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Sin embargo, el monstruo volvió a la carga de inmediato. Richard lo esperaba blandiendo su espada. Una oleada de pánico y de ira invadió a Kahlan. Sin siquiera darse cuenta de lo que hacía, alzó el puño hacia la bestia que trataba de matar a Richard, el hombre al que amaba y el único al que amaría.

La espada completaba su trayectoria, y la bestia casi había alcanzado a Richard. Kahlan sintió cómo el poder brotaba de su interior en una furiosa oleada, y lo dejó fluir. Una fantasmagórica luz azul explotó de su puño, rasgando la noche con un cegador estallido de luz diurna azulada.

La espada y el rayo de luz impactaron en la bestia al unísono, y el aullador explotó, lo que provocó una lluvia de pedazos negros sin sangre. Kahlan había visto hacer lo mismo a la Espada de la Verdad, pero con carne viva; no sabía si esta vez lo había hecho la espada o su rayo de luz azul.

En el súbito silencio, el estruendo del rayo seguía resonando en los oídos de la mujer. Inmediatamente corrió hacia Richard y lo abrazó al mismo tiempo que el joven se encorvaba, jadeando.

— ¿Estás bien?

Richard le devolvió el abrazo con la mano que tenía libre y asintió. Kahlan lo mantuvo abrazado largos minutos, mientras los cazadores, provistos de antorchas, daban vueltas alrededor, gritando. Richard guardó la espada en su vaina. A la luz de las antorchas, Kahlan distinguió un profundo corte de bordes irregulares en la parte superior del brazo del joven. Con un trozo de manga, improvisó una venda para detener la sangre.

Entonces volvió su atención a los cazadores, todos sin excepción sujetaban una flecha o una lanza presta.

— ¿Están todos bien? —preguntó.

— Sabía que nos traeríais problemas —replicó Chandalen, colocándose bajo la luz de las antorchas.

Kahlan escudriñó con dureza la cara del hombre, tras lo cual se limitó a darle las gracias a él y a sus hombres por tratar de ayudar.

— Kahlan, ¿qué era esa cosa? ¿Y qué es eso que hiciste, por todos los espíritus? —inquirió Richard, incapaz de mantenerse en pie.

— Creo que se conoce con el nombre de aullador —respondió ella mientras le pasaba un brazo alrededor de la cintura—. Y en cuanto a lo que hice, no estoy del todo segura.

— ¿Un aullador? ¿Qué es un au…?

Richard se llevó las manos a las sienes mientras cerraba los ojos con un estremecimiento y caía de rodillas. Kahlan fue incapaz de sostener su peso. Antes de que Savidlin pudiera correr en su ayuda y sujetarlo, Richard se dio de bruces en el suelo, donde soltó un grito.

— Savidlin, ayúdame a llevarlo a la casa de los espíritus y avisa a Nissel. Por favor, que se dé prisa.

Savidlin gritó a uno de sus hombres que corriera a buscar a la curandera. Entre él y otros hombres levantaron a Richard. Apoyado en su lanza, Chandalen se limitó a mirar.

Una procesión de antorchas desandó el sinuoso camino hasta la casa de los espíritus. Savidlin y sus cazadores llevaron dentro a Richard, lo dejaron frente al fuego y le colocaron una manta bajo la cabeza. Acto seguido, Savidlin mandó a sus hombres fuera y se quedó junto a Kahlan.

La mujer se arrodilló junto a Richard y, con manos temblorosas, le tocó la frente. Estaba cubierta por un sudor helado. El joven parecía inconsciente. Kahlan se mordió el labio e hizo esfuerzos por no llorar.

— Nissel lo curará. Ya verás —la tranquilizó Savidlin—. Es una buena curandera. Ella sabrá qué hacer.

Kahlan sólo pudo asentir. Richard farfullaba incoherencias al tiempo que agitaba la cabeza, como si buscara una posición en la que no sintiera dolor. Savidlin rompió el silencio al preguntar:

— Madre Confesora, ¿qué es lo que hiciste? ¿De dónde salió ese rayo?

— No estoy segura de cómo lo hice, pero es parte de la magia de una Confesora. Se denomina Cólera de Sangre.

Savidlin se quedó mirándola un instante mientras se sentaba en cuclillas y se rodeaba las rodillas con sus nervudos brazos.

— No sabía que una Confesora pudiera conjurar rayos.

— Yo misma no lo descubrí hasta hace unos días.

— ¿Y qué era esa bestia negra?

— Creo que una criatura del inframundo.

— Del mismo lugar del que vinieron las sombras la otra vez. —Kahlan asintió—. ¿Y qué buscaba?

— Lo siento, Savidlin, no tengo respuesta alguna. Pero, si viene otra, di a la gente que se aleje de ella. Que no se queden quietos ni corran; sólo que se alejen y vengan a avisarme.

El hombre barro meditó en silencio las palabras de Kahlan. Al fin, la puerta se abrió con un chirrido y apareció una figura encorvada flanqueada por dos hombres con antorchas. Kahlan se levantó de un salto y cogió la mano de la curandera.

— Nissel, gracias por venir.

— ¿Cómo está tu brazo, Madre Confesora? —preguntó la curandera, sonriendo y dando a Kahlan una palmadita en el hombro.

— Perfectamente, gracias a ti. Nissel, algo le ocurre a Richard; tiene unos terribles dolores de cabeza.

— Lo sé pequeña —dijo Nissel, sonriendo—. Echémosle un vistazo.

La curandera se arrodilló junto a Richard. Uno de los hombres que había acompañado a Nissel le tendió una bolsa de tela. Al dejarla en el suelo, los objetos que contenía tintinearon entre sí. La curandera ordenó a uno de los hombres que la alumbrara con la antorcha, retiró el vendaje ensangrentado y, con los pulgares, presionó para abrir la herida. Entonces miró la cara de Richard para comprobar si el joven lo sentía. Pero no era así.

— Aprovechando que duerme, primero le curaré la herida.

Después de limpiar la herida, la curandera la cosió bajo la silenciosa mirada de Kahlan y los tres hombres. Las antorchas chisporroteaban y siseaban, iluminando con cruda y titilante luz el interior de una casa de los espíritus casi vacía. Desde los estantes, los cráneos de los antepasados supervisaban la escena.

Hablando a ratos para sí, Nissel cosió la herida, colocó encima un emplasto que olía a resina de pino y, luego, aplicó un vendaje limpio en el brazo. Mientras rebuscaba en su bolsa, dijo a los hombres que podían marcharse. Al salir, Savidlin posó una mano sobre el hombro de Kahlan en gesto de simpatía y le dijo que se verían por la mañana.

Cuando se hubieron ido, Nissel dejó de revolver en la bolsa y alzó la mirada hacia Kahlan, diciendo:

— He oído que sois pareja. —Kahlan asintió—. Creía que tu naturaleza de Confesora te impedía amar a ningún hombre, porque tu poder lo tomaría al… hacer bebés.

Kahlan sonrió a la anciana por encima de Richard.

— Richard es especial; tiene magia que lo protege de mi poder. —Ambos habían prometido a Zedd que nunca revelarían la verdad: que lo que en realidad lo protegía era el amor que sentía por ella.

Nissel sonrió y, con una arrugada mano, tocó el brazo de Kahlan.

— Me alegro mucho por ti, pequeña. —Dicho esto volvió la atención a la bolsa y, por fin, sacó un puñado de pequeñas ampollas de cerámica cerradas con tapón—. ¿Le dan a menudo estos dolores de cabeza?