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Dos cosas ocurrieron en mi camino para convertirme en escritora de misterio.

Primero, descubrí a Stephen King.

Como una fanática lectora desde los trece años, aprendí pronto lo que era una historia absorbente.

Durante la secundaria, me sumergí en los clásicos porque creía que quería ser una profesora de literatura. Leí un montón de Poe, Hawthorne, Twain y Steinbeck, entre otros. Quería escribir la próxima Gran Novela Americana.

Pero Stephen King continuaba atrayéndome, y llegó a fascinarme con crímenes verdaderos como los de Vincent Bugliosi. Leí A sangre fría de Truman Capote, completamente absorbida por la horrible verdad que había detrás de la historia. Igualmente leí mucha ciencia ficción, y hasta hoy, El ruido de un trueno de Ray Bradbury e Y construyó una extraña casa de Robert A. Heinlein me hechizan.

De vuelta a casa después de la facultad por unos meses (el tiempo entre trabajos es territorio común entre los idealistas universitarios fallidos que creen que pueden cambiar el mundo), empecé a leer las novelas románticas de mi madre, que no me habían atraído como adolescente pero que ahora como una mujer "madura" de veintiún años, encontré subyugantes.

Nora Roberts, entre otras, me introdujo en las novelas contemporáneas que no concernían a asesinatos, desmembramientos, o individuos locos viviendo en las alcantarillas.

Empecé a leerlo todo.

Alrededor de la siguiente década, construí mi carrera en la asamblea legislativa del estado de California, me casé, tuve cinco hijos, pero nunca dejé de leer. Encontré una maravillosa mezcla de suspense y romance en las novelas de suspense romántico de Linda Howard, Tami Hoag e Iris Johansen; los misterios forenses de Patricia Cornwell y los thrillers médicos de Tess Gerritsen; la profunda oscuridad de Dean Koontz; y el humor de Jennifer Crusie y Janet Evanovich.

Y entonces ocurrió la segunda cosa importante.

Me enamoré del romance… entre el peligro. Suspense romántico. Lo mejor de los dos mundos. Dos personas destinadas a estar juntas, separadas por el malo, malo que no sólo quiere destruir su relación, sino sus vidas.

Stephen King conoce a Nora Roberts

Adoro la novela romántica porque yo quiero un final feliz. El amor verdadero debe vencer por encima de las adversidades. Si el héroe y la heroína lo merecen. Tienen que ganárselo, porque nada conseguido fácilmente es apreciado realmente.

Pero también adoro el horror y el suspense, porque el temor físico hace que el cuerpo entero reaccione, martilleo de corazón, latido en la cabeza, temblor de manos.

Juntar romance y suspense es algo natural. Proporciona la satisfacción de ver a dos personas merecedoras triunfar sobre un malvado muy real con el propósito de vivir felices para siempre, con ellos mismos y con el otro.

En el suspense romántico debe haber un final feliz -es lo que la historia promete-pero el peligro debe ser real. Debe haber dudas. Debe parecer que quizá el bueno o quizá el malo pueden ganar. Hasta el triste final, se ha de temer que el héroe o la heroína pueden fallar. Morir. Que el villano puede ganar.

Si no es real, no es suspense. Si tú no dudas, te encoges, te preocupas, temes, no es suspense. El suspense es personal. Puede ocurrir. Puede ocurrirte a ti. Incluso en el suspense paranormal, en el mundo construido por el autor, la amenaza es muy real.

Cuando estás enamorado, todo tiene mayor importancia. Cuando la vida de tu amado está en peligro, haces cosas de las que nunca te creíste capaz. Porque cuanto mayores sean las dificultades, el "felices para siempre" será el más dulce.

***

[1] Personajes protagonistas de varias series populares de misterio infantil. (N. de la C.)