Quizá nunca lo descubrirían. Y aunque sólo había matado a una persona, al menos según las informaciones que tenían, algo le decía a Rowan que volvería a actuar.
Y que no tardaría.
– ¿Podría tratarse de un admirador? ¿Alguien que le haya escrito o le haya llamado, o incluso intentado visitar?
– ¿Un admirador que se propone recrear mis asesinatos ficticios? -Era una posibilidad, pero a ella no le parecía probable, y se lo dijo a Jackson-. Este asesino no es ningún admirador mío.
– ¿Por qué dice eso? -inquirió Barlow.
– Él quiere convertir mis asesinatos ficticios en realidad. En su opinión, no he ido lo bastante lejos, así que él sí lo hará. Tiene que demostrar su propio genio, que es capaz de actos de mucha más enjundia que una simple escritora de novelas.
– ¿Así que se trata de un chalado?
– No -dijo ella-. Es una persona sana.
– ¿Cómo llega a esa conclusión?
– Lo ha planeado a la perfección. -Dejó el tazón en la mesa, se incorporó y fue hasta la ventana abierta. Pero no vio las olas del mar ni las gaviotas que pasaban graznando. Al contrario, se imaginó el mal-. Ha buscado a una mujer con el mismo nombre y oficio que uno de mis personajes, y la ha matado de la misma manera en un escenario similar. Dedicó mucho tiempo a planificar e investigar para que todos los detalles estuvieran en su sitio. La perfección. A continuación, dejó mi libro junto al cadáver. Arrogancia. Es inteligente, pero cree que todos los demás son estúpidos, y por eso tiene que explicar el por qué o, de otra manera, nunca lo descubrirían. No ha sido un crimen pasional ni un crimen por dinero… Ha sido un crimen de oportunidad. -Nada más decirlo, se dio cuenta de que era el título de su libro-. Ha sido premeditado. Y eso es una prueba de su salud mental. Me atrevería a decir que tiene un plan, algo que no tiene nada que ver con las víctimas.
– ¿Tendrá que ver con usted? -preguntó Barlow, y Rowan tuvo un leve estremecimiento.
Por mucho que quisiera negarlo, tenía que haber alguna relación. A menos que cometiera otro asesinato, usando como pauta el libro de otro autor. Se encogió de hombros y miró a los policías con rostro inexpresivo, sin delatarse en nada. No quería hablar hasta que pudiera reflexionar más sobre ello.
– No lo sé.
– Es probable que el FBI se ponga en contacto con usted.
– Desde luego.
Rowan ya lo estaba temiendo. Alguien se había propuesto jugar con ella, y ella no sabía ni quién ni por qué. Aunque había controlado sus emociones a lo largo de la entrevista, ahora sentía como un torbellino en su interior. Pero ella era una profesional consumada, y sabría guardar la compostura. Al menos hasta que estuviera a solas.
– ¿Ha recibido usted alguna amenaza?
– No.
– ¿Está segura? ¿Qué hay de las cartas de sus admiradores?
– Mi agente maneja mi correspondencia. Yo recibo informes de lo que me escriben. Supongo que me avisaría si hubiera una amenaza. -Ella misma se ocuparía de averiguarlo.
Jackson tomó unas notas.
– ¿Y qué hay de los estudios cinematográficos? ¿Los actores de la película que están rodando? ¿Alguien ha recibido amenazas, o ha notado algo raro?
– La productora es Annette O'Dell. Su despacho está en los estudios. Yo no trabajo allí, sólo me dedico a la adaptación del guión. -Rowan pensó que de ahí tampoco provenía la amenaza. Annette se lo habría dicho.
– ¿Y qué le parece algún motivo personal? ¿Algún antiguo novio que haya optado por la violencia? ¿Alguien que se haya sentido desairado por su éxito?
– Para serle franca, no he tenido una vida personal muy intensa desde que llegué a California hace dos meses para trabajar en esta película. -Volvió a sentarse y tomó su café, ya tibio. Le cayó como una bola de plomo-. Incluso antes, acabé el guión y comencé a trabajar en mi nuevo libro. Estoy tan ocupada ahora como cuando trabajaba en el FBI.
– Ha publicado ya cuatro libros, ¿no es así? -preguntó Jackson.
Ella asintió con la cabeza.
– Y el quinto sale publicado de aquí a unas semanas.
– ¿Y ésta es su segunda película?
– La tercera. La segunda saldrá dentro de dos semanas. Ésta no estará en cartelera hasta finales del próximo año.
– Le ha ido muy bien desde que dejó el FBI.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Rowan, irritada. Quería colaborar, pero esas preguntas eran irrelevantes. Quería salir a hacer footing como todos los días y luego darse una ducha. Sobre todo, necesitaba tiempo para pensar.
– Intentamos reunir todos los detalles.
Los inspectores intercambiaron una mirada que significaba que habían acabado. Casi pudo oírse el suspiro de alivio de Rowan.
Los acompañó hasta la puerta. El inspector Jackson se giró hacia ella.
– Debería pensar en tomar medidas de seguridad extraordinarias. ¿Tiene instalado un sistema de alarma?
– Sí, inspector, y lo utilizo.
Él asintió para dar su aprobación y le tendió la mano. Rowan la estrechó, y sintió calidez y fuerza.
– Llámeme Ben. Somos del mismo equipo. Jim o yo la llamaremos más tarde para darle noticias. Yo vuelvo a Denver esta tarde. Entretanto, tenga cuidado.
– Gracias, eso haré. -Cerró la puerta, se giró y se apoyó contra la sólida hoja de roble. Se dejó caer lentamente hasta derrumbarse en el suelo frío de baldosas, y ocultó la cara entre las manos.
Un brutal asesinato a mil quinientos kilómetros de distancia había destruido en cuestión de minutos la paz relativa que había forjado con tanta ilusión. La idea de ser cómplice de aquel crimen se le hacía insoportable. Se llevó la mano al vientre con gesto nervioso. ¿Cómo podía vivir consigo misma si su imaginación se había manifestado en un hecho tan cruel? Si bien era otro el que había segado una vida, la fórmula del mal era obra suya, ella la había ideado. Su decisión casual de llamarle Doreen Rodríguez a la primera víctima de Crimen de oportunidad, había tenido como consecuencia la muerte de una Doreen Rodríguez real, de Albuquerque. Aquello era perverso y cruel.
Rowan había aprendido una y otra vez que la muerte era injusta y brutal. Abría un tajo de miseria en los corazones de todos los que tocaba. Y la muerte no era ciega. Veía el dolor, el corazón resentido, y se hacía más fuerte.
Todo había comenzado cuando tenía diez años, y no tenía visos de acabar.
Capítulo 2
Michael Flynn siguió las instrucciones que le había dado Annette O'Dell para llegar a la casa de Rowan Smith, aunque no necesitaba conocer la dirección exacta para saber cuál de las grandes casas frente a la playa era la suya. Incluso ahora, un día después de hacerse pública la noticia, una docena de coches y furgonetas, más una solitaria moto -todos con acreditaciones de prensa- estaban estacionados frente al número 25450.
Condujo su SUV negro por la pendiente de la entrada. La casa, desde la fachada principal, le decepcionó por lo pequeña y corriente que era, si bien las casas de Malibú en ese barrio eran espaciosas y aprovechaban al máximo la vista que tenían del mar. La casa de Smith se encontraba al final de una hilera de construcciones que compartían una playa privada. Si no recordaba mal, varias de aquellas casas habían quedado destruidas hacía años por una fuerte tormenta. Como prueba de la destrucción, vio los refuerzos de hormigón que seguían la línea del barranco en torno a las casas para evitar los corrimientos de tierra, principales causantes de los daños a las propiedades de la costa.
Cerró el coche con llave por si algún miembro de la prensa depredadora se interesara por su identidad. Seguro que les habrían advertido sobre la violación de la propiedad privada porque, a pesar de percatarse de su llegada, se quedaron en la calle, y en los lindes de la propiedad.