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Las imágenes de aquel vídeo quedarían marcadas para siempre en su mente. Habría dado cualquier cosa para ahorrarle a John el dolor de ver la foto de su hermano.

Se obligó a abrir los ojos. Lentamente. A medida que se acostumbraron a las luces, enfocó a John.

No se había afeitado en dos o tres días. Su pelo incluso parecía más largo, no el corte militar perfecto que había llevado durante las tres semanas desde que lo conocía.

Tres semanas. ¿Todo había pasado así de rápido? No parecía posible. Era como si toda su vida previa hubiera sido un breve prólogo a un libro largo y tortuoso que se había visto obligada a leer.

Tanta muerte. Tanta sangre. Pero ya había acabado, esta vez, de verdad.

– ¿Y Peter? -Rowan estaba segura de haberlo visto, en la casa, con Bobby. Había oído su voz familiar y cariñosa.

– Se encuentra bien. Está esperando aquí, hasta que te recuperes. -Le cogió la mano y estampó un beso en ella, y luego le puso la paja en la boca. Ella absorbió, y se sintió un poco mejor que con el primer trago.

– Has estado en el infierno y vuelto. Estás viva. Yo estoy vivo. Vamos a superarlo porque estamos juntos.

– John…

– Rowan, tú me amas. Me lo has dicho. Ahora no puedes retirar lo dicho.

– Es verdad. Te amo -murmuró. Pero ¿cómo explicar que todavía no era una persona entera? Que necesitaba tiempo para pensar en todo lo ocurrido y dejarlo verdaderamente atrás. Nunca olvidaría, pero tenía la esperanza de que seguiría adelante. Avanzaría.

– Pero… -empezó a decir.

– Nada de peros, he dicho. -John se inclinó y la besó ligeramente-. Juntos, Rowan. Hemos sido solitarios mucho tiempo, tú y yo. Pero juntos somos más fuertes.

Juntos somos más fuertes. Sonrió apenas.

– Sí, lo somos.

John se puso tenso cuando alguien llamó a la puerta. Seguía manteniendo esa actitud protectora. Curioso, la idea no le molestó tanto como antes. Era agradable que alguien cuidara de ella. Sobre todo alguien que amaba.

John se giró sin soltarle la mano, y se relajó cuando vio entrar a Quinn Peterson. Un trozo grande de gasa le tapaba el ojo izquierdo, en parte cubierto por su pelo pajizo, y llevaba una venda elástica en el brazo.

– Estás despierta -dijo Quinn, aliviado.

– ¿Pensabas que me iría sin más? -preguntó ella. Su voz no era fuerte pero al menos era coherente cuando hablaba.

– No, tú eres una superviviente. -Quinn suspiró y se pasó la mano por el pelo-. El carnicero ha vuelto a hacer de las suyas.

Rowan cerró los ojos.

– Maldita sea. Ella no se merece algo así.

– No me entero de nada -dijo John.

– Mi compañera de habitación en Quántico, Miranda Moore, vive en Bozeman, Montana -dijo Rowan-. La atacó un asesino en serie y sobrevivió. Hace años -dijo, someramente, cuando vio el impacto de la explicación en su cara-. Así es como nos conocimos. Después de la agresión que sufrió, decidió ingresar en el FBI.

– Ah, es una de vosotros.

– No, nunca se graduó en Quántico -dijo Rowan, lanzando una mirada irritada a Quinn. Él le devolvió la mirada. Ella sacudió la cabeza. No, Quinn no entendía. Quizá nunca entendería. Desde luego, el hecho de que Quinn y Miranda fueran dos grandes testarudos no facilitaba las cosas.

– ¿Qué ha pasado? -le preguntó a Quinn, después de un silencio incómodo.

– Hay otra universitaria desaparecida, pero el sheriff está seguro de que es el carnicero. Me ha llamado esta mañana y me ha pedido que vaya y eche una mano. Ya lo he hablado con mi oficina -dijo, y guardó silencio, con la mandíbula tensa-. El cabrón lleva quince años matando. Tenemos que encontrar una manera de acabar con él.

Quinn parecía tan alterado que Rowan se preguntó si era el asesino o la idea de ver a Miranda después de tanto tiempo lo que lo tenía tan preocupado. El Quinn Peterson que ella conocía no se amilanaba ante un desafío profesional.

– Harás lo que mejor sabes hacer, Quinn -dijo Rowan-. Investigarás.

– Mata todos los años y siempre elude a la policía.

– De pronto cometerá un error.

Ella y Quinn se miraron. Contrariamente a lo que cree la gente, la mayoría de los asesinos en serie, sobre todo los sádicos como el carnicero de Bozeman, no deseaban ser atrapados. La tarea de Quinn consistía en detenerlos. Rowan tenía la confianza de que si el carnicero cometía el más mínimo error, Quinn acabaría echándole el guante gracias a su porfiada tenacidad.

– Salgo esta noche a Seattle a buscar ropa limpia, y luego me voy a Montana por la mañana -dijo-. Sólo quería pasar por aquí y desearte suerte. Te mereces un poco de felicidad -dijo, mirando directamente a John.

– Será mi prioridad número uno -dijo éste, y se llevó la mano de Rowan a los labios. Aquel gesto sencillo y afectuoso la emocionó.

– Dale mis saludos a Miranda -dijo Rowan, cuando Quinn se giró hacia la puerta.

Él miró por encima del hombro y ella no pudo verle el rostro.

– Eso haré -dijo, y salió.

– ¿Me puedes explicar qué pasa? -preguntó John.

– Nada. Sólo Quinn, que es un arrogante y un tozudo. -Y Miranda, pensó.

– De eso ya me he dado cuenta trabajando con él estas semanas -observó John, sonriendo-. Pero es un buen tipo.

– Sí que lo es. Uno de los mejores.

John se inclinó y la besó ligeramente en la boca, y luego en la mano.

– He oído que tienes una cabaña en Colorado. Aunque no me creas, nunca he estado en Colorado. Tess empezará a trabajar como funcionaria del FBI en Washington, así que no tengo motivos para quedarme aquí en Los Ángeles. Además, vivo en un pequeño estudio que sólo tiene una cama y una radio. ¿Qué te parece si tú y yo nos vamos un tiempo a descansar y a relajarnos?

Rowan suspiró y cerró los ojos.

Amaba a John. Y, por primera vez desde los diez años, Rowan sentía que podía amar a alguien que se quedaría con ella mucho, mucho tiempo.

¿Era el azar? ¿El destino? No lo sabía. Pero no se imaginaba despertándose sola en la cama. No quería dormir con la Glock como única compañera. Quería algo más. Un amigo. Un amante.

Un marido.

Eso vendría después. Su amor se había forjado en un mundo infernal creado por Bobby MacIntosh. Con sólo pensar en su hermano enfermo y desquiciado, el estómago se le retorció, y ahogó un sollozo.

Pero Bobby había muerto. Y esta vez no era mentira.

– ¿Rowan? ¿Estás bien? No tenemos que darnos ninguna prisa…

John parecía tan derrotado, como si ella fuera a dejarlo.

– No, no -dijo ella.

– Está bien. Te entiendo.

– No -dijo, con más firmeza. Tragó saliva, abrió los ojos y lo miró, esperando que entendiera lo que quería decir-. Te amo, John.

– Ya lo sé. Pero no estás preparada para…

– Shh. -Rowan pidió más agua con un gesto. Si pensaba ponérselo difícil, necesitaba combustible.

Tragó el líquido refrescante y volvió a empezar.

– Te necesito.

Al principio, él pareció escéptico. Y luego optimista.

– Nunca esperé oír eso de ti.

– Nunca pensé que se lo diría a alguien. A nadie -dijo Rowan, y le apretó la mano.

– ¿Eso significa que no te importa que me reúna contigo en Colorado?

– Necesito trabajar mucho -reconoció ella-. Todavía tengo ciertos… problemas. No sé si acabarán las pesadillas, o si no te hablaré de mala manera o te dejaré fuera, o…

– Rowan -dijo él, con voz clara-. ¿Crees que me importa? Tengo mis propios asuntos. Ya sabes lo de Denny. Y Reinaldo Pomera. Si tengo la oportunidad, iré en su busca.

– Lo sé. Acabarás con tu demonio, John. Como yo acabé con el mío.

– Pero ahora -dijo él, con voz más suave y llena del amor que sentía por ella- tengo alguien que me espera en casa. Si me quieres.

– No hay nadie más con quien compartiría mi hogar -replicó ella.

Podía dejarlo todo a sus espaldas. Y prefería mil veces despertar con John a su lado, en los buenos tiempos como en los malos, que vivir el resto de su vida sin amor.

– Entonces, tenemos un trato. En cuanto te den el alta, nos vamos juntos a Colorado.

– Suena perfecto -dijo ella, con voz queda, antes de dejarse ir a un sueño sin pesadillas.