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John se percató y la miró a la cara.

– ¿Rowan? Cariño, ¿qué pasa?

Ella sacudió la cabeza. Era imposible expresarlo con palabras.

– Bésame -murmuró con voz ronca.

Pero él no la besó. La miró con sus ojos color verde oscuro, llenos de deseo y amor.

No. De amor, no. Todos aquellos que ella amaba, morían.

– Rowan, yo…

Ella lo hizo callar acercando sus labios a los de él y besándolo con fuerza. Alargó la mano entre los dos cuerpos y le cogió el miembro. Él sintió su pulso latiendo entre sus dedos. Con el pulgar, Rowan le rozó el prepucio. Él gimió y le devolvió el beso.

No era sólo un beso. Sus labios se fundieron en un apasionado juego de acoplamiento, imitando el acto del amor que los dos anhelaban, una necesidad voraz que nunca sería totalmente saciada.

Él exploró con las manos su vientre desnudo, bajó sus pantalones deportivos, y la palpó en toda su humedad. Ella arqueó la espalda, deseándolo. Él interrumpió el beso y le quitó los pantalones. Cuando le besó los dedos de los pies, ella suspiró y ahogó un gemido. ¿Desde cuándo se habían vuelto tan sensuales sus pies? El aliento caliente de John en los dedos desataba temblores en su espalda y acrecentaba su deseo.

Cuando creía que ya no podría soportarlo más, la boca de John se desplazó desde sus pies hasta sus gemelos, por debajo de las rodillas, dejando un reguero de húmedos besos hasta llegar a su clítoris.

Rowan sintió venir el orgasmo en cuanto su lengua se hundió en ella. Su cuerpo entero se arqueó contra él, sujetándole la cabeza mientras John la besaba alrededor de su pequeño botón, prolongando el intenso placer. Estaba a punto de descolgarse de aquel maravilloso orgasmo cuando él se incorporó y le cogió la cabeza con ambas manos.

– Oh, John -dijo ella, con el aliento entrecortado y con una voz que no era propiamente la suya. Él tenía los ojos oscuros y los párpados caídos. Su rostro acusaba su esfuerzo por controlarse. Y entonces, con un rápido movimiento, se hundió en ella, y Rowan dejó escapar un grito. No de dolor, sino del placer exquisito de acoger a John entero en su interior. Él se detuvo, y en su rostro se vio claramente que intentaba controlarse.

Aquí, con John, ella sí podía descontrolarse. Descontrolarse de buena manera, purgando y complaciendo, con esperanza y añoranza. Alargó las manos para apretarle las duras nalgas, haciéndolo entrar hasta lo más hondo. Vio la tirantez en su rostro y sintió su pene inquieto en su interior, devolviéndola una vez más al placer. Sintió otra espiral naciendo en ella y él ni siquiera se movía.

John salió y volvió a penetrarla.

Se estaba volviendo loco de tanto controlarse, pero quería prolongar la conexión que había encontrado con ella. No tenía prisa. Quería hacerle el amor lentamente, demostrarle sus sentimientos, que hubiera querido desgranar con palabras, aunque ella lo hacía callar cada vez que lo intentaba.

Rowan no podía ponerle freno a aquello.

John volvió a salir y a entrar, añorando su apretada entrepierna, que lo acomodaba a la perfección. Estaba más grueso de lo que lo había estado en mucho tiempo, más duro de lo que recordaba jamás haber estado. Cerró los ojos, intentando controlarse y prolongar aquella unión.

Pero las manos de Rowan lo apretaban y lo acariciaban, lo acercaban más a ella, le recorrían la piel sensible por debajo del miembro. Él gimió, empujando con más fuerza hasta que la sintió retorcerse bajo su impulso.

Ya no aguantaba más. Quería reclamarla, llevarla al orgasmo, compartir su calentura. Entró en ella duro y rápido y sintió su aliento entrecortado cuando se dejó ir y perdió todo control. Con cada impulso le rozaba el clítoris y Rowan respiraba y lo atraía hacia ella con fuerza. De pronto se arqueó, lo cogió con las piernas y se hundió en el placer de otro orgasmo. Con un último embate, él se derramó en ella. Le fascinaba sentir los cuerpos que se encontraban, la manera de Rowan de acogerlo en su interior.

Le fascinaba ella.

John gimió y se dejó ir con todo su cuerpo, sudando y completamente saciado. Le besó el cuello, los hombros y las orejas. La besó en los labios. Ella se aferró a él, como si quisiera tenerlo más cerca y él se deleitó en aquella unión. Aunque Rowan no lo dijera ni le dejara hablar de ello, se habían unido tan profundamente que ni siquiera la muerte podría separarlos.

¿De dónde había salido esa idea? John tuvo un estremecimiento. Rowan percibió que John se ponía tenso después del acto sexual más increíble que jamás había disfrutado. Increíble porque había experimentado algo diferente al acto puramente físico entre los dos, que fue glorioso. Había otra cosa, más profunda, como si se hubieran comprometido a algo sin palabras.

Y él se había puesto tenso.

– ¿Ocurre algo? -La voz de Rowan era apenas un susurro.

Él se giró de costado hasta que ella quedó sobre él y la besó suavemente en los labios.

– No -dijo, y volvió a besarla-. Nos acoplamos bien el uno al otro.

– Sí, supongo que sí -dijo Rowan, sonriendo apenas.

– Nunca he conocido a nadie… con quien me acoplara tan bien. -John miró a Rowan con ojos inquisidores y ella aguantó la respiración. No se había perdido el doble sentido.

– Yo tampoco -dijo ella suavemente, y dejó de sostenerle la mirada.

Él la obligó a mirarlo.

– Rowan, después… Después de que todo haya acabado, quiero…

– John, por favor, no…

Él la silenció con un beso.

– Rowan, esto no va a acabar aquí. Tú y yo no vamos a acabar. No sé qué ha pasado entre nosotros, pero tú formas parte de mí de una manera que no puedo explicar, y no voy a dejar que te vayas.

La punzada que ella sintió en el corazón le dio la certeza de que lo amaba. Lo supo porque la posibilidad de que John muriera era la idea que dominaba su pensamiento. Todas las personas que ella amaba morían.

– John, hablemos de esto más tarde, después de… de que todo haya acabado.

Él se la quedó mirando largo rato y ella era incapaz de descifrar su expresión. ¿Acaso estaba enfadado? ¿Molesto? No quería hacerle daño pero más le dolería perderlo. Sí, su actitud era egoísta. Pero el gran paso que había dado al poner el pasado a sus espaldas no tendría sentido si ella se enamoraba y luego ocurría lo peor. Ningún plan para el futuro, nada que acoger con todo su corazón, ahora no. Quizá nunca. Algo inconsciente, un pensamiento se le insinuó como un murmullo. Es demasiado tarde. Él te importa. Lo amas. Pero a ella le costaba aceptarlo.

– Ya entiendo -dijo él, y la besó.

Ella creía que era verdad.

La puta ésa tendría que estar muerta, pero lo había vencido.

Aquella zorra se había resistido como un gato y ahora él tenía dos ojos ensangrentados para demostrarlo. Le dolían un horror y la visión de su ojo izquierdo era borrosa. Si tenía tiempo, en caso de que no lo hubieran identificado, volvería y acabaría la faena. La golpearía hasta que quedara hecha una masa informe antes de rebanarle el cuello y verla desangrarse como un cerdo empalado.

Pero ahora no podía volver a Dallas. Estaba metido en una mierda de motel en el desierto de Arizona. Tendría que esperar que oscureciera para robar el coche de alguna fulana y volver a Los Ángeles. Allí estaba Lily. Lily lo estaba esperando.

Y esta vez esa estúpida zorra no sobreviviría.

Capítulo 23

Bobby ajustó los prismáticos para ver a Rowan corriendo con el agente Peterson en la playa.

No tardó demasiado en darse cuenta de que esos agentes creían que trataban con un estúpido. La rubia era una impostora.

Eran todos unos imbéciles. Creían poder engañarlo. Encontrar una doble de Lily, hacerle pensar que su hermana seguía llevando la misma vida de siempre. Pero no, Lily había huido, se había escondido de él, igual que cuando era una cría de mierda que lo irritaba con sus miradas de perpetuo ceño fruncido. Como si ella pudiera asustarlo a él.

Vaya.

La mujer que suplantaba a Lily no corría como esa zorra. Cuando Lily corría, llevaba los brazos doblados en un ángulo de exactamente noventa grados. Sus pasos eran largos, rectos y regulares. Nunca vacilaba. Además, Lily mantenía la mirada fija al frente.