacer un mago», pensó.
El hechicero sostuvo el engarce donde se había alojado la piedra azul y presionó contra él la punta de la piedra negra y lisa. De los dedos de ambas manos fluyó un poder elemental que se unió en el centro y soldó la piedra al engarce.
Con la esperanza de equivocarse, Zedd conjuró el doloroso recuerdo de su esposa, muerta mucho tiempo atrás. Después del modo en que la mente de Jebra había derribado sus barreras, no fue difícil. Cuando sintió que una lágrima le resbalaba por la mejilla, Zedd se humedeció el pulgar con ella y, haciendo un ímprobo esfuerzo, desterró el recuerdo. Zedd sonrió al pensar que era irónico que los magos debieran utilizarse incluso a sí mismos, pero al menos ese horrible recuerdo también le había causado cierto placer.
Sosteniendo la piedra negra en la palma de una mano, pulió su superficie con el pulgar humedecido en la lágrima. A medida que la frotaba, la piedra iba adquiriendo un claro tono ámbar. El corazón le dio un vuelco; ya no había duda de qué era.
Resignado a hacer lo debido, Zedd tejió una red mágica en torno a la piedra. El hechizo ocultaría la verdadera naturaleza de la piedra a todos menos a Richard. Y, lo más importante, atraería la atención de Richard hacia la piedra. Si llegaba a verla, no podría resistirse.
El mago echó un vistazo a Chase, tendido de espaldas sobre un banco de mármol al otro lado del patio y con un pie en el suelo. Rachel, sentada en el suelo, le abrazaba la pantorrilla y apoyaba la cabeza contra su rodilla. El otro pie del guardián descansaba encima del banco. Se cubría la frente con un antebrazo vendado.
Con un suspiro, el mago echó a andar por el suelo de mármol pulido. Por un momento se preguntó de qué sería guardián Chase ahora que ya no había Límite.
Al llegar junto a ellos, Chase le habló sin retirar el antebrazo de sus ojos:
— Zedd, viejo amigo, si alguna otra vez ordenas a una despiadada bruja fuerte como un roble que se llama a sí misma curandera que me obligue a tragar un brebaje que sabe a demonios, te retorceré el cuello hasta que tengas que caminar hacia atrás para ver por dónde vas.
Zedd sonrió de oreja a oreja. Ahora sabía que había elegido a la mujer adecuada para tratar con Chase.
— ¿De verdad que la medicina era tan horrible, Chase? —preguntó Rachel.
El guardián alzó ligeramente el brazo para mirar a la niña.
— Si vuelves a llamarme Chase, lo descubrirás por ti misma.
— Sí, papá —repuso la niña con una sonrisa—. Siento mucho que te hicieran beber esa horrible medicina. Pero me asusté mucho al verte cubierto de sangre —añadió, haciendo pucheros. Chase gruñó, y Rachel lo miró fijamente.
»Tal vez, la próxima vez, si desenvainas la espada en el mismo momento en que yo te lo digo, no sangrarás y no tendrás que tomar una horrible medicina.
Zedd se quedó maravillado ante la inocencia infantil de ese punzante reproche, impecablemente formulado. Chase alzó ligeramente la cabeza del banco, y el brazo se le quedó inmóvil a pocos centímetros de los ojos mientras fulminaba con la mirada a la niña. Zedd nunca había visto a un hombre haciendo tan ímprobos esfuerzos por no echarse a reír. Rachel arrugó la nariz y se le escapó una risita al contemplar la forzada expresión de Chase.
— Que los buenos espíritus sean compasivos con tu futuro marido —comentó el guardián—, y que disfrute al menos de unos pocos años de paz antes de que tú te fijes en él, pobre diablo.
— ¿Qué significa eso? —replicó la niña, frunciendo el entrecejo.
Chase posó la pierna en tierra y se incorporó. Entonces miró a la pequeña de arriba abajo y la hizo sentarse sobre sus rodillas.
— Te diré qué significa. Significa que hay una nueva norma, y es mejor que ésta la cumplas.
— Lo haré, papá. ¿Qué norma es ésa?
— A partir de ahora si debes decirme algo importante, y yo no te escucho, deberás darme una buena patada, tan fuerte como puedas —respondió el hombre, con el entrecejo fruncido y acercando mucho su rostro al de la pequeña—. Y quiero que no dejes de darme patadas hasta que te escuche. ¿Entendido?
— Sí, papá. —Rachel sonrió.
— No bromeo; lo digo muy en serio.
— Lo prometo, Chase —declaró la niña, en tono solemne.
El hombretón puso los ojos en blanco y con un brazo la atrajo hacia su pecho, abrazándola del mismo modo que la niña abrazaba su muñeca. Zedd sintió que se le hacía un nudo en la garganta. En ese instante no se gustaba demasiado a sí mismo, y mucho menos las alternativas que tenía.
El mago hincó una rodilla ante la niña. Notaba la ropa rígida contra la rodilla debido a la sangre seca.
— Rachel, debo pedirte algo.
— ¿De qué se trata, Zedd?
El anciano levantó la mano que sostenía la cadena de oro. La piedra oscilaba adelante y atrás.
— Esto pertenece a otra persona. Te pido que te la pongas y la guardes bien. Un día, Richard te la pedirá para devolvérsela a su dueño, pero no sé cuándo será.
Al mirar los fieros ojos de Chase, Zedd se imaginó qué sentía un ratón a punto de ser devorado por un halcón.
— Es muy bonita, Zedd. Nunca he llevado una cosa tan bonita.
— También es muy importante; tanto como la caja que te dio el mago Giller para que la guardaras.
— Pero Rahl el Oscuro está muerto. Tú mismo lo dijiste. Ya no puede hacernos daño alguno.