— Para mí, allí donde tú estés es el lugar más hermoso del mundo.
— Y supongo que debo de estar ridículo pidiéndote que te cases conmigo tumbado y con migraña.
— Si no me lo pides de una vez, Richard Cypher, voy a tener que arrancarte las palabras —susurró la mujer.
Finalmente, los ojos de Richard se posaron en los de Kahlan con tal intensidad que la mujer casi se quedó sin aliento.
— Kahlan Amnell, ¿quieres casarte conmigo?
Inesperadamente, Kahlan se dio cuenta de que no podía hablar. Cerró los ojos y besó los suaves labios de Richard, mientras una lágrima le corría por la mejilla. El joven la envolvió en sus brazos y la estrechó con fuerza contra su cálido cuerpo. Al fin, Kahlan recuperó el habla.
— Sí —respondió, y lo besó de nuevo—. Sí, sí, sí.
La mujer recostó la cabeza contra el hombro de Richard. Mientras éste le acariciaba el cabello, ella escuchaba su respiración y el crepitar del fuego. Abrazándola con ternura, le besó la coronilla; sobraban las palabras. Kahlan se sentía segura entre sus brazos.
Fue entonces cuando dio rienda suelta a su dolor: el dolor de amar a Richard más que a su vida misma y de creer que había sido torturado hasta morir por una mord-sith antes de tener la oportunidad de decírselo; el dolor de creer que nunca podrían estar juntos porque ella era una Confesora y su poder lo destruiría; el dolor de necesitarlo tanto y de amarlo incontrolablemente.
A medida que su angustia se iba consumiendo, ésta era reemplazada por la dicha que le producía lo que le esperaba: toda una vida juntos. La perspectiva le causaba tal excitación que apenas podía respirar. Kahlan se aferró a Richard y deseó fundirse con él, ser uno con él.
La mujer sonrió. Así sería estar casados: ser uno con él; tal como Zedd le dijo en una ocasión: hallar la otra mitad de uno mismo.
Cuando, al fin, levantó la mirada, había una lágrima en el rostro de Richard. Kahlan se secó las lágrimas de las mejillas, y él hizo lo propio. Kahlan confió en que esas lágrimas significaban que Richard también se había liberado de sus demonios.
— Te quiero, Richard —susurró.
Richard la atrajo hacia sí, y sus dedos dibujaron una estela a lo largo de la columna de la mujer.
— Es frustrante que no existan palabras más adecuadas que «te quiero» —dijo el joven—. No bastan para definir lo que siento por ti. Lamento no poder decirte otras.
— Para mí, bastan.
— Entonces, te quiero, Kahlan. Mil veces, un millón de veces, te quiero, y siempre te querré.
Kahlan escuchó el chasquido y el estallido de las llamas, así como los latidos del corazón de su amado y también del suyo. Richard la acunó suavemente. Kahlan deseó quedarse allí, entre sus brazos, para siempre. De pronto, el mundo le parecía un lugar maravilloso.
Richard la cogió por los hombros y la apartó de sí para contemplarla. Sus labios esbozaron una maravillosa sonrisa.
— No puedo creer lo hermosa que eres. Eres la mujer más bella que he conocido. —Con una mano le acarició el cabello—. Me alegro de no habértelo cortado cuando me lo pediste. Tienes un pelo maravilloso. No lo cambies nunca.
— Soy una Confesora, ¿recuerdas? Mi pelo es símbolo de mi poder. Además, yo no puedo cortármelo. Sólo otros pueden.
— Mejor. Yo nunca te lo cortaré. Me encanta tal como eres, poder incluido. Me gustó esa melena tuya desde el primer momento en que te vi, en el bosque del Corzo.
Kahlan sonrió al recordar ese día. Richard la había ayudado a escapar de una cuadrilla. Le había salvado la vida.
— Parece que fue hace mucho tiempo. ¿Echas de menos ese tipo de vida? ¿Ser un simple guía de bosque, sin preocupaciones? Además de soltero —añadió con una sonrisa coqueta.
— Ser soltero, no. Al menos, no teniéndote a ti como esposa. ¿Pero ser un guía de bosque? Quizás un poco. —Richard clavó la mirada en el fuego—. Supongo que, para bien o para mal, soy el verdadero Buscador. Poseo la Espada de la Verdad y las responsabilidades que ésta conlleva, sean cuales sean. ¿Crees que podrás ser feliz siendo la esposa del Buscador?
— Contigo sería feliz viviendo incluso en un tronco hueco. Pero Richard, me temo que sigo siendo la Madre Confesora y yo también tengo responsabilidades.
— Bueno, ya me explicaste qué significa ser Confesora: que, al tocar a alguien, tu poder destruye para siempre a esa persona y ésta únicamente siente una absoluta y mágica devoción hacia ti, sólo vive para cumplir tus deseos. Así es como logras que los criminales confiesen o, ya puestos, que hagan cualquier cosa que tú quieras. ¿Qué otras responsabilidades tienes?
— No te he dicho todo lo que comporta ser la Madre Confesora. Hasta ahora no era importante, pues estaba convencida de que nunca podríamos estar juntos. Creía que íbamos a morir o, si por milagro vencíamos, regresarías a la Tierra Occidental y nunca volvería a verte.
— ¿Te refieres a eso de que eres más que una reina?
— Sí. El Consejo Supremo de Aydindril está formado por representantes de los países más destacados que conforman la Tierra Central. Podría decirse que el consejo gobierna la Tierra Central. Aunque cada país es independiente, deben acatar las decisiones del Consejo Supremo. De este modo, mediante la Confederación de Países, se protegen los objetivos comunes y se mantiene la paz. En vez de luchar, se dialoga. Si un país ataca a otro, se considera un ataque contra la unidad, contra todos, y todos los demás se unirían para repeler la agresión. Reyes, reinas, gobernantes, funcionarios, comerciantes, etc., presentan sus peticiones ante el Consejo Supremo: acuerdos comerciales, tratados fronterizos, acuerdos sobre magia. La lista de demandas y peticiones es interminable.
— Entiendo. En la Tierra Occidental tenemos algo similar. El consejo gobierna del mismo modo. Aunque la Tierra Occidental no es tan grande como para estar dividida en reinos, tiene distritos que se gobiernan a sí mismos, y todos están representados por consejeros en la ciudad del Corzo.
»Mi hermano fue uno de estos representantes y después Primer Consejero, por lo que, indirectamente, conozco los asuntos de gobierno. Veía a los consejeros acudir de distintos lugares para presentar peticiones. Al ser guía, me ocupaba de conducirlos por el bosque hasta la ciudad del Corzo. Aprendí mucho hablando con ellos.
»¿Qué papel desempeña exactamente la Madre Confesora? —inquirió Richard, cruzándose de brazos.
— Bueno, el Consejo Supremo gobierna la Tierra Central… —Kahlan carraspeó y bajó los ojos hasta las manos que tenía en el regazo—, y la Madre Confesora dirige el Consejo Supremo.
— ¿Me estás diciendo que gobiernas a todos los reyes y reinas? —Richard descruzó los brazos—. ¿Que gobiernas todos los países? ¿Toda la Tierra Central?
— Pues… sí, en cierto modo, sí. Verás, no todos los países están representados en el Consejo Supremo. Algunos son demasiado pequeños, como el Tamarang de la reina Milena y la tierra de la gente barro, y hay otros pocos que son reinos de magia, como el reino de los geniecillos nocturnos, por ejemplo. La Madre Confesora defiende los intereses de esos reinos menores. Si lo dejaran, el Consejo Supremo decidiría repartir esas tierras entre sus miembros, y con sus ejércitos lo lograrían fácilmente. Únicamente la Madre Confesora representa a quienes no tienen ni voz ni voto en el consejo.
»Otro problema es que a menudo surgen desavenencias entre los países. Algunos son enemigos acérrimos desde tiempos inmemoriales. Muchas veces, el consejo llega a un punto muerto porque los soberanos, o sus representantes, se empeñan en imponer a toda costa sus demandas, en detrimento del bien común de la Tierra Central. El único interés de la Madre Confesora es el bien común.
»Sin la autoridad central del Consejo Supremo, los diferentes países se disputarían el poder. La Madre Confesora contrarresta dichos intereses particulares con una visión más general, con su guía y su liderazgo.