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Richard apartó la mirada y se quedó un momento en silencio.

— Escarlata me dejó en el valle al otro lado de los cerros que rodean las Fuentes Ígneas. Luego atravesé la cueva —explicó, sin mirarla.

Kahlan se apartó un mechón de pelo del rostro.

— ¿Y había realmente una bestia en la cueva? ¿Un Shadrin?

Richard soltó un profundo suspiro mientras recorría con la mirada el área abierta.

— Sí, y más cosas. —Kahlan posó una mano sobre su hombro. Él la tomó y le besó el dorso, con la mirada aún perdida—. Pensé que iba a morir allí, solo. Creí que nunca más volvería a verte. —El joven pareció que se sacudía de encima ese recuerdo y, recostándose sobre un codo, se quedó mirándola con una sonrisa torcida.

»El Shadrin me dejó algunas cicatrices que aún no han curado. Pero tendría que quitarme los pantalones para enseñártelas.

— No me digas… —Kahlan emitió una risa gutural—. No estaría de más echar un vistazo… para asegurarme de que todo está bien.

De pronto, mientras lo miraba fijamente a los ojos, la mujer fue consciente de que la mayoría de los ancianos los observaban. El rostro se le arreboló. Rápidamente cogió una torta de arroz y le hincó el diente, aliviada de que no pudieran entender lo que decían. Ojalá que tampoco entendieran sus miradas. No debía olvidar dónde se encontraba. Richard volvió a sentarse erguido. Kahlan alcanzó un cuenco con costillas a la brasa que parecían ser de jabalí, y se lo colocó en el regazo.

— Toma, pruébalas. —Kahlan miró al grupo de las esposas, alzó la torta de arroz y sonrió—. Están deliciosas. —Ellas asintieron, satisfechas. Al posar de nuevo los ojos en Richard, vio que miraba fijamente el cuenco con la carne y que se había puesto blanco.

— Apártalo de mi vista —susurró el joven.

Kahlan frunció el entrecejo, cogió el cuenco y lo dejó a su espalda.

— ¿Richard, qué te pasa? —le preguntó, arrimándose a él.

— No lo sé. —El joven seguía con la mirada fija en su regazo, como si el cuenco siguiera allí—. Miré la carne y, de pronto, pude olerla. El olor me dio náuseas. Tuve la impresión de que era un animal muerto y de que iba a comerme el cadáver de un animal tendido ahí delante.

Kahlan no supo qué replicar. Ciertamente, Richard tenía mal aspecto.

— Creo que sé a qué te refieres. Una vez, cuando estaba enferma, me dieron de comer queso y yo lo devolví. Pero, como creían que era bueno para mí, cada día me daban más, y yo lo vomitaba; así hasta que me recuperé. Ésta es la razón por la que ahora odio el queso. Tal vez a ti te pasa algo parecido; aborreces la carne porque tienes dolor de cabeza.

— Es posible —repuso él, con voz débil—. He pasado mucho tiempo en el Palacio del Pueblo, y allí no se come carne. Como a Rahl el Oscuro no le gusta, mejor dicho gustaba, nadie la comía en palacio. Tal vez me he acostumbrado a prescindir de ella.

Kahlan le frotó la espalda mientras él hundía la cabeza entre ambas manos y se pasaba los dedos por el pelo. Primero queso y ahora carne. Sus hábitos alimenticios se estaban tornando muy peculiares… como los de un mago.

— Kahlan…, lo siento, pero tengo que ir a un sitio tranquilo. Este dolor me está matando.

La mujer le puso una mano en la frente; tenía la piel fría y húmeda. Parecía que iba a desplomarse de un momento a otro. Kahlan sintió el interior atenazado por la preocupación.

— Richard no se siente bien y tiene que ir a un sitio tranquilo. ¿Puede? —preguntó Kahlan al Hombre Pájaro, arrodillándose frente a él.

En un primer momento, el Hombre Pájaro creyó conocer la razón por la que querían irse de la fiesta, pero la sonrisa se borró de su rostro al ver la ansiedad de Kahlan.

— Llévalo a la casa de los espíritus. Allí nadie lo molestará. Avisa a Nissel, si crees que es necesario. Tal vez ha pasado demasiado tiempo a lomos del dragón —comentó con una media sonrisa—. Doy gracias a los espíritus de que mi vuelo de regalo fuese breve.

Kahlan asintió con la cabeza, incapaz de sonreír, y dio rápidamente las buenas noches a los demás. Después de recoger las mochilas de ambos, cogió a Richard por un brazo y lo ayudó a levantarse. El joven tenía los ojos cerrados y las cejas fruncidas por el dolor. Cuando éste remitió un poco, abrió los ojos, inspiró profundamente y echó a andar junto a Kahlan.

Entre las casas, las sombras eran muy densas, pero la luz de la luna les permitía ver por dónde iban. Los sonidos del banquete iban quedando atrás, sustituidos por el ruido que hacían las botas de Richard al arrastrarse lentamente por el seco suelo.

— Creo que ya estoy mejor —dijo, poniéndose algo más derecho.

— ¿Tienes dolores de cabeza a menudo?

— Soy famoso por mis dolores de cabeza —respondió Richard, con una sonrisa—. Mi padre me contó que mi madre solía tener unas migrañas como las mías, de esas tan fuertes que incluso sientes náuseas. Pero éste es distinto; nunca había tenido uno igual. Es como si algo dentro de mi cabeza tratara de salir. —Dicho esto, liberó a Kahlan del peso de su mochila y se la colgó al hombro—. Es mucho más intenso.

Caminando por los pasajes, llegaron al amplio espacio vacío que rodeaba la casa de los espíritus. Se trataba de un edificio aislado, y la luz de la luna se reflejaba en la techumbre de tejas que Richard había ayudado a construir a la gente barro. De la chimenea salían volutas de humo.

A un lado, junto a la puerta, una hilera de pollos dormían posados encima de un muro bajo. Las aves observaron cómo Kahlan abría la puerta y franqueaba el paso a Richard, se sobresaltaron ligeramente por el chirrido de los goznes y volvieron a tranquilizarse cuando los dos humanos entraron.

Richard se dejó caer delante del hogar. Kahlan sacó una manta, lo obligó a tumbarse y le colocó la manta debajo de la cabeza a modo de almohada. Luego, mientras se sentaba con las piernas cruzadas a su lado, él se cubrió los ojos con el dorso de las muñecas.

— Creo que debería ir a buscar a Nissel. Tal vez una curandera pueda hacer algo por ti —dijo Kahlan, sintiéndose impotente.

— No, estoy bien. Sólo tenía que alejarme de todo ese barullo. —El joven sonrió sin apartar el brazo de los ojos—. ¿Te das cuenta de que somos unos aguafiestas? Cada vez que acudimos a una, pasa algo.

Kahlan recordó todas las celebraciones a las que habían asistido juntos.

— Tienes razón —admitió, frotándole el pecho con una mano—. Y creo que la única solución es que estemos solos.

— Me encantaría —replicó Richard, y le besó la mano.

Kahlan envolvió su gran mano entre las suyas deseando sentir su calor mientras lo miraba descansar. Excepto por el lento crepitar del fuego, en la casa de los espíritus reinaba el más absoluto de los silencios. La mujer escuchaba la respiración lenta y regular del joven.

Al rato, Richard retiró suavemente la mano y alzó la vista hacia ella. Al hacerlo, la luz de las llamas se reflejó en sus ojos. Inconscientemente, la mente de Kahlan registró algo en su rostro, en concreto en sus ojos, que trataba de decirle algo. Se le antojaba alguien conocido, pero ¿quién? Sus pensamientos le susurraban un nombre, pero la mujer no lo oía con claridad. Kahlan le apartó el cabello de la frente. Ahora ya no tenía la piel tan fría.

— Se me acaba de ocurrir algo —dijo Richard, incorporándose—. He pedido permiso a los ancianos para casarme contigo, pero no te he preguntado a ti.

Kahlan sonrió.

— No, no lo has hecho.

De pronto, Richard pareció incómodo e inseguro de sí mismo. Su mirada vagó ligeramente.

— Lo siento. He sido un estúpido. Debería habértelo pedido a ti primero. Espero que no estés enfadada. Me temo que no soy muy bueno en esto; es la primera vez que lo hago.

— Yo también.

— Supongo que éste no es el lugar más romántico para declararme. Debería ser un lugar muy hermoso.