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– Tengo que salir de esta casa.

Tess se reunió con Michael y Rowan en el minúsculo despacho que ésta tenía en los estudios. Rowan les lanzó una mirada escéptica.

– Michael, pensé que habíamos acordado que aquí estaría a salvo.

Era verdad. Al llegar, hablaron con los responsables de los estudios y a Michael lo tranquilizó que el jefe de seguridad entendiera los riesgos. Pero Michael quería a uno de los suyos ahí dentro, alguien que le respondiera directamente a él. Ya que John estaba fuera de la ciudad, Tess era la única alternativa a mano.

– Diga que sí, ¿vale?

Rowan entornó los ojos y cambió de tema.

– Voy a llamar al FBI y averiguar dónde están los archivos de mis casos. Creía que a estas alturas ya los habrían mandado. Podemos recogerlos en el cuartel general al volver.

– De acuerdo. Tenga cuidado, Rowan.

– Siempre.

Vio que Tess salía junto con Rowan y sintió una punzada de arrepentimiento por tener que ausentarse. Pero quería consultar con el Departamento de Policía de Los Ángeles si habían seguido la pista de las flores. No estaría de más asegurarse de que el jefe supiera que él trabajaba en el caso. Podría darles algo de información sobre el estado de la investigación.

Rowan estaría a salvo siempre que se encontrara en las dependencias de los estudios.

Llegó a la comisaría de policía justo antes de las tres, pero los inspectores Jackson y Barlow estaban reunidos con los federales. Michael esperó, charló con sus antiguos colegas y empezó a perder la paciencia cuando, al cabo de una hora, la reunión no había acabado.

Al final, cuando estaba a punto de marcharse, la secretaria del jefe le avisó:

– Ahora puede pasar.

El comisario Bunker estaba sentado ante su mesa con el auricular del teléfono apoyado entre la cabeza y el hombro.

– Flynn, me alegro de verte. Me gustaría que fueran otras las circunstancias -dijo. Colgó el teléfono de golpe, con el ceño arrugado, y le estrechó la mano a Michael-. Barlow acaba de salir con los federales a la escena de un crimen. Han localizado la floristería.

– ¿Y?

– Una tienda cerca de Misión de San Fernando. Los informes dicen que Christine Jamison vendió la corona funeraria el domingo para que se la entregaran a la señora Smith el martes. Hemos mandado a dos agentes a su piso. Está muerta.

Capítulo 4

Michael estaba a punto de subir al SUV cuando oyó el timbre de su teléfono móvil. En la pantalla vio que era Tess.

– ¿Qué pasa?

– ¡Mickey! -Tess parecía estar sin aliento.

La adrenalina se le disparó. Algo había ocurrido.

– ¿Qué ha pasado?

– Ven lo más pronto posible. Ha pasado algo aquí en los estudios.

– ¿Rowan está bien? -El corazón le latía con fuerza.

– No, ella cree que ha sido una broma. Me ha dicho que no te llamara, pero…

– Enseguida llego. -Interrumpió la llamada y marcó la línea directa del jefe de policía para pedirle que mandara una patrulla a los estudios, aunque todavía no tenía todos los detalles.

Llegó a los estudios en tiempo récord. En el plató, los agentes uniformados ya estaban hablando con Annette, que los miraba como con ganas de estrangularlos. Vio a Rowan de pie al fondo del plató. Estaba a salvo. Tess se le acercó a toda prisa para contarle lo sucedido.

– Estábamos mirando un ensayo aquí en el estudio B y los actores hicieron una pausa. David Cline, el director, empezó a hablar con Rowan de ciertos cambios y entonces se oyó un grito. Le dije a Rowan que se quedara donde estaba. Saqué mi pistola, pero ella también, y fue ella la primera en ir hacia el plató.

A Michael se le encogió el corazón con sólo imaginar a su hermana menor con un arma en la mano. Él la había entrenado, pero Tess todavía no estaba preparada para la acción de campo. No debería haberle encomendado la protección de Rowan. Aunque, en realidad, no imaginaba que algo pudiera pasar en los estudios. Sobre todo por las medidas de seguridad que regían siempre.

– Marcy Blair, una de las actrices, la que gritó, estaba junto a un charco de sangre -siguió Tess-. No había nadie herido. Rowan se quedó mirando la sangre un buen rato y yo pensé que iba a perder los papeles. Y entonces se inclinó y la tocó. Era de mentira. Nadie vio quién la había derramado. Habían salido todos durante el descanso. Marcy Blair fue la primera en volver.

Alguien tocó a Michael en el brazo y él se giró, rápido, tenso por las noticias y por la escasa información.

Era Rowan. Estaba pálida y demacrada, pero decidida.

– Michael, confíe en mí. Esto no es un crimen. Dígales a los agentes que se vayan.

– ¿Cómo lo sabe? -Estaba enfadado consigo mismo por haberse fiado de la seguridad de los estudios. Si algo le hubiera sucedido a Tess, o a Rowan… no quería ni pensar en ello. No volvería a dejarlas solas. Al fin y al cabo, era su deber proteger a Rowan, con o sin la seguridad de los estudios.

Rowan se le acercó y él tragó saliva. Había algo en esa mujer que le resultaba tremendamente atractivo, pero en ese momento estaba demasiado irritado y frustrado para pensar en ello.

– Michael -dijo ella, con voz suave-. Sé quién ha derramado la sangre falsa. Es un buen chico y no quiero que se meta en problemas. Lo dejaré hablar con él si promete no darle mayor importancia al asunto. Por favor, dígale a la policía que ha habido un malentendido.

Estaba tentado de no hacerle caso. Tenía ganas de meterle el miedo en el cuerpo a alguien, y un chico travieso le vendría como anillo al dedo.

– Más le conviene estar en lo cierto -dijo, entre dientes.

Se acercó a los agentes, les dijo que se trataba de un malentendido y que él hablaría personalmente con el jefe. Aquello los convenció y decidieron marcharse. Annette intentó regañarle por llamar a gente del exterior, como la policía. Pero Michael la ignoró. Llamaría a quien fuera necesario para cumplir con su deber.

Michael acompañó a Rowan a su despacho, y ella recogió sus cosas.

– Vale, ¿qué está pasando?

– Adam Williams es mi admirador número uno -dijo, con aire travieso-. Tiene diecinueve años y viene de un hogar conflictivo. Lo conocí hace dos años cuando vine a Los Ángeles a trabajar en mi primer guión. Empezó a seguirme por todas partes y, al final, tuve que enfrentarme a él. -Rowan cerró la puerta de su despacho y salieron al aparcamiento a buscar el SUV de Michael.

»Es un buen chico -siguió Rowan-. Es un poco raro, pero no tiene a nadie con quien hablar, aparte del ciberespacio. La última vez que volví a Colorado, nos mantuvimos en contacto a través del correo electrónico. Me cae bien. Le conseguí un empleo en el departamento de decorados cuando volví hace dos meses, y hoy lo he visto en el estudio B. Esto es algo típico de él. -Se encogió de hombros y lo miró con una media sonrisa-. Le gustan las bromas macabras.

– Debería pedir que lo detengan. -¿Era una broma? Quizá Michael tendría que juzgar por sí mismo las intenciones del muchacho.

– Eso le haría tanto daño, no puede ni imaginárselo -dijo ella, con la mirada un poco perdida-. Tiene que dejarme hacer las cosas a mi manera. No permitiré que lo amenace. Adam no es un discapacitado mental, pero es un poco lento.

– Ya veremos. -Cuando ella le lanzó una mirada severa, Michael se echó atrás-. Lo haré a su manera… al menos para empezar.

Rowan guió a Michael hasta llegar a un pequeño dúplex a sólo tres manzanas de los estudios, en un barrio más antiguo y bien cuidado de Burbank.

– Adam vive en la parte de atrás. Por favor, deje que yo me ocupe de esto -repitió.

Él quiso protestar, pero al ver que Rowan tensaba la mandíbula, supo que estaba decidida. Al mismo tiempo, percibió su cansancio, que daba cierto brillo a sus ojos. Le tocó la mejilla con la punta de los dedos, y el gesto se convirtió en caricia. Luego dejó caer el brazo.

– Yo le guardaré las espaldas.

Rowan asintió, con una media sonrisa. Caminó por delante hacia la entrada, y luego hasta la parte de atrás. Llamaron a la puerta. Sin respuesta.

– Adam, soy yo, Rowan.