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– No vuelvas a cerrarlos. No te gustaría saber lo que haré si los cierras.

– Puedes torturarme, pero no me romperás -dijo ella, con los dientes apretados, enfurecida.

– Ya lo veremos -respondió él, sonriendo.

Volvió a mostrar el vídeo. Al cabo de un minuto, la foto del bebé cambió a otra de Bobby con Melanie y Rachel. Un retrato hecho en el centro comercial. Bobby tenía tres o cuatro años, Melanie, un año menos, y Rachel era aún un bebé.

Eran tres bebés maravillosos. Bobby con su pelo rubio, Mel y Rachel, de pelo oscuro, como su padre. Niños pequeños y felices.

Bobby no tenía aspecto de niño cruel. Pero ¿acaso era capaz un niño de cuatro años de saber que, de mayor, mataría a sus hermanas? ¿Qué mataría a seres humanos inocentes en la ejecución de su torcida venganza?

Bobby no hacía pausas entre las fotos. Varias instantáneas de los tres MacIntosh mayores pasaron por la pantalla. En una fiesta de cumpleaños. En Navidad y Semana Santa, vestidos con su mejor ropa de domingo. Jugando en el jardín, en el parque, jugando a tomar el té en el jardín trasero.

Rowan buscaba la mirada de Bobby para saber dónde estaba el punto de inflexión, cuándo había dejado de ser un niño feliz y se había convertido en un bruto peligroso que aterrorizaba a sus hermanos menores.

Y de pronto lo vio. No en Bobby, pero sí en Melanie y en Rachel.

Todavía eran pequeñas, unos seis y cuatro años, y Rowan vio que su expresión cambiaba. La de Bobby, no. Él parecía el mismo de siempre. Pero, en una foto, Rachel lo miraba y se adivinaba su miedo. La foto había captado su sentimiento para la eternidad. En otra, Mel abrazaba a Rachel. Podría haber sido una dulce escena de dos hermanitas abrazándose, pero Rowan se percató de la rabia en los ojos de Mel y de las lágrimas en los de Rachel.

¿Su madre lo sabía? ¿Sabía lo que Bobby hacía a sus otros hijos? Tenía que haberlo sabido, pensó Rowan. Recordó las muchas ocasiones en que su madre le decía que llevara a Peter afuera, lejos de Bobby. Recordó todas las veces que Mel los sacaba a comer helados. Aquella mirada hosca de Rachel cada vez que se encontraba con Bobby en la misma habitación.

Su madre lo sabía. Y, aún así, los mantenía a todos juntos en esa casa. Sabiendo que Bobby los aterrorizaba. Aceptando el maltrato del padre y acogiéndolo en su cama. Rowan nunca entendería a su madre. No podía odiarla, aunque era lo que quería. Al fin y al cabo, había muerto. Asesinada por su violento marido.

Estaban todos muertos.

Excepto Bobby y ella. Y Peter, pensó, agradecida. Peter estaba a salvo en Boston.

Si ella moría a manos de Bobby, lo haría sabiendo que él no había ganado. Peter estaba vivo. Y, dado que Bobby pensaba que había muerto, seguiría a salvo.

Las imágenes comenzaron a pasar rápidamente, fotos de Mel y Rachel y Mamá. ¿De dónde habían salido? Mientras miraba, vio que eran las mismas diez fotos que se repetían. Una y otra vez. Le parecían familiares, pero ¿por qué?

Su álbum de fotos. Bobby había encontrado su cabaña en Colorado y robado lo único que ella conservaba de la familia.

De pronto se detuvo en el cuerpo ensangrentado de Mamá.

Rowan dejó escapar un grito y cerró los ojos.

Bobby le dio un latigazo en el cuello y ella hizo una mueca de dolor.

– ¡Ábrelos!

– ¡Venga, dame de latigazos hasta morir! ¡Me da igual! -Intentaba controlar su dolor y su rabia, pero no lo conseguía.

– Ábrelos o tu amante será el próximo.

Rowan abrió los ojos de golpe y le lanzó una mirada indignada.

– No sé de qué me hablas. -Aunque Bobby no lo supiera, John estaba muerto. No habría abandonado a Tess.

Parpadeó y las lágrimas cesaron. Ahora no podía pensar en John. No podría concentrarse en lo que tenía que hacer.

Bobby se reclinó hacia atrás con una mueca de soma en los labios y sosteniendo el látigo sobre las piernas.

– Sí que sabes. Mira esto.

Con el rostro demudado, preparándose para más imágenes sangrientas de la familia que amaba, Rowan miró la pantalla.

Se oyó una música. A todo volumen, rodeada de altavoces en todos los rincones de la sala. Un tema de rap donde aparecía una y otra vez la palabra «matar» y una percusión que a Rowan le vibraba en las entrañas. Le dieron ganas de vomitar.

La foto de su madre aparecía en blanco y negro. Los matices del gris no disimulaban el terror de la escena. La sangre casi negra contra el gris pálido del suelo de linóleo, arcos y salpicaduras por las puertas demasiado blancas del armario, mientras el destello de luz daba a la escena un ambiente irreal, como una mala película de serie B.

A la foto de Mamá seguía una de su padre tomada recientemente. El pelo entrecano, la mirada vacía, hueca. Bobby la debió tomar cuando visitó a Papá. Tenía el mismo aspecto que ella recordaba de su visita la semana anterior.

Y luego, Mel y Rachel juntas, sonriendo a la cámara. Y luego muertas y ensangrentadas en el vestíbulo.

Matar, matar, matar a la puta.

Rowan se estremeció con la letra del tema, y se preguntó de dónde habría sacado Bobby las fotos de la escena del crimen. Casi se echó a reír. Le costaba creer que hubiera escapado de la cárcel y que se hubiera hecho reemplazar por un imbécil. Robar esas fotos habría sido un juego de niños.

Peter a los cinco años, una foto de la guardería. Y luego, Peter muerto. No, muerto no, se recordó Rowan. Peter no estaba muerto.

Una foto mostraba a un policía que llevaba a Peter en brazos. Su pijama de los dinosaurios estaba todo ensangrentado. La sangre de Dani. Pero Peter tenía los ojos cerrados y, con la boca abierta, parecía muerto.

La imagen cambió a Dani. Dani. Un gemido escapó de su boca, pero Rowan se obligó a mirar. Dani, un bebé hermoso. Dani aprendiendo a caminar. A los tres años, jugando a tomar el té con sus animales de peluche.

Y luego el pequeño saco mortuorio. De alguna manera, aquel saco negro era peor que volver a verla muerta. Tan genérico, tan estéril.

No se había dado cuenta de que lloraba hasta que sintió las mejillas calientes y húmedas.

Su verdugo lanzó un gruñido.

– Nunca entendí por qué te gustaba tanto esa cría llorona. ¿Qué le vamos a hacer?, ahora está muerta y enterrada. No pudiste protegerla. ¿Qué hiciste? ¿La usaste como escudo? ¿Para que muriera en tu lugar? -Bobby lanzó una carcajada como un ladrido, y Rowan quiso estrangularlo con sus propias manos. Jamás en su vida había odiado tanto a alguien. Una furia oscura ardía en ella mientras intentaba aflojar las ataduras, cuidándose mucho de que él no se percatara.

La música cambió a una canción de los Beatles: «Paperback Writer», el tema lento y melódico como contraste con las fotos espantosas que seguían.

Un cuerpo ensangrentado y masacrado, cortado en trozos y abandonado en un contenedor de basura. Rowan tardó un momento en entender que se trataba de Doreen Rodríguez. Bobby había tomado fotos de sus crímenes. Rowan sintió que la bilis le subía, y tuvo que tragarla.

La florista, apuñalada, con su bonito pelo rubio empapado en sangre.

Los Harper. La pequeña, cuando todavía tenía sus coletas. La madre que miraba a la cámara con ojos vacíos.

Melissa Jane Acker, una muchacha bonita, violada, estrangulada, con el cuerpo totalmente desarticulado. Era la marca del asesino ficticio de Rowan en su Crimen de corrupción.

– Estás chalado -murmuró.

Bobby rió y ella siguió aflojando la cuerda. ¿Se habían aflojado? Eso creía. Tenía las uñas rotas y sangrando después de buscar con furia los nudos.

Y entonces se detuvo.

Michael.

Estaba medio tendido, medio sentado contra la pared en lo que, supuso Rowan, era su piso, el pecho convertido en una masa sanguinolenta y los ojos desenfocados. Se estaba muriendo.