— ¿De veras? No tenía ni idea —replicó el Profeta, enarcando con gesto de preocupación sus blancas cejas.
Margaret inspiró profundamente y habló con voz suave, tratando de controlar la ira que sentía.
— Nathan, yo misma te lo he dicho ya tres veces.
— Lo siento, Margaret. —El hombre bajó la mirada con expresión triste.
— Hermana Margaret.
— ¿Hermana? ¿Tú? Eres demasiado joven y demasiado atractiva para ser una hermana. Estoy convencido de que no eres más que una novicia.
— Buenas noches, Nathan —dijo la mujer, poniéndose de pie. Cerró la tapa del libro e hizo ademán de cogerlo.
— Siéntate, hermana Margaret —ordenó el Profeta, con voz llena de poder y amenaza.
— Puesto que no tienes nada que comunicarme, me vuelvo a la cama.
— Yo no he dicho que no tuviera nada que comunicarte. He dicho que no tenía profecía alguna.
— Si no has tenido ninguna visión y ninguna profecía, ¿qué es eso que debes comunicarme?
El hombre se sacó las manos de dentro de las mangas, se apoyó con los nudillos sobre el escritorio y se inclinó hacia la mujer.
— Siéntate o no te lo diré.
Margaret consideró la posibilidad de usar su poder, pero decidió que sería más fácil y también más rápido complacerlo, por lo que tomó asiento.
— Muy bien. Ya estoy sentada. Ahora habla.
— Se ha producido una bifurcación en las profecías.
— ¿Cuándo?
— Hoy mismo.
— ¿Y por qué me llamas ahora, en medio de la noche?
— Llamé enseguida que me llegó.
— Podrías haber esperado a mañana. No es la primera vez que se producen bifurcaciones.
— Como ésta, no —la contradijo el Profeta, meneando lentamente la cabeza.
A la hermana Margaret no le hacía ni pizca de gracia decírselo a las otras. A nadie, excepto a Warren claro está, iba a gustarle. Él estaría encantado de tener otra pieza para encajar en el rompecabezas de las profecías. Pero a las demás no les gustaría, pues significaba años de trabajo.
Algunas profecías se formulaban con frases condicionales del tipo: «si… entonces», y ofrecían diferentes posibilidades. Eran profecías que seguían todas las ramas a fin de predecir qué sucedería en cada bifurcación, pues también las profecías eran abiertas.
Una vez que este tipo de profecías ocurrían y se dilucidaba cuál de las posibles bifurcaciones se realizaba, es decir, cuando ocurría una de las alternativas, se decía que la profecía se había bifurcado. Todas las profecías que derivaban del camino invalidado se convertían en profecías falsas. Éstas, a su vez, se multiplicaban como las ramas de un árbol, enmarañando las sagradas profecías con información confusa, contradictoria y falsa. Cuando se producía una bifurcación, era preciso seguir hasta el final todas las profecías que ya se sabían falsas, para así borrarlas.
Era una tarea tremenda. Cuanto más lejos se hallaba de la bifurcación el suceso en cuestión, más difícil resultaba averiguar si pertenecía a la bifurcación falsa o a la verdadera. Y aún más difícil era decidir si dos profecías, una de las cuales resultaba de la otra, estaban conectadas en el tiempo o separadas acaso por miles de años. En ocasiones, los mismos acontecimientos las ayudaban a ubicarlas cronológicamente, sin embargo eso sólo ocurría a veces. Cuanto más lejos en el tiempo con respecto a la bifurcación, más complicado resultaba relacionarlas.
El esfuerzo podía durar años y, muy probablemente, sólo lograrían realizar parte de la tarea. A partir de ese día, no podrían estar seguras de si una profecía era real o pertenecía a una bifurcación falsa en el pasado. Ésta era la razón por la que muchos consideraban que las profecías eran, en el mejor de los casos, poco fidedignas y, en el peor, totalmente inútiles. Pero si sabían de la existencia de una bifurcación y, sobre todo, si sabían cuál era la rama verdadera y cuál la falsa, contarían con una guía muy valiosa.
La mujer se dejó caer en la silla.
— ¿Hasta qué punto es importante la profecía que se ha bifurcado?
— Se trata de una profecía central. No podría ser más importante.
Décadas. No les llevaría años, sino décadas. Una profecía central afectaba a casi todas las demás, y su contenido cambiaba. Era igual a estar ciego. Hasta que no lograran arrancar el fruto contaminado de la bifurcación falsa, ya no podrían fiarse de ninguna profecía.
— ¿Sabes cuál se ha bifurcado? —preguntó la mujer, mirándolo a los ojos.
— Sé cuál es la verdadera y cuál la falsa —contestó él con una sonrisa preñada de orgullo—. Sé qué sucederá.
Bueno, al menos lo sabía. Margaret sintió una oleada de excitación. Si Nathan sabía qué bifurcación era verdadera y cuál era falsa, así como la naturaleza de cada ramal, poseía una información vital. Puesto que las profecías no estaban ordenadas cronológicamente, no había un modo sencillo de ir siguiendo una rama, pero, al menos, sabían por dónde empezar. Por suerte, se habían enterado en el mismo momento de producirse la bifurcación y no años después.
— Has actuado correctamente, Nathan. —El Profeta sonrió como un niño que ha complacido a su madre—. Acerca una silla y cuéntame esa bifurcación.
Nathan pareció contagiarse de su entusiasmo mientras acercaba una silla al escritorio. Entonces se dejó caer en ella y se retorció como un cachorro que juega con un palo. Margaret confió en que no tendría que hacerle daño para arrancarle ese palo de la boca.
— Nathan, ¿qué profecía se ha bifurcado?
— ¿Estás segura de que quieres saberlo, hermana Margaret? —preguntó a su vez Nathan, con un brillo malicioso en los ojos—. Las profecías son peligrosas. La última vez que expliqué una a una hermosa dama, miles de personas murieron. Tú misma lo dijiste.
— Nathan, por favor. Es tarde y esto es muy importante.
— No recuerdo exactamente las palabras —dijo el Profeta, ya sin regocijo.
Margaret no le creyó; cuando se trataba de profecías, Nathan veía mentalmente las palabras como si estuvieran grabadas en piedra.
— No te preocupes por eso. Ya sé que es muy difícil recordar todas las palabras. —La mujer trató de tranquilizarlo poniéndole una mano sobre el brazo—. Repítelas lo mejor que puedas.
— Bueno, veamos… —Nathan alzó la mirada al techo mientras se acariciaba el mentón con los dedos—. Es la que dice algo acerca del de D’Hara, que ensombrecerá el mundo contando sombras.
— Muy bien, Nathan. ¿Recuerdas más? —Margaret sabía que, probablemente, recordaba palabra por palabra, pero le gustaba hacerse de rogar—. Sería de gran ayuda.
El Profeta se quedó mirándola un instante, tras lo cual asintió.
— «Cuando el hálito del invierno flote en el aire, las sombras contadas florecerán. Si el heredero de la ira de D’Hara cuenta las sombras correctamente, su umbra oscurecerá el mundo. Pero, si se equivoca, lo pagará con la vida.»
Ciertamente era una profecía bifurcada. Ése había sido el primer día oficial del invierno. Margaret conocía la profecía en cuestión, aunque ignoraba qué podría significar. Mucho se había investigado y discutido abajo, en las criptas, sobre cuándo ocurriría esa profecía, que era motivo de gran inquietud.
— ¿Y qué bifurcación ha tomado la profecía?
— La peor posible —repuso Nathan, con gesto sombrío.
— ¿Caeremos bajo la férula del de D’Hara? —inquirió Margaret, manoseando un botón con los dedos.
— Deberías estudiar las profecías con más atención, hermana. La profecía sigue así: «Si se liberan las fuerzas en juego, se producirá un desgarro, y una aciaga ansia ensombrecerá el mundo. En ese caso, la esperanza de salvación será tan delgada como la hoja blanca del nacido para la Verdad». —El Profeta se inclinó hacia la mujer y susurró—: Esa ansia más aciaga únicamente puede referirse al Señor del Caos.