La bestia sonrió mostrando unos colmillos largos y afilados. Rachel se quedó sin respiración, los hombros empezaron a temblarle, y los ojos se le abrieron de par en par. ¡La bestia se reía! La niña podía oír cómo los latidos de su corazón le resonaban en los oídos.
— Papá… —gimió en voz muy baja.
Chase ni la miró, sino que se limitó a hacerla callar. La cosa pasó una pierna por encima del muro y se dejó caer, sin dejar de mirar a la niña y de reír. Entonces posó sus relucientes ojos en Chase y en Zedd, siseó y volvió a reír mientras se encorvaba.
Rachel tiró de la pernera del pantalón de Chase y pugnó por hablar con voz audible.
— Papá… Se está acercando.
— Muy bien, Rachel. Zedd, aún no sé…
Lanzando un aullido, la bestia saltó hacia campo abierto y corrió. No se veía más que una raya negra desdibujada. Rachel gritó. Chase giró sobre sus talones justo cuando la cosa lo golpeaba. Las garras relampaguearon en el aire. Chase cayó al suelo y la bestia se lanzó contra Zedd.
El mago agitó los brazos como aspas de molino. De sus dedos brotaban relámpagos que rebotaban en la bestia negra y levantaban tierra o piedra allí donde impactaban. La bestia tiró a Zedd al suelo.
Entonces, riendo con un sonoro aullido, volvió a saltar sobre Chase, que justo empuñaba el hacha que llevaba al cinto. Rachel gritó de nuevo cuando esas garras desgarraron la carne de Chase. La bestia era más rápida que ningún animal que la niña hubiese visto jamás. Sus garras no eran más que una mancha borrosa.
Rachel estaba aterrorizada; la cosa estaba haciendo daño a Chase. Después de arrebatar el hacha de manos del guardián, lanzó su horrible carcajada. Estaba haciendo daño a Chase. Rachel apretaba entre los dedos la cerilla encantada.
La niña dio un salto hacia adelante y acercó la cerilla a la espalda de la bestia, al tiempo que gritaba las palabras mágicas que la encenderían: «¡Luz para mí!».
El monstruo negro quedó envuelto en llamas y lanzó un espeluznante chillido mientras se volvía hacia la niña. Con la boca completamente abierta, daba chasquidos con los dientes, mientras el fuego prendía en él. La bestia volvió a reír, aunque no como se reía la gente por cosas divertidas; la suya era una risa que ponía la carne de gallina. Aún ardía cuando se encorvó y echó a andar hacia la niña. Rachel retrocedió.
Chase gruñó al lanzar una de las cachiporras guarnecida de pinchos afilados. La cachiporra fue a darle en la espalda y se le quedó clavada en un hombro. La bestia se volvió hacia Chase y se rió mientras movía una garra hacia atrás y se arrancaba el arma. Acto seguido fue a por Chase.
Pero Zedd se había recuperado, y de sus dedos partían lenguas de fuego, lo que inflamó aún más a la bestia. Pero ésta se limitó a reírse de Zedd. El fuego se extinguió. Excepto por el humo que desprendía, el cuerpo de la bestia tenía exactamente el mismo aspecto que antes. De hecho, incluso antes de que Rachel le hubiera prendido fuego, parecía oscuro de haber sido quemado.
Chase se puso en pie. A Rachel se le anegaron los ojos de lágrimas al ver que sangraba. El guardián cogió la ballesta que le colgaba de la espalda y, en un abrir y cerrar de ojos, disparó. El proyectil se estrelló contra el pecho de la bestia. Con una espeluznante risotada, ésta se lo arrancó.
El guardián arrojó la ballesta, desenvainó la espada que llevaba a la espalda y se abalanzó sobre el monstruo, saltando sobre él mientras golpeaba. Pero la bestia se movió tan rápidamente que Chase falló. Zedd, por su parte, hizo algo que la desequilibró. Chase se puso delante de Rachel y la empujó por la espalda con una mano, mientras que con la otra mantenía la espada presta.
La cosa se puso de nuevo en pie y miró a todos ellos uno a uno.
— ¡Caminad! —gritó Zedd—. ¡No corráis! ¡No os quedéis quietos!
Chase agarró a Rachel por la muñeca y echó a andar hacia atrás. Zedd lo imitó. La bestia negra dejó de reír y los miró uno a uno, parpadeando. Chase jadeaba. Tanto la túnica de piel curtida como la cota de malla que la cubría mostraban desgarros producidos por las garras. Rachel sintió ganas de echarse a llorar al ver cuánta sangre tenía encima, tanta que le fluía por el brazo hasta la mano. La niña no quería que Chase sufriera daño alguno, pues lo amaba con todas sus fuerzas. Apretó con más fuerza a Sara y la cerilla encantada.
— Sigue andando —ordenó Zedd a Chase. El mago se había detenido.
La bestia negra miró a Zedd, quieto, y esbozó una amplia sonrisa que dejó al descubierto sus afilados colmillos. Nuevamente lanzó esa espeluznante risa, y sus garras hendieron la tierra cuando se lanzó en tromba contra el mago.
Zedd alzó las manos. Tierra y hierba saltaban en el aire alrededor de la bestia. Algo la elevó, y unos rayos de luz azul impactaron en ella desde todas partes antes de caer de nuevo al suelo con un ruido sordo. Humeaba, pero lanzó su aullido de risa.
Algo más sucedió; Rachel no sabía qué era, pero la bestia se quedó quieta con los brazos extendidos al frente, como si tratara de correr pero tuviera los pies pegados al suelo. Zedd movía los brazos en círculos y, nuevamente, los alzó bruscamente. El suelo tembló como por efecto de los truenos, y destellos de luz golpearon a la bestia. Ésta rió, se oyó un ruido como de madera que se rompía, y la cosa avanzó hacia Zedd.
El mago echó a andar otra vez. La bestia se paró y frunció el entrecejo. Entonces, el mago se detuvo y alzó los brazos. Una terrible bola de fuego surcó el aire en dirección a la bestia, que corría hacia Zedd. La bola de fuego emitió un alarido y fue creciendo mientras se aproximaba a la bestia oscura.
El impacto fue tan tremendo que el suelo tembló. La luz azul y amarilla era tan intensa que Rachel tuvo que entrecerrar los ojos, mientras andaba hacia atrás. La bola de fuego fue ardiendo sin moverse de sitio, rugiendo salvajemente.
La bestia emergió del fuego, humeando. Los hombros le temblaban como si se estuviera carcajeando. Las llamas se extinguieron dejando pequeñas chispas que flotaban en el aire.
— ¡Cáspita! —exclamó el hechicero, echando a andar hacia atrás.
Rachel no sabía qué significaba «cáspita», pero Chase le había advertido que no dijera esa palabra delante de niños. Rachel no sabía por qué. Ahora, el cabello blanco y ondulado del mago se veía enmarañado y desgreñado.
Rachel y Chase habían ido avanzando por un sendero entre los árboles y se encontraban muy cerca de la puerta. Zedd reculaba hacia ellos, mientras la cosa negra vigilaba. Cuando el mago se paró, la bestia se le lanzó de nuevo.
Un muro de llamas le cortó el paso. En el aire flotaba el olor a humo y un rugido. La bestia atravesó el muro de fuego. Zedd levantó otro, pero la cosa lo atravesó también.
Cuando el mago empezó de nuevo a andar, la bestia se detuvo junto a un murete cubierto de plantas trepadoras y observó. Las enredaderas se separaron del muro por sí solas y, de pronto, comenzaron a crecer y a rodear a la bestia, que se mantenía quieta. Zedd casi los había alcanzado.
— ¿Adónde vamos? —preguntó Chase.
Zedd se volvió. Parecía cansado.
— Intentaré encerrarlo aquí —respondió.
La bestia se debatía entre las enredaderas, que tiraban de él hacia el suelo. Mientras trataba de desenredarse con sus afiladas garras, los tres humanos atravesaron el gran umbral. Chase empujó una de las enormes puertas de oro, Zedd la otra, y juntos las cerraron.
Al otro lado se oyó un aullido, seguido por un gran estrépito. En la puerta se formó una gran abolladura que lanzó a Zedd al suelo. Chase colocó una mano sobre cada uno de los batientes y empujó con todo su peso, mientras la bestia aporreaba la puerta desde el otro lado.
La cosa arañaba la puerta, produciendo un horrible sonido de metal al rechinar. Chase estaba cubierto de sudor y sangre. Zedd se levantó de un salto y corrió a ayudarlo a mantener las puertas cerradas.