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— ¡Exijo saber cómo has osado tratar de matarme! —gritaba Chandalen, pisando a Richard.

— ¿De qué está hablando? Pregunta por qué has intentado matarlo.

— ¿Matarlo? ¡Pero si le he salvado la vida! No me preguntes por qué. Debería haber dejado que lo mataran; la próxima vez, lo haré. —Richard se pasó los dedos por el pelo—. La cabeza me va a estallar.

— ¡Lo hiciste a posta! —lo acusó Chandalen, señalando muy enfadado la herida que tenía en la parte superior del hombro—. ¡Te vi disparar! ¡No fue ningún accidente!

— ¡Idiota! —exclamó Richard, alzando los brazos al aire—. Pues claro que me viste —dijo, clavando los ojos en la fiera mirada del hombre barro—. No dudes de que, si hubiera querido matarte, ya estarías muerto. Pues claro que lo hice a posta; era el único modo de salvarte. Sólo tenía este espacio como mucho. —Extendiendo el brazo por encima del hombro de Kahlan, acercó una mano al rostro de Chandalen y separó los dedos índice y pulgar poco más de un centímetro—. Si no lo hubiera aprovechado, estarías muerto.

— Explícate —exigió Chandalen.

Kahlan le puso una mano en el brazo.

— Cálmate, Richard, y cuéntanos qué ocurrió.

— No me entendía. Nadie me entendía. No se lo podía explicar. —Richard la miró con frustración—. Hoy he matado a un hombre.

— ¿Qué? —susurró Kahlan—. ¿Has matado a uno de los hombres de Chandalen?

— ¡No! No están enfadados por eso. Están contentos de que lo haya matado. Yo sólo quería salvarle la vida a Chandalen, pero ellos creen que…

— Tranquilo, Richard —dijo Kahlan, calmándose a su vez—. Yo les traduciré lo que me digas.

Richard asintió con la cabeza y se frotó los ojos con los pulpejos de las manos. Entonces clavó la mirada en el suelo mientras se peinaba el pelo con los dedos.

— Sólo lo explicaré una vez, Chandalen —advirtió, alzando la vista—. Si no te entra en tu cabezota, nos colocaremos cada uno en un extremo de la aldea y nos lanzaremos flechas hasta que no podamos discutir más. Y te advierto que yo sólo necesitaré una.

Chandalen enarcó una ceja y cruzó sus musculosos brazos.

— Explícate —pidió.

Richard inspiró hondo.

— Tú estabas muy lejos de mí. No sé cómo, pero supe que el enemigo estaba allí, detrás de ti. Me di media vuelta y lo único que vi de él fue… mira, este poco. —El joven agarró a Kahlan por los hombros y le hizo dar la vuelta de modo que quedara de cara a Chandalen. Sujetándola por los hombros, se agachó detrás de ella—. Era así. Sólo le veía la coronilla. Tenía la lanza preparada. Un segundo más y te habría atravesado la espalda con ella. Sólo tenía una oportunidad. No veía lo suficiente de él. Desde donde yo estaba, únicamente podía dispararle a la parte superior de la cabeza.

»La parte alta de la frente se inclinaba hacia atrás. Si le daba demasiado alto, la flecha saldría desviada y podría matarte a ti. El único modo de detenerlo, de matarlo, era que la flecha te pasara rozando un hombro.

»Sólo tenía este espacio. —De nuevo, separó los dedos pulgar e índice poco más de un centímetro—. Si disparaba la flecha demasiado baja, tu clavícula desviaría el tiro, y acabarías con una lanza en la espalda. Pero, si disparaba de modo que la flecha no te rozara, no lo mataría, y tú seguirías en peligro. Sabía que una de las flechas con la cabeza cortante de Savidlin podía atravesarte parte de la carne y, al mismo tiempo, permitirme matarlo. No había tiempo para nada más. Tenía que disparar al instante. Creo que una docena de puntos son un precio muy bajo a cambio de tu vida.

— ¿Cómo sé que dices la verdad? —preguntó Chandalen, ya menos seguro.

Richard sacudió la cabeza y murmuró algo. De pronto, se le ocurrió algo. Arrebató a uno de los hombres de Chandalen una bolsa de lona, introdujo la mano dentro y sacó una cabeza cogiéndola por el cabello mate, empapado de sangre.

Kahlan ahogó un grito y se tapó la boca con una mano al tiempo que apartaba la vista. Pero, antes de hacerlo, tuvo tiempo de ver una flecha que sobresalía del centro de la frente. La punta metálica le salía por la parte posterior de la cabeza.

Richard sostuvo la cabeza detrás del hombro de Chandalen y colocó las plumas del astil junto a la herida.

— Esto es todo lo que veía. Si no dijera la verdad, si el enemigo hubiera estado más erguido, y yo le hubiera disparado en la frente, no te hubiera tocado.

Todos los cazadores empezaron a asentir y a susurrar entre ellos. Chandalen examinó el astil de la flecha que descansaba sobre su hombro, tras lo cual miró la cabeza. Después de reflexionar un minuto, descruzó los brazos, cogió la cabeza y la metió de nuevo en el saco.

— No será la primera vez que tienen que darme puntos. Unos pocos más no me harán daño alguno. Aceptaré tu palabra, por esta vez.

Richard observó con los brazos en jarras la retirada de Chandalen y sus hombres.

— De nada —les gritó a la espalda.

Kahlan no tradujo eso, sino que preguntó:

— ¿Qué hacen con esa cabeza?

— A mí no me preguntes; no fue idea mía. Y estoy seguro de que no querrás saber qué hicieron con el resto del cuerpo.

— Richard, fue un tiro demasiado arriesgado. ¿Desde qué distancia disparaste?

— No fue nada arriesgado, créeme —replicó él, ahora con voz serena—. Y estaba al menos a trescientos metros.

— ¿Puedes disparar con tal precisión desde trescientos metros?

— Me temo que podría haberlo hecho desde el doble de esa distancia o, incluso, desde el triple —respondió Richard, con un suspiro. Entonces posó la mirada en sus manos ensangrentadas y añadió—: Tengo que ir a lavarme. Kahlan, la cabeza está a punto de estallarme. Tengo que sentarme. ¿Puedes avisar a Nissel, por favor? Lo único que ha conseguido mantenerme en pie era gritarle a ese idiota.

— Claro que sí. Vamos, ve dentro; yo llamaré a Nissel.

— Me temo que Savidlin está enfadado conmigo. Por favor, dile que siento mucho haber arruinado tantas flechas suyas.

La mujer frunció el entrecejo mientras Richard entraba en la casa y cerraba la puerta. Savidlin parecía estar a punto de decirle algo. Kahlan se le adelantó, cogiéndole un brazo.

— Richard necesita a Nissel. Acompáñame y cuéntame qué ha ocurrido.

Mientras se alejaban a paso vivo, Savidlin miró por encima del hombro la puerta de su casa.

— Richard el del genio pronto hace honor a su apelativo.

— Está alterado porque ha matado a un hombre. No es fácil vivir con eso.

— No te lo ha explicado todo. Hay más.

— Cuéntame.

El hombre barro la miró con expresión grave y empezó a explicar:

— Estábamos disparando. Chandalen estaba enfadado por lo bien que lo hacía Richard; entonces dijo que Richard era un demonio, se alejó y se quedó solo entre la alta hierba. Los demás nos quedamos al otro lado, mirando cómo disparaba Richard. Su maestría con el arco parecía imposible. Estaba preparando una flecha cuando, de pronto, dio media vuelta hacia Chandalen. Antes de que pudiéramos siquiera gritar, Richard disparó contra él. Chandalen estaba de pie, con los brazos cruzados. No podíamos creer que Richard disparara contra un hombre desarmado.

»Mientras la flecha surcaba el aire en dirección a Chandalen, dos de sus hombres, que ya tenían flechas prestas, tensaron sus arcos. El primero disparó una flecha de diez pasos a Richard antes de que la flecha alcanzara a Chandalen.

Kahlan no daba crédito a lo que oía.

— ¿Disparó contra Richard y falló? Los cazadores de Chandalen nunca fallan.

— No habría fallado —replicó Savidlin en voz baja y ligeramente trémula—. Pero Richard giró, sacó la última flecha que le quedaba en la aljaba, una flecha con la cabeza cortante, y disparó. Nunca había visto a nadie hacer algo así con tal rapidez. —El hombre barro vaciló como si temiera que Kahlan no fuera a creerlo—. La flecha con la cabeza cortante de Richard interceptó la otra flecha en el aire y la partió por la mitad. Cada mitad cayó a un lado de Richard.