Peter O'Brien estaba sentado ante una mesa, en actitud discreta y silenciosa. John casi había olvidado que estaba en la sala hasta que lo oyó hablar.
– Rowan es fuerte. No se dará por vencida.
– La ha estado atormentando. Enviándole pruebas de sus crímenes. Recuerdos -dijo, con voz amarga.
– Pero ella no se vino abajo. -Peter hizo una pausa-. Hace cuatro años, cuando dejó el FBI, pensaba que se estaba volviendo loca, como nuestro padre, y que la soledad era la única manera de conservar la cordura. Intenté explicarle que ella era más fuerte de lo que creía, y que reconocer que necesitaba estar un tiempo lejos era una prueba de que estaba más sana que mucha gente. -Peter sacudió la cabeza-. Rowan no me entendió.
John le lanzó una mirada.
– Creo que ahora lo entiende. Pero MacIntosh es un asesino violento. Inteligente. Listo. -Se hundió en una silla y se inclinó hacia delante con gesto de impotencia. Se dio con la cabeza en la superficie pulida de la mesa de reuniones, intentando ver dónde había fallado.
– Debería haberla llevado conmigo -dijo John-. Tendría que haber sabido que no se quedaría quieta.
– A Rowan no le gusta que otros libren sus batallas en su lugar -aseveró Peter, con un gesto de asentimiento-. Pero no duda a la hora de librar las batallas de otros.
John se echó hacia atrás en la silla y lo miró.
– ¿Qué sabía en ese momento? ¿Sabía que su hermano era tan retorcido?
Peter frunció el ceño y cerró los ojos.
– Bobby sentía verdadero placer atormentando a las mujeres de la casa. Y a mí también, pero sobre todo a las chicas. A nuestra madre la llamaba puta. La acusaba de acostarse con los vecinos, con el jefe de Papá, con cualquiera. Ella se ponía a llorar, pero nunca le daba un correctivo. Nunca lo castigaba. Probablemente no podía…
»Mi madre nos quería, pero adoraba a nuestro padre -continuó Peter, y guardó silencio-. Papá le pegaba. Yo sólo lo vi un par de veces, pero fui testigo de las consecuencias en muchas ocasiones. Siempre estaba muy arrepentido después de pegarle, y ella nunca hablaba de ello.
»Sin embargo, una vez oí a Bobby gritar a Papá y decirle que dejara de pedir perdón. Le dijo que ella se lo merecía. Papá le pegó, y Bobby se fue por unos días. Aunque mi madre estaba preocupada por él, fue como si la casa hubiera quedado despejada de una nube negra. Todos respirábamos más tranquilos. Pero luego volvió. Y todo fue a peor.
Peter abrió los ojos y miró a John.
– He tenido que dar consejos a mujeres que sufren maltrato. Les he explicado que el hecho de que su marido sea el jefe del hogar no les da derecho a hacerles daño. He ayudado a muchas mujeres a dejar a sus maridos y buscar ayuda. Detesto romper una familia, pero sé que si esas mujeres no se van, podrían acabar como mi madre. Muertas. Y huérfanos sus hijos inocentes. O peor. Cuando se van, lo hacen por sus hijos. No por ellas mismas. Por algún motivo, en lo más profundo, creen que ellas se merecen el maltrato. O que su marido cambiará. O creen que el arrepentimiento de su marido es sincero.
»Durante todos los años y con todas las familias a las que he apoyado, muchas en situaciones de maltrato, sólo un marido se ha arrepentido y ha superado su violencia -dijo Peter, suspirando, con voz cansada-. Las estadísticas no son muy halagüeñas.
– ¿Cómo lo hace? ¿Cómo se enfrenta a esas mujeres sin recordar lo que le sucedió a su familia?
– Recordar lo que le sucedió a nuestra familia me da estímulos. Es lo que impulsa a Rowan, aunque ella oculte sus sentimientos. Yo estoy dolido y tengo rabia, pero puedo ayudar a otras familias a escapar de la violencia. Rowan está dolida y tiene rabia, y decidió luchar por las familias que no consiguen escapar. Por las víctimas. La diferencia es que ella nunca supo por qué hacía lo que hacía. Cuando vio a aquella familia en Tennessee, se sintió abrumada por la dura realidad de su propia vida, y abandonó. Para sobrevivir.
John reflexionó sobre todo lo que había dicho Peter. Tenía una manera misteriosa de dilucidar las cosas tal como eran. Entendía a Rowan, sus motivaciones y sus conflictos. Sin embargo, Rowan mantenía a su hermano a distancia. ¿Por qué? ¿Porque Peter le recordaba el pasado? ¿O porque éste la conocía demasiado bien?
Estaba a punto de preguntarle con qué frecuencia hablaban, cuando sonó el teléfono. Lo cogió al instante.
– Flynn.
Silencio en la línea.
– ¿Rowan? -preguntó John, y dio un salto en su silla, esperanzado.
– N…no -dijo una voz apagada-. Soy… soy Adam.
– ¿Adam? -John volvió a hundirse en la silla-. ¿Ocurre algo?
– Me diste tu número. ¿No te importa que llame?
– Desde luego que no. Me puedes llamar cuando quieras. ¿Estás bien? ¿Hay algún problema?
– Me he acordado de algo.
John se puso tenso y alerta.
– ¿Qué? ¿Qué has recordado?
– Te dije que el hombre del puesto de flores tenía algo familiar, ¿recuerdas?
– Sí.
– He tenido un sueño que se repite. Una y otra vez. Pero yo no sabía por qué. Hasta esta noche. Verás, he pensado durante días en la primera vez que Rowan me llevó a su casa. Vimos la puesta de sol juntos. Yo nunca había visto una puesta de sol, y ella…
– Adam -interrumpió John, intentando que su voz no delatara su frustración-, dónde has visto a ese hombre.
Adam calló, y John temió haberlo asustado.
– Por favor, Adam -pidió, obligándose a mantener la calma-. Esto es muy importante. ¿Dónde has visto a ese hombre?
– En la ventana. En la ventana de la casa vecina a la de Rowan.
Capítulo 28
– ¿Nunca has tenido ganas de matar a alguien? ¿Sólo por puro placer?
Bobby se quedó mirando a Rowan con sus ojos azules y fríos.
Rowan estaba atada a una silla en el comedor y Bobby se había sentado en la cabecera. Estaba bebiendo whisky y le apuntaba con una pistola.
Rowan había perdido la batalla.
Él se había anticipado a la posibilidad de que lo atacara y estaba preparado. Rowan no había podido asestarle ni un solo golpe. Él había arremetido contra ella y la había reducido.
Su estado mental era demasiado emocional, demasiado débil.
No cometería el mismo error la próxima vez. Si es que había una próxima vez.
– ¿Y bien? -indagó él, haciendo girar el hielo en el vaso de whisky, con un gesto muy parecido al de su padre años antes.
– Lo he visto -dijo ella.
– ¿A quién?
– A Papá.
Bobby la miró con expresión de asco y desprecio.
– ¡Pobre debilucho! No podía soportar la idea de que la puta estuviera finalmente muerta. Era un encoñado. No era para nada el hombre que yo veía en él.
Rowan se esforzó en controlar sus expresiones. No podía dejar que Bobby la torturara emocionalmente si esperaba derrotarlo.
Sentada ahí, en la elegante sala del comedor, con su mesa muy lustrosa y casi nunca usada, con el lunático de su hermano, tenía la sensación de algo irreal. Se recordó que Bobby no era un lunático. Era un asesino que mataba a sangre fría, que planeaba crímenes enfermos y horrendos y los ejecutaba con precisión.
Además, era su hermano. Los habían concebido los mismos padres, se habían criado en la misma casa. Los dos habían sido testigos del maltrato sufrido por su madre, pero Bobby lo disfrutaba. Se deleitaba con ello. Ella lo aborrecía.
¿Acaso había nacido malo? ¿O era que había asistido a los extremos cambios de ánimo de su padre y lo había acusado? ¿Acaso tenía un gen torcido que se volvía demoníaco en cuanto era testigo del maltrato? ¿O eran las circunstancias de su primera formación que lo habían convertido a él en un asesino y a ella en una agente de la ley?
Se recordó que ésa ya no era su condición. Pero, si en algo podía remediarlo, el festín de matanzas de Bobby llegaría a su fin, esa noche.
– Papá me habló -dijo Rowan.
– ¿Papá? Y una mierda -rió Bobby, sacudiendo la cabeza.
– Me llamó Beth.
– Ha perdido la puta chaveta. Yo también fui a verlo. Cabrón imbécil. Perdió la cabeza, la perdió hace veintitrés años. Podría haber alegado desequilibrio temporal. Haber apostado por un jurado sensiblero que se lo habría tragado. Pero está jodidamente loco.