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— Me ha contado que, a veces, tiene migraña, pero que esta vez es distinto, que el dolor es más intenso, como si algo tratara de salir de su cabeza. Dice que nunca había tenido uno igual. ¿Podrás ayudarlo?

— Ya veremos.

Después de destaparlas, la curandera fue acercando una a una las ampollas a la nariz de Richard. Al fin, una lo despertó. Nissel olió el contenido para comprobar cuál era, tras lo cual asintió y rebuscó de nuevo en la bolsa.

— ¿Qué está pasando? —gimió Richard.

Kahlan se inclinó sobre él y le besó la frente.

— Nissel te va a curar el dolor de cabeza. Descansa.

Richard arqueó la espalda mientras apretaba con fuerza los ojos por efecto del dolor y se llevaba los puños, que le temblaban, a ambos lados de la cabeza.

La curandera le abrió a la fuerza la boca tirando de la barbilla hacia abajo con los dedos, y con la otra mano le introdujo dentro algunas hojas de pequeño tamaño.

— Dile que las mastique lentamente.

— Dice que mastiques las hojas; te aliviarán.

Richard asintió y, mientras obedecía, rodó sobre un costado, presa de un agónico dolor. Kahlan se apartó el pelo del rostro, peinándoselo con los dedos. Se sentía impotente y deseaba poder hacer más. Verlo sufrir de ese modo la aterraba.

Nissel vertió el líquido contenido en un odre en una taza grande y lo mezcló con polvos de otros tarros. A continuación, con la ayuda de Kahlan, se lo dio a beber a Richard. Al acabar, éste se dejó caer sobre el suelo, respirando entrecortadamente, pero sin dejar de masticar las hojas.

— La bebida lo ayudará a dormir —dijo Nissel, poniéndose en pie. Kahlan la imitó y le tendió la pequeña bolsa—. Si el dolor vuelve, que mastique más hojas.

Kahlan se encorvó ligeramente para no descollar tanto sobre la anciana.

— Nissel, ¿sabes qué le ocurre?

La curandera destapó una ampolla, la olió y luego la acercó a la nariz de la mujer. Olía a lilas y regaliz.

— Espíritu —respondió, escueta.

— ¿Espíritu? ¿Qué quieres decir?

— Padece una enfermedad del espíritu. No es ni la sangre ni su equilibrio ni su aire. Es el espíritu.

Kahlan no entendió nada de eso, pero en realidad sólo le interesaba una cosa.

— ¿Se pondrá bien? ¿Lo curarán la medicina y las hojas?

Nissel sonrió y le palmeó cariñosamente un brazo.

— Me encantaría asistir a vuestra boda. No me rendiré. Si esto falla, probaré otros remedios.

— Muchas gracias, Nissel. —Kahlan la cogió del brazo y la acompañó a la puerta. Chandalen estaba fuera, de pie junto al corto muro. Algunos de sus hombres esperaban en las sombras. Prindin recostaba su espalda contra la pared de la casa de los espíritus. Kahlan se dirigió a él—. ¿Querrás escoltar a Nissel a su casa, por favor?

— Por supuesto. —El joven ofreció respetuosamente el brazo a la curandera y se internó con ella en la noche.

Después de intercambiar una larga mirada con Chandalen, Kahlan fue hasta él.

— Te agradezco que tú y tus hombres nos protejáis. Muchas gracias.

— No os protegemos a vosotros, sino que protegemos a los demás de vosotros. Para prevenir males mayores —replicó el hombre barro, mirándola inexpresivamente.

Kahlan se sacudió la tierra de sus hombros.

— Sea como sea, si aparece cualquier otra bestia, no tratéis de matarla. No quiero que nadie de la gente barro muera, y eso te incluye a ti. Si algo aparece, no corráis ni os quedéis quietos. Si lo hacéis, os matará. Debéis caminar y venir a buscarme. No tratéis de combatirlo solos. ¿Entendido? Venid a buscarme.

— ¿Para que conjures más rayos? —inquirió Chandalen sin mostrar aún emoción alguna.

— Si es necesario, sí —replicó la mujer, mirándolo fríamente, aunque se preguntaba cómo, pues no tenía ni idea de cómo lo había hecho—. Richard el del genio pronto no se siente bien. Es posible que mañana no pueda ir a disparar flechas contigo y con tus hombres.

— Ya sabía yo que buscaría alguna excusa para echarse atrás —comentó el hombre barro, con aire de suficiencia.

Kahlan inspiró profundamente y apretó las mandíbulas. Tenía mejores cosas que hacer que quedarse allí e intercambiar insultos con ese estúpido; tenía que regresar adentro, al lado de Richard.

— Buenas noches, Chandalen.

Richard seguía tendido de espaldas y masticaba las hojas. La mujer se sentó junto a él, animada al verlo más despierto.

— Estas cosas empiezan a saber mejor.

— ¿Cómo te sientes? —le preguntó Kahlan, acariciándole la frente.

— Algo mejor. El dolor viene y se va. Creo que las hojas me alivian, pero la cabeza me da vueltas.

— Mejor que te dé vueltas a que la sientas a punto de estallar, ¿no?

— Sí —. Richard le puso una mano sobre un brazo y cerró los ojos—. ¿Con quién estabas hablando?

— Con el estúpido de Chandalen. Hace guardia fuera. Teme que causemos más problemas.

— Tal vez no sea tan estúpido. Seguramente, esa cosa no habría venido si nosotros no estuviéramos aquí. ¿Cómo la llamaste?

— Aullador.

— ¿Y qué es exactamente?

— No estoy segura. No conozco a nadie que haya visto alguno, pero he oído descripciones. Se supone que habitan en el inframundo.

Richard dejó de mascar y abrió los ojos para mirarla.

— ¿El inframundo? ¿Qué sabes de los aulladores?

— No demasiado. ¿Has visto alguna vez a Zedd borracho?

— ¿A Zedd? Nunca. No le gusta el vino, sólo la comida. Dice que el alcohol le impide pensar con claridad, y que no hay nada tan importante como pensar. —Richard sonrió—. Dice que los mejores bebedores son los que peor piensan.

— Bueno, pues un mago borracho da bastante miedo. Recuerdo que una vez, de pequeña, estaba en el Alcázar estudiando idiomas, porque en el Alcázar hay libros para eso. La cuestión es que estaba estudiando mientras cuatro de los magos leían juntos un libro de profecías. Era un libro que nunca antes había visto.

»Estaban inclinados sobre él y empezaban a exaltarse. Hablaban en susurros, y yo me di cuenta de que estaban asustados. Me resultaba mucho más divertido observar a los magos que estudiar idiomas.

»Cuando alcé la vista, vi que todos se habían puesto blancos, se irguieron al mismo tiempo y cerraron el libro de golpe. Recuerdo que el golpe me sobresaltó. Todos se quedaron quietos unos minutos, y luego uno se marchó y volvió con una botella. Sin decir ni media palabra, se pasaron copas y se sirvieron. Todos apuraron sus copas de un trago. Luego se sirvieron más, y volvieron a apurarlas. Sentados en taburetes alrededor de la mesa sobre la que descansaba el gran libro, fueron bebiendo hasta acabar la botella. Para entonces estaban bastante alegres y borrachos; reían y cantaban. Yo estaba fascinada. Nunca había visto nada igual.

»Al fin, al darse cuenta de que los observaba, me dijeron que me acercara. Yo no quería, pero se trataba de magos, y los conocía bastante bien, por lo que no les tenía miedo y me acerqué. Uno me sentó en su rodilla y me preguntó si quería cantar con ellos. Yo le respondí que no conocía la canción que estaban cantando. Ellos se miraron entre sí y me dijeron que me la enseñarían. Nos quedamos allí sentados mucho rato y me la enseñaron.

— ¿Y la recuerdas?

— Sí. Nunca la he podido olvidar. —Kahlan se arregló un poco el pelo y luego cantó para él.

Los aulladores andan sueltos y el Custodio puede vencer.

Sus asesinos han venido para arrancarte la piel.

Sus ojos dorados te verán, si intentas huir.