Cuando lo miró, John vio los esfuerzos que hacía para controlar sus emociones. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero aún sin derramar.
Él la apartó de la silla y la besó con fuerza, sosteniéndole la cabeza en las manos. No quería separarse de ella, pero tenía que hacerlo. Esperaba que ella entendiera. Y que lo perdonara.
La miró a los ojos.
– Te amo, Rowan. Volveré. Te lo prometo.
Antes de que ella pudiera contestar, John dio media vuelta y salió de la habitación.
Rowan se hundió en la silla y se llevó la mano a los labios. Todavía sentía su beso y oía su voz.
Te amo, Rowan.
Respiró hondo, y una punzada en el pecho le arrancó un sollozo. Yo también te amo.
Todas las personas que ella amaba acababan muertas.
Cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran. Estaba atrapada. Y sola. Enterrada en un lugar perdido con un guardaespaldas que no conocía y que no la entendía. John se había ido a luchar las batallas que le correspondían a ella, a rescatar a su hermana, rehén de su perverso y retorcido hermano.
No dejaría que murieran.
No importaba lo que pensara John. En las últimas dos semanas, Rowan había aprendido muchas cosas acerca de su hermano. Y tenía sus recuerdos. A Bobby no lo engañarían con un señuelo. Querría una prueba. ¡Seguro que Quinn y Roger lo sabían!
Quizá creían que podrían reducirlo por la vía de la negociación. O encontrar una oportunidad para un disparo certero. En la mayoría de las ocasiones, esas dos acciones tendrían éxito. Pero Bobby había planeado esto durante años. Había estado en prisión, y seguro que tendría estratagemas que ellos no podían prever. Tess era su rehén, y no renunciaría a ella.
Roger entendería eso. Tirarían a matar.
A Rowan no dejaba de inquietarle todo aquello. Algo estaba fuera de lugar. Bobby no se metería en una situación de ese tipo sin tener total seguridad de que podía salirse con la suya. Y con Rowan.
No la mataría desde lejos. No, él quería jugar con ella. Torturarla. Demostrarle quién era el que mandaba, quién había ganado, quién iba a matarla. Si anoche hubiera estado en su casa de la playa, Bobby no habría secuestrado a Tess. Lo habría intentado con ella. El trance ya habría pasado para ella. O acabaría de comenzar.
Cerró el portátil de un golpe. ¡Maldita sea! ¡Debería haber estado en la casa de la playa!
Ya no le temía. Personalmente, no. Pero temía lo que Bobby haría si ella no se presentaba al intercambio. No quería más cadáveres sobre su conciencia.
John había escrito las direcciones en una libreta junto al teléfono. Se había llevado sólo la hoja de arriba. A ella todavía le quedaba un as en la manga, y se propuso usarlo. Y, además, le dijo a Reggie Jackman que me vigilara.
Se incorporó y echó mano de su bolso. Buscó en su neceser y encontró el frasco de píldoras para dormir que un médico le había recetado hacía años. Rara vez las tomaba porque temía que un sueño demasiado profundo le impidiera sustraerse a las pesadillas que la acosaban. Pero se había convertido en una costumbre llevarlas consigo, un recordatorio de su debilidad.
Cerró la puerta silenciosamente. Con su cuchillo, molió las píldoras hasta conseguir un polvillo.
No quería hacerle daño al pobre Reggie Jackman. Era un tipo fornido. Cuatro píldoras deberían dejarlo fuera de combate.
Roger se paseaba de arriba abajo por la terminal del aeropuerto de Dulles y esperaba a que lo llamaran para embarcar. Su ayudante se mantenía a una distancia prudente, sabiendo que no debía molestarlo cuando se ponía así de pensativo.
Una vez en Burbank, tendría seis horas para montar la trampa. Bobby se estaría esperando algo, de modo que tenía que hacerlo parecer como si no hubiera nada que esperar. Roger en persona escoltaría al señuelo al lugar de reunión en medio de un maldito descampado en Ventura. Tendrían apostado a un equipo entero de los SWAT, invisibles, que se desplazarían a pie en caso de que Bobby fuera a inspeccionar el terreno.
Roger sentía que las entrañas se le retorcían pensando que Bobby tenía a Tess Flynn como rehén. No dudaba de que a esas alturas aún estaría con vida pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Y en qué condiciones? Tendría que haber matado a Bobby MacIntosh cuando se le presentó la oportunidad veintitrés años antes. Le habría costado el empleo, la carrera y la familia, pero aquel desequilibrado cabrón estaría muerto y toda esa gente no habría sufrido. Su silenciosa complicidad en sus muertes lo perseguiría hasta la tumba. Si bien nunca le había mentido a su superior ni al gobierno, había cometido varios errores en las últimas semanas que todavía podrían costarle una reprimenda, o algo peor.
Tendría que haber ido a ver a Bobby después del primer asesinato, aunque jamás se había imaginado que fuera capaz de montar una huida tan elaborada y luego pasar desapercibido.
Puede que Rowan nunca lo perdonara por su mentira original. Puede que nunca lo perdonara por encerrarla en una casa de seguridad y mantenerla alejada de la acción. ¿Había vuelto a fallarle? Gracie insistía en que Rowan entendería con el tiempo, pero Roger no compartía esa opinión. Gracie no había visto a Rowan, ni la había escuchado, ni hablado con ella. Gracie no conocía a Rowan como él.
Le había mentido a Rowan desde el día en que la conoció, y ahora los dos estaban pagando la factura.
El sistema de megafonía zumbó un momento y una voz femenina anunció:
– Atención, se ruega a los pasajeros del vuelo trescientos treinta y siete a Dallas, Burbank, que procedan a embarcar.
– ¿Señor? -Su ayudante, un joven delgado recién egresado de la academia, se le acercó.
– Cinco minutos -dijo, y sacó su móvil.
Roger tenía una idea. No sabía si resultaría acertada, pero el tiempo se les acababa. Marcó el número, que sabía de memoria.
– Saint John's, ¿en qué puedo ayudarle?
– Tengo que hablar con el padre O'Brien. Es una emergencia.
Capítulo 25
Adam se despertó en medio de la noche, con la sensación de tener un recuerdo al alcance de la mano, pero en cuanto vio el reloj digital, que marcaba las 03:35, lo perdió.
Sin embargo, era importante. Sabía que era importante, algo que tenía que recordar.
Algo para Rowan.
Se levantó y se preparó un vaso de leche. El sueño era el mismo. Se encontraba en casa de Rowan, en el momento de la puesta de sol, mirando los maravillosos colores y escuchando el mar. Algo lo distrajo.
Algo. ¿Qué era?
Estaba decidido a recordarlo. Comenzó a repasar mentalmente aquel día. Una y otra vez, desde el principio hasta el final. Se había despertado. Tomado leche. Cereales. ¿Qué tipo de cereales? Rice Krispies. Sonrió. ¡Snap, crackle, pop!
No desvaríes. ¡Tienes que recordarlo, Adam!
Cereales. Después, lavó los platos. Rowan le había dicho que era importante hacer el aseo. Había visto una parte de Ataque de la mujer gigante en DVD antes de salir para el estudio. Le encantaba aquella película.
Había ido al trabajo. ¿Qué había hecho? Piensa. Piensa. Preparó la bolsa de sangre para la escena del duelo. No era la película de Rowan sino otra, una película de acción, y Barry le dejó ayudarle. Barry decía que seguía bien las instrucciones.
¿Por qué no podía recordar aquella cosa que él sabía era importante? ¡Piensa, imbécil!
Se quedó sentado, pensando. Y cuando llegó mentalmente al final de ese día y no se acordaba, volvió a empezar.
Eran las 04:50. Y los minutos corrían.
Se reunieron en el cuartel general del FBI a las tres de la tarde. John no cabía en sí de angustia pensando en Tess. Aunque Collins había hablado con MacIntosh horas antes y un rato breve con Tess, Bobby era demasiado volátil, violento e impredecible. Hasta podría haberle pegado un tiro justo después de colgar.
Sin embargo, John intuía que seguía viva. Tenía que estar viva. Era responsabilidad suya proteger a su hermana y le había fallado.
La operación estaba montada. El equipo de los SWAT ya había ocupado sus posiciones. Roger escoltaría a la mujer señuelo hasta el punto de intercambio y Bobby se había mostrado de acuerdo con que acompañara a Tess.