Se giró y sonrió a la joven dependienta que se acercó a atenderlo. Menos de treinta años, rubia. Afortunadamente, el texto no abundaba en la descripción de otros rasgos. Aunque había cientos de floristerías en Los Ángeles, habría sido difícil encontrar la conjunción de escenario y víctima si la autora hubiera incluido más detalles. Había tardado seis meses en encontrar una camarera que se llamara Doreen Rodríguez en Denver.
Su vuelo a Portland salía en menos de dos horas.
– Sí, me gustaría comprar una corona funeraria. -Observó que los demás clientes salían de la tienda, charlando, ajenos a él. No tenían ni idea de que acababan de cruzarse con un dios. Esa duplicidad lo llenó de energía, y sonrió a la simpática empleada.
– Lamento su pérdida -dijo la muchacha. En la tarjeta que llevaba prendida decía «Christine».
Doreen no había sido una gran pérdida. En realidad, ni siquiera había opuesto una gran resistencia, pero él no tenía intención alguna de comentar ese detalle con su próxima víctima.
Cerró el libro y describió las flores que quería para la corona. Christine intentó hacer unas cuantas sugerencias y enseñarle otros bellos arreglos, con abundancia de verdes, explicándole que las coronas habían pasado de moda. Él escuchó educadamente.
– Esto es lo que a ella le habría gustado -explicó.
– Lo comprendo -dijo ella, con una sonrisa cálida, y la dosis justa de simpatía en sus bellos ojos azules.
Era una lástima que tuviera que matarla.
Capítulo 3
– ¿Alguien la ha amenazado?
Estaban sentados a la mesa del comedor. Annette aclaraba la mayoría de detalles, pero Michael todavía tenía preguntas sin respuesta. Miraba a Rowan pero no sabía con quién trataba. Ella llevaba puestas unas gafas pequeñas de marco metálico con una pátina gris que impedía verle los ojos. No eran gafas de sol pero tenían el mismo efecto. Estaba sentada en un extremo de la mesa y miraba por la ventana.
– No abiertamente -dijo Rowan, al cabo de un rato. Resumió lo que le había dicho la policía el día anterior, pero tuvo la precaución de no incluir el detalle de su libro abandonado junto al cadáver-. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola -dijo, mirándolo-. ¿Qué haría usted, concretamente, para protegerme? -Su tono condescendiente irritó a Michael.
Era evidente que había trabajado para el FBI. Todos los federales creían saberlo todo, pensó Michael, con un aire burlón. Aún así, necesitaba protección. Un loco había utilizado su libro como manual de instrucciones para un asesinato. Quizás el asesino tuviera sus propios planes, o quizá viniera a por ella. Aumentar la seguridad en aquella casa era una buena manera de comenzar.
También era consciente de que un caso de alto perfil como ése podía dar un importante impulso a su empresa.
– Fui policía durante quince años y he trabajado otros dos como guarda espaldas. Le aseguro que soy lo bastante competente para guardarle bien la espalda -afirmó. Era una espalda bastante bonita y agradable de mirar, pensó. El conjunto del envoltorio era atractivo.
– No ha contestado a mi pregunta -dijo Rowan, que conservaba su rigidez-. ¿Qué puede hacer por mí que no pueda hacer yo misma?
¿Era deliberada su tozudez? Seguro que sabía para qué servía un guardaespaldas.
– Usted ha trabajado para el FBI. Sabe perfectamente bien de qué me ocuparía. Contestar a la puerta. Acompañarla cuando sale de casa. Cerrar todo por la noche y, si el tipo aparece, llevarla a un lugar seguro. ¿Qué más quiere saber?
Rowan arqueó una ceja y parecía a punto de decir algo cuando sonó el timbre. Se incorporó y Michael la miró con cara de pocos amigos.
– Diría que contestar a la puerta forma parte de mis obligaciones -dijo.
Ella asintió, y sacó la Glock de la cartuchera que llevaba sobre su camiseta blanca.
Annette casi parecía excitada, y Tess sacó su propio treinta y ocho corto.
Rowan no pudo evitar una sonrisa al ver el arma de Tess Flynn.
– Qué monina la pistola -dijo, antes de que pudiera reprimir su odioso comentario.
Michael desapareció por el pasillo en dirección al vestíbulo. Había sido policía quince años, y seguramente habría ingresado en la academia justo después de acabar el instituto. Tenía ese aire duro de los polis curtidos, un balanceo algo arrogante al andar, una estampa rígida. Casi despedía chispas, con esa especie de energía contenida, pero en torno a sus ojos verdes se marcaban las líneas de la risa, y llevaba el pelo demasiado largo como para ser un corte reglamentario. Tenía el aspecto de un rebelde, casi. Rowan no pudo evitar preguntarse por qué habría abandonado el cuerpo siendo tan joven. Cuando se jubilara, no percibiría todos los beneficios, un detalle muy importante para la mayoría de los que trabajaban en los cuerpos de seguridad.
Se propuso investigar la cuestión.
Por otro lado, daba la impresión de saber lo que hacía en materia de seguridad personal. Si no lo aceptaba a él, Roger mandaría a un par de agentes. A Rowan no le agradaba la idea de que el Departamento ocupara tantos recursos en ella. Al menos hasta que tuvieran información fiable sobre el asesino.
El problema era que no le gustaba estar sujeta a las decisiones de otros. La idea de necesitar un guardaespaldas la ponía de mal humor. Era perfectamente capaz de cuidarse sola, tal como le había dicho a Roger y, ahora, a este otro tipo, Michael Flynn.
Suspiró se frotó los ojos bajo las pequeñas gafas, resignada ante la idea de que tendría que ser Michael o un ex colega. No necesitaba las gafas para ver, pero tenerlas puestas también le permitía observar a las personas.
Al cabo de un rato, Michael volvió al comedor con una enorme corona funeraria blanca y verde.
Rowan se puso pálida. Había visto esa corona antes. En su imaginación.
El olor dulce y empalagoso de las flores le recordó todos los funerales a los que alguna vez había asistido. Eran demasiados, pero recordaba todos y cada uno de ellos. ¿Quién dijo que el exceso de abundancia de belleza hacía de la muerte algo más tolerable? La muerte, cuando era prematura, era algo que jamás podía perdonarse.
– Viene con una tarjeta -avisó Michael, y la buscó.
– ¡No la toque! -exclamó Rowan, y se le acercó rápidamente.
Michael se detuvo, con una mano suspendida en el aire.
– He revisado el paquete antes de dejar que se marchara el repartidor. Está limpio. -Con los labios apretados en una línea rígida, parecía molesto, como irritado porque ella tuviera la osadía de cuestionar su competencia.
– No, no es eso. Las reconozco.
– ¿Las flores?
– Son exactamente cómo las describí en una de mis novelas -dijo ella, asintiendo con la cabeza. La voz le tembló al hablar, y expresaba perfectamente lo que sentía. El asunto no tenía buena pinta y si cabía alguna esperanza de que hubiera un error en la entrega, ésta se esfumó cuando Rowan sacó la tarjeta de uno de los lados con las uñas.
El mensaje preimpreso «IN MEMORIAM» aparecía seguido de una frase escrita a mano: Le ruego acepte mis profundas condolencias por la muerte de su personaje, Doreen. Estaba firmado por «Un admirador».
Rowan soltó la tarjeta sobre la mesa como si se hubiera quemado, con el corazón latiendo a toda velocidad. Sintió el estómago revuelto con el café y el plátano que había ingerido tres horas antes para desayunar.
Michael se inclinó para leer el mensaje.
– ¿Qué significa?
Rowan esperaba equivocarse, pero temía que no sería así.
– Llame a la policía. Volverá a matar. Si es que no lo ha hecho ya.
Cuando la policía se marchó, varias horas después, junto con Annette y Tess, Rowan estaba agotada. Michael no dijo nada cuando vio que se retiraba a su estudio. La policía seguiría la pista de las flores, pero Rowan ya parecía resignada a que alguien había muerto. La actitud despreciativa que había tenido ante la presencia de Michael desapareció. Rowan se cerró emocionalmente y le dijo que hiciera lo que fuera necesario.
Michael estudió el sistema y el perímetro de seguridad, y comprobó las ventanas y puertas. Estaban bien cerradas.
Al caer la noche, Michael sintió que le rugía de hambre el estómago, y recordó que no había comido desde el desayuno. En la nevera de Rowan no había gran cosa, pero encontró algo de pasta. No era pasta fresca, pero bastaría. Mientras hervía el agua, inspeccionó la despensa y sacó una salsa de espaguetis, un frasco de champiñones, una lata de olivas y tomate cortado en dados.