– Algunas cosas nunca cambian. Pero me encantan los espaguetis. -En realidad, a John no le importaba tanto el proceso de comer como el hecho de proporcionarle combustible a su cuerpo. Sacó la caja de zumo, la sacudió y engulló el contenido. Luego la tiró al cubo de la basura y volvió a mirar en la nevera. Sacó una botella de agua y se bebió la mitad de un solo trago.
Tess lo miraba con una media sonrisa.
– Sí, hay algunas cosas que nunca cambian.
– Cuéntame más acerca del caso de Mickey. -John cogió una silla y se sentó frente a la pequeña mesa de la cocina apoyándose en el respaldo hasta que la silla quedó tan inclinada que se levantaron las patas.
Ella se encogió de hombros y vació una lata de tomate en una cacerola.
– No hay mucho que contar salvo que ha muerto una segunda mujer. Una florista.
– ¿Una imitación del libro de Smith? -En el aeropuerto de México D.F. había comprado la última novela de Rowan Smith, Crimen de corrupción. Se lo leyó de una sentada en el avión, totalmente enganchado. Le gustó el protagonista, un agente del FBI muy serio, con defectos muy reales, y el malo era la maldad personificada con una cara tan normal como… como la suya.
De no saber que esa maldad existía, habría pensado que exageraba. Pero había conocido a asesinos tan retorcidos y descerebrados que le extrañaba de verdad que fueran capaces de disimular su maldad.
Incluso Satanás había sido un ángel.
– ¿John?
Él sacudió la cabeza y le sonrió.
– Nada, estaba soñando despierto.
– Parecía más bien una pesadilla -dijo Tess-. ¿Estás bien?
– No he logrado pillar a Pomera.
Su hermana lo miró con un brillo de simpatía.
– ¿Ha sido porque te llamé a destiempo? ¿Te saqué de ahí demasiado pronto?
Él negó con un gesto de la cabeza.
– Tenía que encontrar el escondite o resignarnos a que la próxima semana tuviéramos toneladas de droga llegando a nuestras costas. Al menos dimos con un alijo grande. Tardarán un tiempo en recuperar sus pérdidas y rehacer el inventario. Un mes, quizá dos.
– ¿Y después volverán a hacer negocios? -preguntó Tess, que se había quedado boquiabierta-. ¿Después de sólo dos meses? ¿De qué sirve? Hagas lo que hagas, destruyas las toneladas que destruyas, siempre habrá más.
Ésa era la triste realidad de la lucha contra las drogas. Mataran a los hombres que mataran, y por muchas toneladas de cocaína y heroína que destruyeran, siempre habría criminales más osados y legiones de campesinos pobres que se dedicarían al cultivo y, al final, siempre habrá más droga. Pero con tal de que pudiera salvar a un solo chico de cometer la misma estupidez que Denny…
No podía pensar en su amigo muerto ahora. No después de haber estado tan cerca de echarle el guante a Pomera. Sin embargo, el muy hijo de su madre siempre estaba más allá de su alcance. La próxima vez.
Ya no era su trabajo, se recordó a sí mismo, al menos no lo era oficialmente. Sólo cuando ciertos poderes lo necesitaban, a él y sus conexiones, entonces tenía carta blanca para dar caza legalmente a Pomera. Se dejaba utilizar porque en cada una de esas ocasiones tenía la oportunidad de destruir un cargamento. Eliminar al menos un alijo de droga de las calles de Estados Unidos. Y quizás, en teoría, salvar una vida.
– Así es, Tess.
– No tienes por qué luchar por una causa perdida. Quédate aquí y ayuda a Mickey.
– Hablando de Mickey -dijo John, cambiando de tema. Tess no lo entendería. No podría. No sabía el daño que la gente desalmada hacía a otras personas. A personas que conocían, y también a extraños.
Céntrate en el problema que tienes delante.
– ¿Crees que la relación entre ellos va a más? -No sería la primera vez, pero Michael era un buen poli. Sí, a veces se había dejado llevar por los sentimientos, pero nunca dejaba de cumplir con su trabajo.
Ella asintió.
– Igual que con Jessica.
John recordó la foto de Rowan Smith en la contratapa de su libro, sobre todo porque era poco habitual entre los escritores. En lugar de un primer plano, o de un plano medio, la foto estaba tomada a cierta distancia, y ella estaba apoyada contra un pino, con el suelo cubierto de nieve y las ramas por encima de su cabeza también. Ni siquiera era una foto de frente sino de perfil. Un perfil aristocrático, elegante y desafiante.
La mayoría de la gente no la reconocería en la foto. Iba vestida toda de blanco, con el pelo largo tan rubio que se confundía con la nieve del fondo. Le caía sobre los hombros, suave y sedoso. La foto transmitía una sensación abrumadora de soledad, de separación.
– Me preocupa Michael -dijo Tess.
John le cogió la mano y se la apretó, al tiempo que sacudía la cabeza.
– Mickey ya es mayor. Es un buen guardaespaldas. Sabe lo que hace.
– No me refiero a su competencia profesional. Me preocupa su implicación personal en este caso.
– Es un poco pronto para hacer ese tipo de consideraciones, ¿no te parece? -Aunque John se oponía a esa especulación, pensó que la intuición de su hermana era acertada. Michael se lanzaba de cabeza cuando se trataba de mujeres. Era algo que sucedía siempre, desde Missy Sue Carmichael, la alumna de último curso del instituto que acabó con la virginidad de su hermano cuando tenía quince años. Siguió Brenda, al año siguiente, Tammy, María… vaya, John perdía la cuenta de las mujeres de las que Michael se había enamorado a lo largo de los años.
Tess lo miraba, arrugando su pequeña nariz con un gesto de incredulidad.
– Eso mismo pensaba yo, John.
Sí, Tess conocía a Michael tan bien como él.
– No te preocupes por él, Tessie. Sabe cuidarse solo.
– Puede que sí. Lo que pasa es que tengo la impresión de que este caso es diferente, por algún motivo. Hay más cosas en juego.
– Estaré atento -prometió John.
Después de treinta minutos de conversación sumamente discreta, frustrante y llena de tensión con el agente especial Quinn Peterson y Rowan, Michael abandonó la sala y fue a encerrarse en el estudio. Tenía que hacer unas cuantas llamadas.
Había buenas noticias, y eran que el FBI había revisado las medidas de seguridad que Michael había propuesto y la oficina de Los Ángeles iba a asignar otros dos agentes, a pesar de que Rowan se oponía a ello. Mañana interrogarían a los vecinos de Rowan en Malibú. Cuatro de la docena de casas de esa parte de la playa estaban vacías, alquiladas o cerradas porque los dueños vivían en una primera residencia. El FBI había alertado a todas las inmobiliarias de las propiedades para que vigilaran estrechamente esas casas y le notificaran si algo parecía estar fuera de lugar.
Se enviarían los equipos necesarios, pero dado que los recursos escaseaban, no se podía mantener una vigilancia permanente, sólo un equipo para toda la jornada, aparte de Peterson y su compañero. Sin embargo, el FBI trabajaba en estrecho contacto con los cuerpos de seguridad para coordinar la información. Además, ofrecían darle máxima prioridad al caso en sus laboratorios en Quántico.
Peterson había traído una caja llena de viejos archivos de los casos de Rowan. Ella no dejaba de hojear los documentos, ansiosa por empezar, sin disimular que tenía ganas de que Peterson se marchara.
Michael intuyó que había algo más que una relación profesional entre Rowan y el agente del FBI. Ella volvía a parapetarse tras su escudo invisible. Los esfuerzos de Michael por penetrar en su mente, entenderla y darle confianza para que bajara sus defensas, se desvanecieron por completo cuando apareció Quinn Peterson. Michael sintió una fuerte descarga de celos, aunque no tardó en aplacar la emoción.
No podía permitirse entablar una relación íntima con otra mujer vulnerable. No era que Rowan fuera vulnerable en el sentido tradicional. Todo lo contrario, su fuerza y su visión clara de las cosas le parecían admirables. Pero lo necesitaba a él, y Michael era muy consciente de su pasado junto a mujeres que lo necesitaban. En su interior luchaban dos bandos, y él estaba decidido a guardar sus distancias con ambos.
Sin embargo, tenía que reconocer que Rowan le intrigaba. Era diferente a todas las mujeres que había conocido.
En el estudio, Michael cogió el teléfono y marcó el número de un amigo que trabajaba en la oficina del FBI en Los Ángeles.
– Tony, soy Michael Flynn.