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Los aulladores te atraparán y se reirán a carcajadas.

Anda despacio o te harán pedazos,

y se reirán sin parar mientras se comen tu corazón.

Sus ojos dorados te verán, si te quedas quieto.

Los aulladores te atraparán para el Custodio al que sirven.

Hazlos pedazos, destrózalos, córtalos en trocitos,

o te atraparán mientras se desternillan.

Y si los aulladores no te atrapan, el Custodio

intentará alcanzarte y tocarte, y te quemará.

Te machacará la mente y tomará tu alma,

dormirás con los muertos y renunciarás a la vida.

Morirás junto al Custodio por toda la eternidad.

Él odia tu vida; tu crimen es estar vivo.

Los libros dicen que los aulladores te atraparán,

y, si fallan, lo intentará el Custodio.

Solamente el nacido para la verdad podrá salvar la vida.

Es el marcado; es el guijarro en el estanque.

— Una canción bastante truculenta para enseñársela a una niña —comentó Richard, mirándola fijamente. Al fin, volvió a masticar las hojas.

— Sí, es cierto —confirmó Kahlan, con un suspiro—. Esa noche tuve una pesadilla terrible. Mi madre vino a mi cuarto y se sentó en mi cama, me abrazó y me preguntó sobre qué tenía las pesadillas. Yo le canté la canción que los magos me habían enseñado. Entonces, ella se acostó en mi cama y se quedó conmigo el resto de la noche.

»Al día siguiente fue a hablar con los magos. Nunca supe qué hizo ni qué les dijo, pero, durante los meses siguientes, cada vez que la veían acercarse daban media vuelta y huían. Y durante mucho tiempo también me evitaron a mí, como si tuviera la peste.

Richard cogió otra hoja de la bolsita y se la introdujo en la boca.

— ¿Los aulladores son enviados del Custodio? ¿El Custodio del inframundo?

— Eso dice la canción, y debe de ser cierto. ¿O crees que algo de este mundo podría echarse a reír después de recibir tantas flechas?

Richard se quedó un momento pensativo, y luego preguntó:

— ¿Qué quiere decir eso del «guijarro en el estanque»?

— No sé. —Kahlan se encogió de hombros—. Es la única vez que lo he oído.

— ¿Y el rayo azul? ¿Cómo lo hiciste?

— Tiene que ver con la Cólera de Sangre. Ya lo hice una vez, la primera vez que la sentí. —Kahlan inspiró hondo al recordar esa ocasión—. Cuando creí que habías muerto. Nunca antes había sentido la Cólera de Sangre, pero ahora la siento todo el tiempo como una parte más de mi magia de Confesora. De algún modo, están conectadas. Debo de haberla despertado. Creo que es sobre lo que Adie me advirtió. Pero, Richard, no sé cómo lo hice.

Richard sonrió.

— Nunca dejas de sorprenderme. Si yo acabara de descubrir que soy capaz de conjurar rayos, no me quedaría aquí sentado tan tranquilo.

— Bueno, recuerda de qué soy capaz —le advirtió Kahlan— cuando una bonita muchacha te mire con ojos lánguidos.

— No hay ninguna otra muchacha bonita —repuso él, cogiéndole la mano.

Con los dedos de la otra mano, Kahlan le peinó el cabello.

— ¿Puedo hacer algo por ti?

— Sí —susurró él—. Túmbate a mi lado; quiero notarte cerca. Tengo miedo de no despertarme nunca, y quiero estar cerca de ti.

— Te despertarás —le prometió ella, de buen humor.

Kahlan cogió otra manta y la usó para taparse ambos. Entonces se acurrucó contra él, apoyó la cabeza en su hombro, le pasó un brazo por encima del pecho y trató de no pensar en lo que había dicho Richard.

8

Al despertar, sintió en la espalda la calidez del cuerpo de Richard. La luz se filtraba por el quicio de la puerta. Kahlan se incorporó, se frotó los ojos para despabilarse y miró a su compañero.

El joven estaba tendido de espaldas, con la vista clavada en el techo, y su respiración era lenta y superficial. Era tan apuesto que le dolía contemplarlo.

De pronto, en un fogonazo, comprendió qué le parecía tan familiar en él; Richard se parecía a Rahl el Oscuro. No poseía el mismo tipo de perfección imposible —ese conjunto de rasgos delicados y sin mácula, demasiado perfectos, como los de una estatua—, sino que éstos eran más toscos, más duros, más reales.

Antes de vencer a Rahl, cuando Shota, la bruja, se les apareció como la madre de Richard, Kahlan vio que Richard había heredado de ella la nariz y la boca. Era como si Richard tuviera la cara de Rahl el Oscuro, pero con algunos de los rasgos de su madre, lo que la hacía más atractiva que la cruel perfección de Rahl. Rahl el Oscuro tenía el pelo fino, lacio y rubio, mientras que el de Richard era más grueso y de un tono más oscuro. Y sus ojos eran grises, en vez de azules como los de Rahl, aunque compartían la misma penetrante intensidad, la misma mirada de halcón que parecía capaz de cortar el acero.

Pese a que no comprendía cómo era posible, supo que Richard llevaba sangre de Rahl. Pero eran de lugares muy alejados entre sí: Rahl el Oscuro era de D’Hara, y Richard de la Tierra Occidental. Finalmente decidió que debía de haber algún lazo en un pasado remoto.

Richard seguía con la mirada clavada en el techo. Kahlan posó una mano sobre su hombro y lo apretó.

— ¿Qué tal la cabeza?

Richard se sobresaltó, miró alrededor y parpadeó. A continuación se frotó los ojos.

— ¿Qué?… Estaba dormido. ¿Qué decías?

— No estabas dormido —afirmó Kahlan, ceñuda.

— Sí lo estaba. Profundamente dormido.

— Tenías los ojos abiertos de par en par. Te estaba mirando. —Kahlan sintió un asomo de temor. Por lo que sabía, sólo los magos dormían con los ojos abiertos.

— ¿De veras? ¿Dónde están esas hojas? —preguntó él, mirando en derredor.

— Toma. ¿Te sigue doliendo mucho?

— Sí. —Richard se incorporó—. Pero no tanto como ayer. —El joven se metió algunas hojas en la boca y se alisó el pelo con los dedos—. Al menos, hoy puedo hablar. Y puedo sonreír —añadió, demostrándoselo, sin sentir que la cara estaba a punto de romperse.

— Quizá no deberías ir a disparar flechas si aún no te sientes bien.

— Savidlin dijo que no podía echarme atrás, y no pienso fallarle. Además, tengo ganas de ver el arco que me ha fabricado. Hace… bueno, no sé ni cuánto tiempo hace que no disparo con un arco y con flechas.

Después de un rato de mascar las hojas de Nissel, doblaron las mantas y fueron en busca de Savidlin. Lo encontraron en su casa, escuchando a Siddin, el cual le contaba qué se sentía al montar en un dragón. A Savidlin le encantaba escuchar historias y, aunque esta vez fuera un niño pequeño quien las explicara, él escuchaba con el mismo interés que mostraría a un cazador que regresara de una expedición. Kahlan notó no sin orgullo que el niño daba una versión fidedigna de los hechos, sin dejarse llevar por la imaginación.

Siddin preguntó si podría tener un dragón como mascota, pero Savidlin le respondió que el dragón rojo no era una mascota, sino un amigo de la gente barro y añadió que, si quería una, buscara un pollo rojo y se lo quedara.

Weselan, que estaba cocinando algún tipo de gachas con huevos, invitó a Richard y a Kahlan a que compartieran el desayuno con ellos y les tendió un cuenco. Ambos se sentaron sobre una piel en el suelo. Weselan les ofreció pan de tava para que lo usaran a modo de cuchara con las gachas.

Por medio de Kahlan, Richard preguntó a Savidlin si tenía algún tipo de taladro. El hombre barro se inclinó mucho hacia atrás y de una bolsa escondida debajo de un banco sacó una delgada vara, que tendió a Richard. Éste, con el colmillo del dragón en una mano, dio vueltas a la vara con expresión perpleja. Entonces la colocó en la base del colmillo y probó a retorcerla. Savidlin se echó a reír.

— ¿Quieres un agujero en eso? —Richard asintió, y Savidlin le tendió una mano—. Déjame a mí. Te enseñaré cómo se hace.

Con la punta del cuchillo, Savidlin empezó a hacer un pequeño agujero, tras lo cual se sentó en el suelo y sujetó el colmillo entre los pies. Acto seguido dejó caer algunos granos de arena en el agujero e introdujo la vara. Después de escupirse en las manos, fue haciendo rodar rápidamente la vara entre las manos, deteniéndose sólo de vez en cuando para echar más granos de arena en el agujero o limpiar parte de la saliva que se iba introduciendo. Al poco rato, había perforado el colmillo. Con el cuchillo limpió el agujero al otro lado del colmillo, y luego lo sostuvo en alto, sonriendo, mientras mostraba orgulloso su obra. Richard se echó a reír y le dio las gracias mientras enfilaba el colmillo con una correa de cuero. Entonces se lo colgó al cuello, junto con el silbato del Hombre Pájaro y el agiel de la mord-sith.