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Ella le dijo algo, pero él no se dio cuenta.

– Perdón, ¿qué has dicho? -preguntó, como un tonto.

– ¿La chica está bien? ¿Sadie Pierce? -Rowan giró la silla para mirarlo. Llevaba un pantalón gris y una camiseta azul desteñida. Tenía el pelo recogido y no iba maquillada, pero a John no podría haberle parecido más atractiva.

¿Qué le estaba ocurriendo? No solía crear vínculos amorosos, sobre todo con las mujeres con que trabajaba. Ése no era su modus operandi, y no quería cambiarlo ahora.

– Está bajo protección -dijo-. Ha pasado la noche en el hospital y ya le han dado el alta, lesiones menores. Es una chica dura.

Rowan cerró los ojos y sonrió.

– Qué bien. No te imaginas lo contenta que me he puesto de que haya logrado escapar. -Rowan guardó silencio y lo miró fijamente-. Roger te habrá contado lo del bolso con instrumentos médicos. Y lo del libro. El libro que Bobby robó de mi estantería.

– No se sabe nada de Bobby -dijo él, asintiendo.

– Ya me lo imaginaba. Roger ha eliminado todas las trabas -dijo Rowan, con voz algo temblorosa.

– La policía está totalmente volcada en Dallas -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Los medios de transporte en Los Ángeles están avisados. Será difícil que vuelva aquí sin que lo detecten.

– Pero no imposible -murmuró ella.

– No, no es imposible -convino John-. Ha demostrado ser bastante listo, así que, a menos de que corneta un error, llegará. Vendrá a por ti, Rowan. Tenernos que protegerte.

– Eso es lo que estáis haciendo. Hay dos sedanes del FBI en la carretera, y tengo a Quinn instalado en mi salón. Estarnos preparados para cuando venga.

– Tenernos que tornar otras medidas.

– ¿Qué?

– He hablado con Collins esta mañana.

Rowan se puso tensa. Todavía tenía el mal sabor de boca de las mentiras de Roger. John no se lo reprochaba. A él también le había costado guardar las buenas maneras con Collins por teléfono.

– ¿Y?

– Quiere que te traslademos a una casa de seguridad.

– No -dijo ella, y se cruzó de brazos, como si ésa fuera la respuesta final.

– No hay otra opción.

– ¡Y una mierda que no la hay! -Rowan lanzó los brazos al aire y se dirigió al teléfono, lo cogió y señaló a John con un dedo acusatorio-. No pienso huir y esconderme. Bobby vendrá a por mí. Me parece bien. Estamos preparados. Lo cogeremos y ahí se acaba la historia.

Empezó a teclear violentamente los números en el teléfono inalámbrico. John se acercó e intentó quitárselo, pero ella le propinó un golpe de kárate en el brazo.

– Maldita sea, Rowan -dijo John, frotándose la muñeca-. Sabes que es la mejor solución. Van a dejar a un señuelo en la casa, van a montar una trampa.

– Yo quiero estar aquí. Necesito estar aquí.

– No puedes. Estás demasiado implicada en todo este asunto.

– Soy una ex agente, y tengo entrenamiento, maldita sea. -Se volvió hacia el auricular-. Roger, no pienso irme a una casa de seguridad. -Luego escuchó la respuesta, mientras en su rostro empezaba a reflejarse su ira-. ¡No puedes hacer eso! -exclamó y, al cabo de un momento gritó-: ¡Maldito seas! -y, enfurecida, devolvió el auricular al aparato.

Se giró hacia John y lo golpeó en el pecho.

– ¡Tú eres cómplice de todo esto!

– Creo que es una buena idea.

– ¡Y una mierda que es una buena idea! Quiero estar aquí cuando lo atrapen. Me cuesta creer que prefieras huir.

A John se le tensó la mandíbula, una muestra de la rabia que estaba a punto de desatarse. La cogió por las muñecas, la apretó con fuerza y la atrajo hacia él. Sus labios estaban separados por sólo unos centímetros.

– No pienso huir, Rowan -dijo, con voz pausada y tranquila-. Te estoy protegiendo. Collins te ha puesto bajo custodia preventiva por tu propio bien.

– No me hables de lo que me conviene -replicó ella, con voz vibrante y los ojos oscurecidos por el dolor y la rabia.

– Mira cómo te has puesto ahora mismo, Rowan. Acabas de demostrar que estás demasiado involucrada en esto. No adoptes esa actitud.

– Después de todo lo que ha pasado, ¡merezco estar aquí! -Rowan temblaba de pies a cabeza, y en las miradas que lanzaba a John había una súplica latente.

John no estaba en desacuerdo con ella. ¿Cómo no estarlo? Él también entendía el deseo de venganza. De justicia. De hacer algo por sí mismo porque se trataba de su enemigo.

Sin embargo, Bobby MacIntosh había demostrado ser un tipo listo. Había planeado cuatro asesinatos a la perfección. La huída de la última víctima se debía en parte a la mala suerte y en parte a la elección de Sadie Pierce.

John no dudaba de que MacIntosh tuviera un plan para encontrarse a solas con Rowan y matarla. Después de torturarla.

No podía dejar que eso ocurriera. John confiaba en sus habilidades pero confiaba todavía más en sus intuiciones. MacIntosh volaría la maldita casa si pudiera. Haría cualquier cosa para acabar con Rowan. Y John no tenía la menor intención de perderla.

– Pues, no hay más opciones -repitió con voz queda-. Tienes una hora para meter tus cosas en una maleta y nos vamos.

Ella lo miró con un destello salvaje, sintiéndose traicionada. ¿Por qué no entendía que aquella era la mejor solución? No era la solución perfecta, pero la mantendría viva hasta que dieran con su hermano.

Sin decir más, Rowan pasó a su lado y salió del estudio con un portazo.

¿Qué se esperaba? ¿Que ella se mostrara dispuesta a mudarse a una casa en la costa? ¿Que se lo tomara como unas vacaciones? ¿Que podrían dar largos paseos por la playa y hacer el amor junto a la chimenea encendida? Pero no, no iban a quedarse en un puñetero nido de amor. Aquello era una casa de seguridad. Y él no era su amante, sólo un compañero disponible en la cama cuando los dos necesitaban a alguien.

No le convenía pensar en sus encuentros con Rowan en otros términos.

Se giró para irse, pero el brillo de la pantalla del ordenador captó su atención. Se acercó y leyó lo que Rowan había escrito.

Mi infancia fue cualquier cosa menos idílica. Con la mentalidad de una niña, pensaba que el amor de mi madre podía mantener a raya a los monstruos. Al fin y al cabo, los monstruos no existían.

Sin embargo, vivíamos con monstruos. No sólo mi hermano, a quien siempre había temido, sino un monstruo con la máscara de un padre amante. A los pequeños nunca nos levantó la mano. Pero mi madre no escapó a su ira. Ahora no puedo dejar de preguntarme por qué. ¿Por qué permitió que la humillaran constantemente golpeándola? ¿Por qué tuvo que morir para poner fin a su sufrimiento?

¿Y por qué nadie más vio los maltratos de mi padre?

Era un bello día de primavera, y los cerezos en flor estaban llenos de vida…

Era una autobiografía, pensó John, incrédulo. Estaba seguro de que Rowan nunca había pensado en ello antes. Porque ella no hablaba del pasado. Ahora, al parecer, algo la había liberado.

Empezaba a tener dudas acerca de la casa de seguridad. Quizá Collins se equivocaba y Rowan podía, en realidad, enfrentarse a su hermano. Por otro lado, su reacción de hacía cinco minutos le decía que estaba demasiado implicada emocionalmente para pensar con claridad.

Con esos sentimientos contradictorios rondándole la cabeza, miró la puerta cerrada. No, no podía correr ese riesgo. No podía poner en peligro su vida.

Si perdía a Rowan, pensaba que no lo superaría. Sólo esperaba no estar cometiendo un grave error.

Rowan guardó silencio durante el largo trayecto por la costa, que tardó más de lo normal porque John tomó diversas precauciones para asegurarse de que no los seguían. La casa de seguridad estaba situada cerca de Cambria, un pequeño pueblo al norte de Santa Bárbara.

Rowan pensó que era una ironía que sólo unas semanas antes soñara con pasar una temporada en la costa norte de California, donde el paisaje del océano se mezclaba con el bosque, y donde gozaría de la intimidad que tanto añoraba. La costa central era más o menos lo mismo. Cambria era una comunidad idílica y tranquila donde pasar las vacaciones, y estarían seguros.

Sin embargo, Rowan estaba molesta con todo.