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— Lo sé, pequeña, pero lo que te pido es muy importante. Lo hiciste tan bien con la caja y fuiste tan valiente que creo que eres la persona más indicada para llevar este colgante hasta que su dueño lo reclame. Hasta entonces no debes quitártelo nunca y tampoco debes permitir que nadie se lo pruebe, ni siquiera para jugar. Esto no es un juguete.

Cuando el mago mencionó la caja, Rachel puso cara seria.

— Si tú dices que es importante, la cuidaré bien, Zedd.

— Zedd —siseó Chase, mientras atraía hacia sí la cabeza de Rachel y le tapaba las orejas con las manos para que no oyera qué decía—, ¿qué se supone que estás haciendo? ¿Es eso lo que creo que es?

— Simplemente trato de evitar que todos los niños del mundo tengan pesadillas por toda la eternidad —respondió el mago, con mirada intimidadora.

El guardián apretó la mandíbula.

— Zedd, no quiero que…

— Chase, ¿cuánto tiempo hace que me conoces? —El guardián lo fulminó con la mirada, pero no respondió—. ¿En todo ese tiempo he hecho daño alguna vez a alguien, especialmente a un niño? ¿Te consta que haya puesto en peligro a otra persona a no ser que fuera estrictamente necesario?

— No —admitió Chase, en tono crispado—. Y no quiero ver cómo empiezas ahora.

— Tendrás que confiar en mí. —Zedd mantuvo la voz firme, y su mirada voló hacia donde el aullador había matado a la gente—. Lo que ha ocurrido hoy no es nada comparado con lo que va a ocurrir. Si no se cierra el velo, habrá más sufrimiento y más muerte de la que puedas ni imaginarte. Estoy cumpliendo con mi deber de mago y, como tal, reconozco a esta pequeña. Giller también la reconoció; es una onda en el estanque y está destinada a hacer grandes cosas.

»Esta mañana, cuando fuimos a la tumba de Panis Rahl para comprobar que la estuvieran tapiando adecuadamente, estudié algunas de las runas grabadas en los muros. Se estaban fundiendo, pero aún quedaban algunas. Estaban escritas en d’haraniano, un idioma que no domino. Pero entendí lo suficiente. Eran instrucciones para viajar por el inframundo. ¿Recuerdas la mesa de piedra que hay en el Jardín de la Vida? Pues es un altar de sacrificios. Rahl la usaba para ir al inframundo y viajar entre los límites.

— Pero Rahl está muerto. ¿Qué más…?

— Mataba niños y ofrecía sus almas puras como regalo al Custodio del inframundo, para que éste le permitiera pasar. ¿Comprendes lo que te digo? Hacía pactos con el Custodio.

»Esto significa que el Custodio ha usado gente del mundo de los vivos. Si ha usado a uno, seguro que hay más. Y ahora el velo se ha rasgado. La presencia aquí del aullador es una prueba irrefutable.

»Creo que muchas de las antiguas profecías se refieren a lo que está empezando a ocurrir, y a Richard. Quienquiera que las escribió pretendía ayudar a Richard desde tiempos remotos. Estoy convencido de que su objetivo es ayudar a Richard a combatir al Custodio. Pero esas palabras fueron escritas hace miles de años, y su significado dista mucho de ser claro. Me temo que el Custodio, haciendo gala de enorme paciencia, las ha ido enmarañando.

»Su principal arma es la paciencia. Él tiene toda la eternidad. Es probable que haya enviado cautelosamente sus tentáculos a este mundo para influir en personas, en hechiceros como Rahl el Oscuro, para que hicieran su voluntad. No puede ser casualidad que justo ahora, cuando tan imperiosamente necesitamos las profecías, no queden magos capaces de interpretarlas. No tengo ni idea de dónde acecha el Custodio ni de cuál será su siguiente paso.

Los ojos de Chase seguían reflejando furia, aunque ya no iba dirigida contra Zedd.

— Dime cómo puedo ayudar. ¿Qué quieres que haga?

— Quiero que enseñes a esta niña a ser como tú —respondió el mago, sonriendo tristemente y dándole palmaditas en uno de sus impresionantes hombros—. Sé que es lista. Quiero que la estimules. Conviértela en tu pupila. Enséñale el manejo de todas las armas que conoces. Enséñale a ser fuerte y rápida.

— Tan niña y ya guerrera —comentó Chase, en tono resignado.

— Mañana por la mañana partiré en busca de Adie, y luego los dos iremos a Aydindril. Quiero que vosotros dos os dirijáis al poblado de la gente barro. Cabalgad sin tregua. Richard, Kahlan y Siddin pasarán la noche con Escarlata, la dragona, y mañana ella los llevará con la gente barro. A vosotros os costará semanas llegar. No podemos perder ni un segundo.

»Di a Richard y a Kahlan que se reúnan conmigo en Aydindril de inmediato. Explícales el peligro que corremos. Después, tal vez sería una buena idea dejar a Rachel en lugar seguro, si es que queda algún lugar seguro.

— ¿Hay algo más que yo pueda hacer?

— Lo más importante es que hables con Richard. He sido un necio al pensar que teníamos tiempo. Nunca debí haberlo perdido de vista. —Zedd se frotó el mentón mientras reflexionaba—. Tal vez podrías decirle que soy su abuelo, y que Rahl el Oscuro era su padre. De este modo supongo que ya se habrá calmado cuando nos veamos.

»¿Sabes qué mote le ha puesto la gente barro? —El mago enarcó una ceja y sonrió—. Lo llaman Richard el de genio pronto. Imagínatelo. Justamente Richard, una de las personas más amables que haya conocido. Pero me temo que la Espada de la Verdad ha hecho aflorar su cara menos amable.

Chase le lanzó una breve mirada tranquilizadora.

— Dudo que se enfade al enterarse de que eres su abuelo. Él te quiere mucho.

— Sí, tal vez tienes razón, pero no le hará gracia alguna saber quién era su padre. Recuerda que yo lo sabía y se lo oculté. George Cypher lo crió, y ellos dos se querían mucho.

— Eso no va a cambiar ahora.

— Lo sé. —Zedd alzó el colgante—. ¿Vas a confiar en mí?

Chase evaluó un momento al mago antes de incorporar a Rachel, sentarla sobre una rodilla y decirle:

— Deja que te lo ponga yo.

Una vez que el guardián le puso el colgante alrededor del cuello, Rachel cogió la piedra de ámbar entre sus menudas manos e inclinó la cabeza para contemplarla.

— Lo cuidaré bien, Zedd. Te lo prometo.

— Estoy seguro, pequeña —replicó el mago, mientras la despeinaba cariñosamente. A continuación le posó sendos dedos en las sienes y le inculcó mágicamente el pensamiento de lo importante que era ese colgante, que no debía hablar con nadie de él ni revelar de dónde lo había sacado y que debía protegerlo del mismo modo que la caja del Destino.

Entonces retiró los dedos. La niña abrió los ojos y sonrió. Chase la levantó por la cintura y la sentó en el banco, junto a él. Entonces rebuscó entre el arsenal de cuchillos que llevaba al cinto hasta hallar la correa que sujetaba el menor de ellos. Después de desatar la correa de cuero, desenvainó el cuchillo y lo sostuvo frente a su rostro.

— Puesto que ahora eres hija mía, llevarás un cuchillo, como yo. Pero no quiero que lo saques de su funda hasta que yo te enseñe a manejarlo. Podrías hacerte mucho daño. Yo te enseñaré a usarlo de manera segura. Voy a enseñarte a protegerte a ti misma para que nada te ocurra. ¿De acuerdo?

— ¿Me enseñarás a ser como tú? —preguntó la niña, con rostro radiante—. Me encantaría, Chase.

— No sé si sabré enseñarte. —El guardián lanzó un gruñido mientras volvía a atarse al cinto la correa de cuero—. Al parecer, ni siquiera soy capaz de enseñarte a que me llames papá.

— Chase y papá significan lo mismo para mí —confesó Rachel con una tímida sonrisa.

El guardián sacudió la cabeza y esbozó una resignada sonrisa. Zedd se levantó y se alisó la túnica.

— Chase, si necesitas algo, pídeselo al comandante general Trimack. Llévate todos los hombres que creas preciso.

— Preferiría no llevar ninguno. Si debemos darnos prisa, es mejor que no acarree impedimenta extra. Además, creo que un hombre y su hija llamarán menos la atención. Se trata de eso, ¿verdad? —inquirió Chase, mirando elocuentemente la piedra que llevaba Rachel al cuello.