La pesada puerta se abrió de golpe detrás de Kahlan y se estrelló contra la pared de la casa de los espíritus. Al mismo tiempo, la mujer oyó el inconfundible sonido metálico de la Espada de la Verdad al ser desenvainada en un acceso de cólera. La negra cabeza giró bruscamente hacia Richard, y los ojos dorados relucieron de nuevo a la luz de la luna. El Buscador la cogió por el brazo y la arrastró de nuevo al interior de la casa. Cuando la puerta rebotó, tras pegar contra el muro, Richard la cerró de un puntapié tras él.
Al otro lado de la puerta, Kahlan oyó carcajadas, seguidas por un choque contra la puerta. La mujer se puso de pie, empuñando el cuchillo. A través de la puerta pudo oír el silbido de la punta de la espada y cuerpos que chocaban contra el muro de la casa de los espíritus, todo ello acompañado por estridentes risas.
La Confesora se lanzó contra la puerta, la abrió con un hombro y rodó fuera. Mientras se levantaba de un salto, vio una pequeña forma oscura que se precipitaba hacia ella. Kahlan trató de apuñalarla, pero falló.
Nuevamente atacó, pero, antes de que llegara hasta ella, Richard la interceptó de un puntapié y la lanzó contra el corto muro. A la luz de la luna, la Espada de la Verdad centelleó hacia la sombra, aunque únicamente halló pared. El aire se llenó de una lluvia de fragmentos de adobes y yeso. La bestia se rió a carcajadas.
Richard tiró rápidamente de Kahlan hacia atrás, y la forma oscura la pasó rozando. La mujer notó cómo el cuchillo desgarraba algo duro, como hueso. Una garra le pasó a pocos centímetros de la cara, seguida por la espada, que falló.
Richard jadeaba mientras sus ojos trataban de penetrar la oscuridad. La sombra surgió de improviso, como de la nada, y lo lanzó al suelo. Dos formas oscuras forcejearon en el suelo. Kahlan no sabía cuál era Richard y cuál el atacante. Las garras levantaban tierra, tratando de hundirse en el cuerpo del joven.
Con un gruñido, Richard lanzó a la cosa por encima del muro. Al instante, ésta saltó sobre el borde y se quedó allí, riéndose socarronamente y contemplando con centelleantes ojos dorados cómo los dos humanos retrocedían. Al empezar a caminar hacia atrás, se quedó silenciosa.
En el aire zumbaron de pronto las flechas. Un instante después, una docena de éstas se clavaron con un ruido sordo en el negro cuerpo. Todas dieron en el blanco. Casi enseguida, otras doce hicieron lo propio. Encaramada sobre el muro, atravesada por flechas como si fuese un acerico, la bestia lanzó una risa resollante.
Kahlan se quedó boquiabierta al contemplar a la bestia arrancarse, como si nada, un puñado de flechas clavadas en el pecho. La cosa se rió de ellos amenazadoramente y parpadeó cuando empezaron a retroceder. La mujer no lograba comprender por qué se quedaba allí, expuesta. Otra andanada de proyectiles impactó en el oscuro cuerpo. La bestia, sin prestarles atención, saltó al suelo.
Una figura oscura se adelantó empuñando una lanza. Desde la sombra del muro, la bestia se lanzó contra el hombre. El cazador le arrojó la lanza. Con una velocidad imposible, la forma oscura la eludió agachándose hacia un lado y atrapó la lanza en el aire. Mientras reía, rompió de un mordisco el asta en dos. El cazador que la había arrojado reculó, con lo que la bestia pareció perder interés en él y se volvió de nuevo hacia Kahlan y Richard.
— Pero ¿qué está haciendo? —susurró Richard—. ¿Por qué se detiene? ¿Por qué se limita a observarnos?
La respuesta la invadió con un frío estremecimiento.
— Es un aullador —susurró a su vez Kahlan más para sí que para él—. Que los buenos espíritus nos protejan; es un aullador.
Ella y Richard retrocedieron agarrándose mutuamente por la manga de sus respectivas camisas, sin perder de vista al aullador.
— ¡Marchaos! —gritó Kahlan a los cazadores—. ¡Caminad! ¡No corráis!
Los cazadores respondieron con otra andanada de flechas.
— Por aquí —dijo Richard—. Entre los edificios, donde está oscuro.
— Richard, esa cosa ve mejor en la oscuridad que nosotros con luz. Es una bestia del inframundo.
El Buscador miró intensamente al aullador, de pie en el calvero, bañado por la luz de la luna.
— Te escucho —dijo al fin—. ¿Qué podemos hacer?
— No lo sé, pero no debemos correr ni tampoco quedarnos quietos, pues ambas cosas atraen su atención. Creo que el único modo de acabar con él es hacerlo pedazos.
— ¿Y qué crees que trataba de hacer? —Richard le lanzó una furibunda mirada.
— Quizá deberíamos ir por donde tú dices. —Kahlan contempló el estrecho corredor entre los edificios—. Tal vez él se quede allí y podamos huir. Y, si no, al menos lo alejaremos de los demás.
El aullador observó cómo retrocedían, tras lo cual echó a trotar tras ellos con una pérfida sonrisa.
— No hay nada sencillo —masculló Richard.
Ambos fueron reculando por el estrecho callejón formado por muros lisos y revocados, con el aullador a la zaga. Kahlan distinguió el oscuro grupito de cazadores que lo seguía y oyó los latidos de su corazón.
— Te dije que te quedaras dentro de la casa de los espíritus. ¿Por qué no te quedaste donde estabas a salvo?
La mujer reconoció el tono colérico que nacía de la magia de la espada. Tenía la mano con la que se aferraba a la manga de Richard húmeda y caliente, y al mirar se dio cuenta de que la sangre le manaba del brazo hasta la mano.
— Porque te quiero, tonto. No te atrevas a hacerme nunca más algo parecido.
— Si salimos de ésta, te daré una buena zurra en el trasero.
— Si salimos de ésta, dejaré que lo hagas. Por cierto, ¿y tu dolor de cabeza?
— No sé. Por un momento apenas me deja respirar y, al siguiente, desaparece. Cuando se marchó sentí la presencia de la bestia al otro lado de la puerta y oí esa horrible risa suya.
— Tal vez creíste que la sentías porque la oíste.
— No sé. Es posible. Pero fue una sensación muy extraña.
Seguían retrocediendo por el sinuoso callejón. Kahlan lo arrastró por la manga hacia un pasaje lateral, más oscuro. La luna iluminaba un muro a su izquierda. Con un respingo, vio la forma oscura del aullador, que avanzaba raudo sobre el muro, como un enorme bicho negro. La mujer tuvo que obligarse a coger aire.
— ¿Cómo puede hacer eso? —susurró Richard.
Pero ella no tenía respuesta. A su espalda aparecieron antorchas; los cazadores los estaban rodeando para tratar de aislar al atacante. Richard miró alrededor.
— Si se acercan demasiado, el aullador hará una masacre con ellos. —Ahora los cazadores entraron en una intersección de callejones iluminada por la luna—. Kahlan, no podemos permitirlo. Ve y quédate detrás de ellos —dijo, mirando a un grupo de cazadores que se aproximaba por la derecha con antorchas.
— Richard, no pienso dejarte solo.
— ¡Haz lo que te digo! ¡Vamos! —ordenó el joven, dándole un empujón.
Su tono de voz la sobresaltó. Involuntariamente retrocedió. Richard se quedó inmóvil a la luz de la luna, sosteniendo la espada con ambas manos y la punta hacia el suelo. Entonces miró al aullador, encaramado sobre el muro. Éste se rió como si de pronto reconociera a quien tenía delante.
La bestia se soltó, se dejó caer al suelo y aterrizó en la oscuridad con un ruido sordo.
Kahlan vio que Richard observaba con las mandíbulas apretadas en gesto de cólera la mancha que se le venía encima, levantando una nube de polvo. La punta de la espada seguía apuntando al suelo.
«Esto no puede estar pasando —se dijo Kahlan—. Justo cuando todo se ha arreglado por fin. Esa bestia podría muy bien matarlo, y eso sería el final de todo.» Esa perspectiva la dejó sin respiración. La Cólera de Sangre bulló en su interior y brotó a la superficie. Sentía un cosquilleo en la carne.
El aullador saltó en el aire hacia Richard. Súbitamente, la punta de la espada apuntó hacia arriba y empaló a la forma oscura, que se agitaba. Kahlan vio que de la espalda de la bestia sobresalían casi cuarenta centímetros de acero, que relucían a la luz de la luna. De nuevo, el aullador lanzó su horrible carcajada. Con las garras aferró la espada y se fue arrastrando por ella, hacia arriba, en dirección a Richard. El filo cercenó varios de los garrudos dedos con los que la bestia se aferraba al arma. Richard describió un poderoso arco, con el que lanzó al aullador contra el muro.