Allison Brennan
La presa
Amigas del FBI, 01
Título originaclass="underline" The Prey
Traducción de Alberto Magnet
A mi madre.
Siempre tuviste fe en mí.
Agradecimientos
Nunca había entendido cabalmente lo que implicaba el proceso de publicación de un libro. Pensaba que un escritor lo escribía, que un editor lo editaba y corregía y una editorial lo publicaba. Hay un sinfín de editores, correctores, diseñadores, publicistas, docenas de personas muy comprometidas con su trabajo que merecen un reconocimiento por su gran labor.
A todos los que intervinieron en la producción de este libro en Ballantine, les agradezco por facilitar al máximo este proceso. Agradezco especialmente a Gina Centrello y Linda Marron, por su entusiasmo; a Charlotte Herscher por estimularme a investigar en profundidad, y a Dana Isaacson por sus excelentes consejos en temas relacionados con el desequilibrio mental.
Wally Lind y Rick Litts, escritores de novelas policiacas, me proporcionaron una ayuda inestimable, y compartieron conmigo sus experiencias, sus conocimientos y su tiempo, sobre todo en lo relativo al sistema penitenciario. Si he cometido errores técnicos, seguro que no es culpa de ellos.
Trisha, tú creíste en mí desde el principio. Gracias por ser una verdadera amiga.
Jan, Sharon y Amy, gracias por ser mis primeras lectoras. De no ser por vosotras, jamás habría acabado este libro.
A Karin, Edie, Barbara, Michelle, Kathia amp; Michele, gracias por vuestro constante apoyo y aliento.
Jamás habría logrado que mi sueño se hiciera realidad sin mi maravillosa agente Kimberly Whalen, que trabajó veinticinco horas al día para ensamblar el conjunto… Gracias por haber apostado por mí.
Y, desde luego, debo dar las gracias a mi marido, Dan, y a mis hijos por haber soportado mis largas sesiones de escritura hasta tarde por la noche, las cenas rápidas y el desorden en casa. Vosotros sois mi motivación. Os amo.
Prólogo
La observó desde lejos. Objetivamente, como un científico contemplaría un microbio interesante. Incluso desde esa distancia, era una mujer atractiva.
Pelo rubio y largo recogido en un moño compacto. Un perfil aristocrático. Una nariz como un punto pequeño y puntiagudo. Los huesos de la cara podrían parecer rasgos de nobleza, aunque él los consideraba demasiado angulosos. Tenía un cuerpo delgado y atlético, discretamente musculoso. Ni uno solo de sus rasgos era suave.
Excepto los ojos.
Los llevaba ocultos tras unas gafas de sol John Lennon, pero él recordaba que eran del color del mar, del color gris azulado del océano Atlántico en un día despejado. Sí, tenía unos ojos suaves porque en ellos se adivinaba la emoción, y por eso los ocultaba detrás de esas gafas horribles. Ella quería ser tan dura como lo parecía, pero por dentro era suave. Débil. Una mujer.
Vería esos ojos por última vez en el momento antes de matarla. Se le llenarían de miedo, porque entendería la verdad. Con el corazón latiéndole con fuerza, sintió que la sangre se le subía a la cabeza. Sí, cuando ella entendiera la verdad, él se habría liberado. Sonrió.
Ella pensaba que él no podía tocarla. ¿Acaso pensaba en él alguna vez? No lo sabía. Pero antes de que acabara el juego, pensaría en él, le tendría miedo, sentiría la fuerza de su venganza.
Matarla no era el principio y, desde luego, no sería el final. Muchas otras también merecían morir.
Pero la muerte de ella sería la que le procuraría mayor satisfacción.
Mientras la miraba, observó que vacilaba al abrir la puerta de su Mercedes cupé negro y miraba a su alrededor. El corazón se le aceleró ligeramente. ¿Acaso lo presentía? Ella no podía verlo y, en caso de que lo viera, ¿se acordaría? La suya era una cara normal y corriente, la cara de un tipo cualquiera. Ella sabía qué era la locura, pero él no estaba loco. Sabía qué era el terror, pero él no era aterrador. Ahora, no. Sabía disimular hábilmente su excitación, su rabia, su ira.
¡Era muy divertido jugar con ella! Una última mirada. Lo miró, aunque no lo veía. Sin embargo, quizás intuyera algo porque subió rápidamente al deportivo y lo puso en marcha. Con el corazón galopante y los puños apretados, él imaginó que la agarraba por su cuello largo y delgado y se lo rompía.
No, no le romperé el cuello. Demasiado fácil. Demasiado rápido.
Al contrario, la estrangularé poco a poco. La ahogaré. Me quedaré mirando mientras se pone azul. Luego la soltaré, que respire un par de veces. Que piense que tiene una posibilidad, que hay una esperanza.
Y luego volveré a apretar.
Vería cómo su mirada se llenaba de entendimiento, de miedo, y de una vaga esperanza cada vez que él la dejara respirar. Y, finalmente, la conciencia de que toda esperanza era inútil. Sólo la muerte. Y cuando esos ojos claros lo miraran, ella entendería que todo era culpa suya.
Debía haber muerto años atrás.
Se quedó mirando el camino un buen rato después de que el coche desapareció de su vista. Devolvió con cuidado los prismáticos a su funda.
Ella no iría a ninguna parte. Tenía todo el tiempo del mundo para matarla. Volvió a su coche caminando y lanzó una última mirada hacia la casa antes de dirigirse al aeropuerto. Le esperaba mucho trabajo en las próximas veinticuatro horas, pero volvería a tiempo para verle la cara cuando le contaran lo que había hecho.
Había llegado el momento de poner manos a la obra.
Capítulo 1
Rowan Smith se enteró del asesinato de Doreen Rodríguez por los reporteros que invadieron su jardín. Fue el lunes por la mañana.
Oyó la puerta de un coche que se cerraba violentamente y se despertó asustada. Buscó instintivamente la pistola, que ya no estaba bajo su almohada, y mientras hurgaba entre las frescas sábanas de algodón, recordó que la había dejado en su mesilla de noche. Vaciló un instante, pero luego cogió la Glock y sintió el metal frío en las manos. No atinaba a pensar en un buen motivo para echar mano de su pistola, pero se sentía bien empuñándola.
Se había dormido vestida con un pantalón de chándal y una camiseta, una vieja costumbre de estar preparada para cualquier cosa. Bajó descalza las escaleras y desde la ventana de su estudio miró para ver quién la visitaba a tan temprana hora de la mañana. El sonido sordo de una puerta de furgón deslizándose hasta cerrarse le hizo pensar que los visitantes eran más de uno. Con el índice, apartó un poco las venecianas para mirar.
Por su ropa arrugada y sus libretas, supo que eran reporteros de la prensa. Los de la televisión cuidaban mucho más su indumentaria y su aspecto. Se habían juntado tres furgonetas y dos coches en la entrada de su casa de alquiler frente a la playa. Rowan odiaba a los periodistas. Ya había alternado demasiado con ellos cuando trabajaba en el FBI.
Sonaron las campanillas del timbre, y ella tuvo un sobresalto. Aunque desde su estudio podía ver el jardín, no alcanzaba a ver la puerta de entrada. Al parecer, uno de los reporteros más osados se había armado de valor para tocar el timbre.
¿Qué querían? Acababa de conceder una entrevista a propósito del estreno de Crimen de pasión hacía dos días. Esperaba que ahora no pretendieran celebrar una entrevista colectiva.
Fue hacia la puerta y entonces se dio cuenta de que llevaba el arma. Se imaginó los titulares: Ex agente se presenta armada a una entrevista. Guardó la pistola en el cajón de su mesa de trabajo y se dirigió a paso rápido a la puerta, sin apenas darse cuenta de lo frías que estaban las baldosas que pisaba.
Al mismo tiempo que el timbre repetía su odioso ding-dong, sonó el teléfono. Genial. Los periodistas la acechaban desde todas partes. Ya había tratado con ellos, y tendría que volver a hacerlo. No fue hasta que abrió la puerta que tuvo la intuición de que había sucedido algo malo y que quizá no debería hablar con ellos.
Demasiado tarde.
– ¿Tiene usted algún comentario que hacer a propósito de la muerte de Doreen Rodríguez?