– No entiendo.
– Yo fui a por Pomera. Podría haberlo atrapado y salí persiguiéndolo, pero…
– Pero te lo pensaste dos veces y acabaste haciendo lo correcto.
Rowan le apretó la mano y lo obligó a mirarla.
No llevaba sus pequeñas gafas de sol, y la compasión y el amor que él vio en sus ojos azules y tormentosos le dijeron que Rowan sí entendía. A veces era imposible tomar ciertas decisiones. Algunas decisiones navegaban entre lo incorrecto y lo incorrecto, y la cosa no tenía ni puñetero remedio.
Sí, John había salvado vidas. Sin embargo, ¿cuántas vidas se habían perdido porque Pomera escapó aquel día? John nunca había estado tan cerca de atraparlo.
Dudaba demasiado a menudo que algún día volviera a estar igual de cerca.
– Sí, hice lo correcto -dijo con voz queda-. Pero tuve que abandonar. Había un topo en el operativo, alguien de confianza de mi jefe que lo protegió al muy cabrón. Murieron demasiadas personas, y «lo siento» no era suficiente para mí. Me harté de la estupidez burocrática, del despilfarro, de tener que caminar sobre tejados de vidrio intentando respetar las reglas.
Siguieron sentados en silencio, mientras John pensaba en las decisiones que había tenido que tomar. ¿Eran las decisiones correctas? No lo sabía. Pero, en ese momento, era lo más adecuado.
Como sucedía con las decisiones de Rowan.
Rowan pensaba en la última decisión que John había tomado.
– John, ¿te sientes bien? Quiero decir, por no estar presente cuando llegue el momento de atrapar a Bobby.
Él la miró y de sus ojos brotó una chispa de rabia, y de algo más, algo personal que le transmitió calidez.
– Eso ni tienes que preguntarlo, Rowan. No estaría en ningún otro lugar excepto aquí, contigo. ¿No te das cuenta de todo lo que me importas?
No le dio la oportunidad de responder. La besó con fuerza en los labios, mientras de su pecho escapaba un gruñido. Ella lo abrazó y, en su impulso de acercarse más, rodaron por el suelo. Él quedó encima, con todo su peso, pero ella ansiaba sentir esa cercanía, el deseo que irradiaba de él.
De pronto, John se incorporó de un salto, arrastrándola a ella.
– No podemos hacer esto aquí -avisó, con voz ronca y los ojos oscurecidos. Empezó a caminar enérgicamente de vuelta a la cabaña.
John estaba seguro de dos cosas: una, que Rowan creía que él desaparecería cuando todo aquello acabara; dos, que él no permitiría que ella lo dejara. De alguna manera, a como diera lugar, Rowan seguiría siendo parte de su vida.
No sabía demasiado bien cómo funcionaría. La próxima vez que Pomera estuviera a su alcance, aceptaría la misión. Volvería a América del Sur el tiempo que fuera necesario para atrapar a ese cabrón asesino. Podrían pasar meses o años. No sería justo pedirle a Rowan que lo esperara.
Sin embargo, la amaba. Ahora y para siempre. No podía imaginarse haciendo el amor con otra mujer. Rowan se había convertido en parte de él. A través del dolor de la pérdida de Michael, de la traición de su mentor y del encuentro con su padre, John había visto los cimientos de Rowan, que eran sólidos. Ella estaba reconstruyendo su vida, John lo veía en todo lo que hacía. Pensaba que había dejado el FBI por una cuestión de debilidad, pero si a algo se debía era al instinto de supervivencia.
Él también se había quemado en una ocasión.
Pero había vuelto de la derrota para reiniciar la lucha. Rowan haría lo mismo. Porque eso era lo que ella hacía. No le sorprendería que volviera al FBI cuando acabara todo aquello. Su sentido de la justicia era demasiado arraigado para encerrarse y recluirse escribiendo. Pero aunque no volviera, aunque continuara con su carrera de escritora, no sería por miedo. Sería porque así lo quería ella.
Y eso establecía toda la diferencia del mundo.
Así que la había besado. Pero probarlo una vez no bastaba. Probarlo una vez le recordaba que habían hecho el amor, que la había acariciado, que había abrazado su cuerpo ligero después del amor, cuando los dos estaban saciados.
No por mucho tiempo. Él siempre quería más de ella.
Deseaba volver a la cabaña a toda prisa, pero había que cumplir con un protocolo de seguridad, algo que casi había pasado por alto al haber estado a punto de hacer el amor con ella en el acantilado.
– Espera aquí -dijo, mientras inspeccionaba el perímetro.
Sorprendentemente, cuando acabó de comprobarlo, la encontró donde la había dejado. John casi le sonrió, pero en cuanto vio que ella, con los ojos entrecerrados por el deseo, daba un paso hacia él, ya no pudo resistir más, y se abalanzó hacia ella.
Sus labios respondieron, apasionados, dándole alas. Abriéndose para que pudiera entrar más profundo. Él le tiró de la lengua, jugó con ella, intentando poseerla. Traerla más cerca. Hacerla realmente suya. Ella le siguió el ritmo, y se apretó contra él envolviéndole el cuello con los brazos. Le arañó el cuello con las uñas y él se estremeció.
John pensó en poseerla ahí, sin más. Pero se retuvo. Quería hacerlo correctamente. Manifestarle sentimientos que no estaba preparado para expresar en voz alta. Enseñarle la profundidad de su deseo, y hacerle saber que aquella no era la última vez sino la primera de muchas.
Que el fin distaba mucho de estar cerca.
Ella alargó la mano y tiró de su camisa todavía húmeda después de correr con aquel frío. Él gimió al sentir los dedos de Rowan acariciándole la espalda, siguiendo hasta sus hombros, sin detenerse, atrayéndolo hacia ella.
Se quitó rápidamente la camiseta y la tiró a un lado. Ella se paseó los pulgares por su pecho dibujando círculos alrededor de sus tetillas, desatando descargas de energía que le llegaban a la entrepierna. John ya se había puesto duro y quería acelerar las cosas, pero se retuvo. No quería darse prisas. Respiró hondo y se separó de ella.
Rowan tenía la piel enrojecida y sus pezones, duros y puntiagudos, asomaban a través de su camiseta húmeda. Él tragó saliva, se inclinó y la cogió en brazos. En realidad, ella no pesaba mucho, pero estaba toda hecha de músculos firmes gracias al footing. Sus músculos se tensaron llenos de expectación cuando él la llevó a su habitación y la tendió en su cama.
Ella lo miró con ojos muy claros y serenos, y él permaneció mudo. Rowan confiaba en él. Se le veía claramente en la cara, en sus ojos expresivos, que ponía su vida y su cuerpo en sus manos.
Para John, aquello significaba más que cualquier cosa que ella dijera porque sabía lo difícil que le resultaba tener fe en nadie más que en sí misma.
John se quitó los pantalones y se quedó desnudo delante de ella. Rowan lo miró con una media sonrisa. Su mirada era casi tan excitante como su tacto, y su pene se irguió apuntando hacia ella. John se inclinó y le quitó la camiseta al mismo tiempo que le desabrochaba el sujetador.
No era corpulenta, pero sus pechos cabían perfectamente en el cuenco de la mano, con sus pezones endurecidos. John se llevó uno a la boca y lo probó.
Ella estaba en el séptimo cielo. Jamás había imaginado que hacer el amor pudiera significar algo más que el puro alivio físico. Sentía un vínculo emocional que magnificaba cada caricia, cada sensación, cada murmullo.
Rowan gemía cuando John le chupaba el pecho y jugueteaba con su pezón, que ya ardía de deseo. Ella le acarició los hombros, la cabeza y los brazos. No acababa de saciar su hambre. La noche anterior, casi había entrado en su habitación, pero no sabía cómo iba a responder John. Él estaba tan atrapado como ella en aquel lugar, aunque, en su caso, era por voluntad propia.
Había deseado esto, su contacto, sus besos, una conexión física que le dijera que estaba viva, sana y entera. Pero el asalto a sus sentidos era más que físico. Sentía otra cosa, algo posesivo y amoroso.
No pensó mucho en ello, porque sabía que no podía dudar. Sin embargo, por ahora, podía disfrutar de su afecto, su contacto y su deseo.
John pasó al otro pecho mientras seguía acariciando el primero. Rowan sintió el flujo caliente entre sus piernas. Con sólo tocarla bastaba para que se dejara ir. Había algo en las caricias de John, en sus besos, en su firme y seductora seguridad.
Rowan no podía definir aquella sensación pero, en lo más hondo, intuía que no podría entregar su cuerpo a ningún otro hombre que no fuera John. Él se había adueñado de su alma al salvarla. Ésta no le pertenecía a nadie más. No se percató de que lloraba hasta que sintió el hilillo de las lágrimas que le llegaban a las orejas.