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— ¿Y todavía preguntas? —inquirió Richard, risueño—. Justamente eso es una aventura: estar metido en líos.

— Pues ya he tenido aventuras suficientes para el resto de mi vida.

En los ojos grises de Richard apareció una mirada distante.

— Yo también —dijo.

Los ojos de la mujer se posaron en la barra de piel color rojo que le colgaba de una cadena de oro al cuello. La mujer se echó hacia atrás y tomó un pedazo de queso de una bandeja. Su rostro se iluminó mientras se lo llevaba a la boca.

— Tal vez podríamos inventarnos una historia que parezca una auténtica aventura. Una corta.

— Por mí, de acuerdo. —Richard dio un mordisco al pedazo de queso que Kahlan le ofrecía. Inmediatamente, lo escupió en la mano y puso gesto agrio—. ¡Es horrible! —susurró.

— ¿De veras? —Kahlan olió el trozo de queso que continuaba sosteniendo en una mano y le dio un pequeño mordisco—. Bueno, a mí no me gusta el queso, pero sabe igual que siempre. No creo que esté estropeado.

— Pues yo sí —Richard seguía haciendo una mueca de asco.

La mujer se quedó un momento pensativa, tras lo cual frunció el entrecejo.

— Ayer tampoco te gustó el queso que te ofrecieron en el Palacio del Pueblo. Y, según Zedd, estaba perfectamente.

— ¡Perfectamente! ¡Sabía a diablos! Yo lo sé mejor que nadie; me encanta el queso. Lo como mucho y sé distinguir cuándo está malo.

— Bueno, yo lo aborrezco. Tal vez estás empezando a acomodarte a mis gustos.

— Podría ser peor —comentó Richard, risueño, al mismo tiempo que enrollaba un pimiento asado en un trozo de pan de tava.

Mientras le devolvía la sonrisa, la mujer vio a dos cazadores que se acercaban y tensó la espalda. Richard, notando su reacción, se puso derecho.

— Son dos hombres de Chandalen. Me pregunto qué querrán. Sé un buen chico, ¿de acuerdo? Prefiero no tener aventura alguna —dijo Kahlan, guiñándole un ojo.

Sin sonreír ni responder, Richard se volvió para mirar a los dos hombres. Los cazadores se detuvieron frente a Kahlan, al borde de la plataforma. Tras plantar con firmeza el extremo romo de sus lanzas en el suelo, se apoyaron en ellas con ambas manos y evaluaron a Kahlan con ojos ligeramente entornados y leves sonrisas, tensas, que no eran del todo hostiles. El que estaba más cerca se colocó el arco más arriba en el hombro y le tendió una mano con la palma hacia arriba.

Kahlan contempló la mano. Sabía qué significaba tender una mano abierta sin arma alguna, y miró al cazador, confusa.

— ¿Aprueba esto Chandalen?

— Somos los hombres de Chandalen, no sus niños —respondió el cazador, sin retirar la mano.

Tras observarla un instante, Kahlan la frotó con su propia palma. La sonrisa del hombre barro se hizo más amplia y propinó a la mujer un ligero cachete.

— Fuerza a la confesora Kahlan. Me llamo Prindin, y éste es mi hermano, Tossidin.

Kahlan dio una bofetada a Prindin y le deseó asimismo fuerza. Acto seguido, Tossidin le tendió la palma, que ella acarició con la suya. También Tossidin la golpeó y le deseó mucha fuerza. Ambos hermanos poseían una sonrisa muy agradable. Sorprendida por tanta simpatía, Kahlan devolvió el golpe y el saludo. Entonces miró a Richard. Los hermanos repararon en esa mirada y saludaron asimismo al joven.

— Queríamos decirte que hoy has hablado con fortaleza y honor —dijo Prindin—. Chandalen es un hombre duro, y cuesta llegar a conocerlo, pero no es malo. Simplemente se preocupa mucho por su gente y quiere protegerla de todo mal. Ésta es nuestra misión: proteger a nuestra gente.

— Richard y yo también somos gente barro —le recordó la mujer.

— Así lo han proclamado los ancianos, por lo que os protegeremos a ambos del mismo modo que a cualquiera de la aldea. —Los hermanos sonrieron.

— ¿Y Chandalen?

Prindin y Tossidin sonrieron, pero guardaron silencio. Ya recogían sus lanzas para marcharse, cuando Richard intervino.

— Diles que poseen unos arcos magníficos.

Por el rabillo del ojo, Kahlan vio cómo Richard contemplaba a ambos cazadores. La mujer tradujo sus palabras a Prindin.

Los hombres sonrieron y asintieron con la cabeza.

— Somos muy buenos arqueros.

— Diles que creo que sus flechas parecen muy bien hechas —dijo Richard, observando con cara inexpresiva a los dos hermanos—. Pregúntales si puedo examinar una.

Kahlan frunció el entrecejo antes de traducir.

Los hermanos se mostraron radiantes de orgullo. Prindin sacó una flecha de la aljaba y se la tendió a Richard. Kahlan reparó en que los ancianos se habían quedado en silencio. Richard hizo rodar la flecha entre los dedos. Sin manifestar emoción alguna, examinó el culatín, tras lo cual le dio la vuelta y se fijó en la punta de metal plana.

— Un trabajo muy bien hecho —comentó mientras devolvía el proyectil.

En tanto que Prindin se guardaba de nuevo la flecha en la aljaba, Kahlan le tradujo las palabras de Richard. El hombre barro deslizó una mano hasta media altura de la lanza y se apoyó ligeramente sobre ella.

— Si sabes disparar flechas, te invitamos a que vengas con nosotros mañana.

Savidlin intervino inmediatamente.

— La otra vez que estuvisteis aquí, Richard me dijo que tuvo que dejar su arco en la Tierra Occidental y que lo echaba de menos. Para darle una sorpresa, le he hecho uno para cuando volvierais. Es un regalo por enseñarme cómo construir tejados que no dejan pasar el agua. Lo tengo en mi casa. Iba a dárselo mañana. Díselo y dile que, si quiere, me gustaría acompañarlo mañana con algunos de mis cazadores. Así veremos si es tan bueno como dice —añadió con una sonrisa.

Los dos hermanos sonrieron y asintieron con entusiasmo. Se veían muy seguros del resultado del concurso. Kahlan tradujo a Richard las palabras de Savidlin.

El joven pareció sorprendido y emocionado por lo que había hecho Savidlin.

— La gente barro hace de los mejores arcos que he visto. Me siento honrado, Savidlin. Es muy generoso de tu parte. Me encantaría que mañana me acompañaras. Vamos a enseñarles cómo se dispara.

Los hermanos rieron al oír la última frase.

— Hasta mañana, entonces —se despidió Prindin.

Richard contempló cómo se marchaban con cara sombría.

— ¿A qué ha venido todo eso de las flechas? —quiso saber Kahlan.

— Pregunta a Savidlin si puedo ver sus flechas, y te lo explicaré —respondió Richard.

Savidlin le tendió su aljaba. Richard sacó un puñado de flechas y fue dejando de lado las que tenían una punta de madera fina y endurecida. Kahlan sabía que eran las envenenadas. Richard cogió un proyectil con punta metálica plana y dejó los demás.

— Dime qué ves —dijo a Kahlan, mostrándole la flecha.

La mujer la hizo rodar entre sus dedos, como le había visto hacer a él. Como no sabía qué se suponía que debía ver, se fijó en la punta y en el culatín del otro extremo. Finalmente se encogió de hombros.

— A mí me parece una flecha normal y corriente.

— ¿Normal y corriente? —Richard sonrió, tiró de una flecha de la aljaba asiéndola por el culatín y la sostuvo con la pequeña punta redonda hacia ella—. ¿Es como esta otra? —inquirió, enarcando una ceja.

— Bueno, no. Ésta tiene la punta pequeña, larga, delgada y redonda, mientras que la otra tiene una punta de metal, como la de Prindin.

— No, no son iguales —la corrigió Richard, sacudiendo lentamente la cabeza. El joven guardó la flecha con la punta de madera, cogió de manos de Kahlan la otra y le mostró el culatín—. ¿Ves esto? Es para que encaje la cuerda del arco y pueda deslizarse arriba y abajo. ¿No te dice nada? —Kahlan negó con la cabeza—. Algunas flechas llevan plumas en espiral para poder rotar. Algunos creen que de este modo aumentan su poder. No sé si es cierto, pero no importa ahora. Todas las flechas de la gente barro llevan plumas rectas, lo cual les da estabilidad en el vuelo; se clavan en la misma posición en la que son disparadas.