Ya se esperaba ese trato sobreprotector de Roger. Al fin y al cabo, le había mentido desde el principio, con el fin de protegerla. Aunque detestaba las mentiras y la traición, Rowan comprendía sus motivaciones. Ella era una persona diferente de la que había sido a los diez años, en realidad, apenas algo más que una niña. ¿Qué caballero andante no querría proteger a una pequeña damisela en apuros? Y, por aquel entonces, ella pensaba en Roger como en su caballero andante.
Pero no se habría esperado eso de John. De todas las personas, pensaba que John entendería. Él deseaba la justicia para Michael tanto o más que ella. Y lo mismo para el resto de las víctimas de Bobby.
El sacrificio de John le había impresionado. Él lo dejaba todo para protegerla a ella. Había renunciado a la posibilidad de vengar el asesinato de su hermano porque quería mantenerla a ella a salvo. Lo miró con semblante de renovado agradecimiento. Y algo más profundo. Un sentimiento que la había embargado en alma y cuerpo desde la primera noche en que habían hecho el amor.
John formaba parte irrevocable de su alma. No podía perderlo. Finalmente, había comenzado a aceptar y a lidiar con lo ocurrido tantos años atrás. Le parecía impensable perder a John.
Cuando se trataba de decir las cosas como eran, Rowan detestaba huir. Le recordaba el asesinato de los Franklin y el episodio más negro de su vida desde la muerte de Dani.
Ya no sentía el impulso de huir. Su demonio tenía un rostro. Bobby. Quería enfrentarse a él con sus propias fuerzas. Quería ver qué cara pondría cuando se diera cuenta de que ya no era la pequeña niña débil y asustadiza que él perseguía hace veintitrés años. A pesar de su tierna edad, lo había derrotado entonces, y seguro que podría volver a derrotarlo ahora.
Sin embargo, la oportunidad de atrapar a Bobby personalmente había sido anulada por el capricho de un hombre que le había mentido y con la complicidad de un hombre en el que había confiado.
No parecía correcto, aunque supiera que aquella era, en realidad, su única opción. Ella no había hecho ni dicho nada que hiciera creer a Roger o a John que era lo bastante fuerte para enfrentarse a Bobby. ¿Era lo bastante fuerte? Si Bobby la encontraba, sería capaz de luchar contra él y derrotarlo. ¿O iría a esconderse en un armario como lo había hecho la pequeña Lily, esperándolo, dejándole que matara a sus seres queridos?
Esperaba… No, creía que si Bobby la encontraba, ella estaría a la altura del desafío. No dejaría que la dominara. No podía dejar que la venciera.
Sin embargo, huir también protegía a John del peligro. Si bien Rowan no tenía ninguna duda de que él era capaz de dirigir una operación sometido a una gran tensión emocional, en la casa de seguridad también estaría protegido. Aquella idea le daba un mínimo de paz.
– Lo siento -dijo, mirando a John, cuando se detuvieron frente a una verja cerrada que daba a un camino privado.
Él se giró en el asiento para mirarla, con el motor todavía en marcha.
– No tienes por qué pedir perdón.
– Sí que tengo -negó ella con la cabeza-. Me he portado como una niña inmadura allá en Malibú y he venido todo el camino haciendo mohines.
– Es verdad que has hecho un arte de los mohines. Nunca había estado con una mujer que guardara silencio tres horas seguidas. -De hecho, bromeaba, y eso le aligeró el ánimo.
Rowan arrugó la nariz.
– En cualquier caso, te agradezco que me hayas acompañado hasta aquí. Roger me habría asignado un agente. No tenías por qué hacer esto. Podrías haberte quedado en Los Ángeles.
John no habló durante un momento largo, y luego le cogió la mano y se la apretó con tanta fuerza que casi le dolió.
– Significas mucho para mí, Rowan. No pienso confiar tu seguridad a nadie más. Michael ha muerto -dijo, y tragó saliva, presa de ese agudo dolor que le nublaba los ojos-. Tú estás viva. Necesito que sigas así.
John hablaba con una voz templada por una tranquila emoción. Le puso una mano en la nuca y le acercó la cara hasta besarla con ganas en los labios. Acto seguido, bajó del coche para abrir la verja.
Rowan cerró los ojos y deseó que a Bobby lo atraparan pronto. No sólo porque era un asesino perverso que se merecía estar encerrado en una cárcel -o peor- el resto de sus días, sino porque su propia vida transcurriría en una especie de limbo, en el plano profesional y personal, hasta que le echaran el guante.
Al cabo de cinco minutos, el camino acababa frente a una cabaña de madera. La casa de seguridad. No tenía vistas al mar pero, a través de los árboles, Rowan oía el rugido distante de las olas rompiendo en las rocas. No sonaba nada lejos. Era exactamente el tipo de lugar con que había soñado.
La cabaña era abierta y espaciosa, con dos dormitorios abajo y un ático. Todo lo demás, el salón, el comedor y la cocina, era un solo espacio abierto con grandes ventanales que miraban hacia el oeste, hacia el bosque y el mar invisible.
Se parecía a su cabaña de Colorado, aunque más grande. Rowan se sentía como si hubiera vuelto a casa.
John acabó su ronda para comprobar la seguridad y entró las maletas. El equipaje de Rowan era ligero. Un pequeño bolso y su ordenador portátil. John también tenía dos bolsas, una para la ropa, la otra para las armas. Rowan llevaba consigo su Glock y su cuchillo.
John descargó las armas de fuego.
– Voy a dejar este pequeño cuarenta y cinco en la cocina, aquí, junto a la caja del pan -dijo, cruzando el pequeño espacio de la cocina-. Y -siguió, hasta llegar al sofá más grande de los dos que había en el salón-, la nueve milímetros debajo de este cojín-. Apenas asomaba la empuñadura, y no se podía ver a menos que uno supiera que estaba ahí.
Rowan asintió con la cabeza. John llevaba su favorita, una pistola de diez milímetros, en el nacimiento de la espalda, y trasladó el rifle plegable y una segunda arma a su habitación, además de una caja de municiones.
Ella lo vio alejarse por el breve pasillo y entrar en la habitación de la derecha. Estaban en una fortaleza, pero alguien se había quedado para ocupar su lugar. Otros le darían caza a Bobby.
Aquello no le procuraba ningún consuelo.
Adam volvió a tener el mismo sueño esa noche.
Era un sueño que se repetía desde que había visto la foto del hombre que le dijo que comprara los lirios a Rowan. En el puesto de flores junto al mar, tenía la impresión de que había algo familiar en aquel desconocido, pero no sabía qué era ni por qué esa sensación.
Siempre empezaba con las flores. Adam quería comprar rosas. El hombre quería que comprara lirios.
En el sueño, Rowan decía que no, que a Rowan no le gustaban los lirios. Rompía los lirios y se enfadaba. No quería comprárselos.
– Le gustan los lirios, lo que pasa es que no lo sabe -decía el hombre, y su voz sonaba rara, como a través de la niebla.
Adam sacudía la cabeza una y otra vez. Y luego, como sucede en los sueños, ya no estaba en el puesto de flores sino en el balcón de Rowan mirando la puesta de sol. Rowan estaba contenta y sonreía. Sostenía un tallo grueso y verde coronado por un lirio de cala blanco.
Él fruncía el ceño.
– Tú odias los lirios.
– No, es que sencillamente no sabía lo bonitos que eran.
Adam oía cómo las olas rompían y se derramaban en la orilla. Era un ruido que lo calmaba.
Y luego se despertaba y tenía que ir al baño.
Tenía el sueño todas las noches y, a veces, más de una vez en una noche. Pero siempre se despertaba, como si estuviera olvidando algo, algo muy, muy importante.
– Estúpido -se decía a sí mismo-. No eres más que un chaval estúpido.
Capítulo 22
Rowan lamentaba no saber manejar las relaciones con los demás. Se había enfadado con John por lo de la casa de seguridad, pero entendía la necesidad de mudarse. Intentó explicarlo en el coche, pero los resultados no fueron excesivamente halagüeños.
Él no había intentado ir a su habitación la noche anterior.
Desde luego, estaba en actitud de vigilancia permanente, y cada hora salía de la cabaña para merodear como un gato por el bosque durante unos diez minutos antes de volver.
Ella le pidió acompañarlo y él le respondió con un escueto «No».
Sin embargo, ahora Rowan estaba a punto de volverse loca de desasosiego, y era evidente que a John le pasaba lo mismo. Ella escribía. John se paseaba de arriba abajo. Ella miraba por la ventana. John inspeccionaba el perímetro. Ella limpiaba las armas. John se paseaba de arriba abajo.