– ¡Te quedan cincuenta segundos!
– Muy mal por tu parte este chantaje, ¡me decepcionas, Adrian!
– ¡Cuarenta!
– ¡Te lo diré cuando hayas visto a tu madre!
– ¡Treinta!
– Entonces cuando pasen los médicos y me confirmen que estás curado.
– ¡Veinte!
– Pero ¡qué impaciente eres, hace días y días que velo por ti, podrías hablarme en otro tono!
– ¡Diez!
– ¡Adrian! -gritó Walter-, ¡Aparta ahora mismo la mano del catéter! Te lo advierto, una sola gota de sangre en esas sábanas blancas y no respondo.
– ¡Cinco!
– Vale, tú ganas, voy a contártelo todo, pero que sepas que ésta me la debes.
– ¡Adelante, Walter, te escucho!
– ¿No te acuerdas de nada?
– De nada.
– ¿Tampoco te acuerdas de que fui a Hydra?
– Sí, de eso sí me acuerdo.
– ¿Y del café que nos tomamos en la terraza del bar que está junto a la tienda de tu deliciosa tía?
– También.
– ¿De la foto de Keira que te enseñé?
– Claro que me acuerdo de esa foto.
– Eso es buena señal… ¿Y de nada más?
– Lo demás lo recuerdo muy vagamente, cogimos el ferry hasta Atenas, nos despedimos en el aeropuerto, tú volvías a Londres, y yo me iba a China. Pero ya no sé si eso era la realidad o una larga pesadilla.
– No, no, estate tranquilo, eso era real, tomaste el avión, aunque no llegaste muy lejos, pero volvamos a mi llegada a Hydra. ¡Aunque, bueno, para qué perder más tiempo, tengo dos noticias para ti!
– Empieza por la mala.
– ¡Imposible! Si no te digo antes la buena, no entenderás la mala.
– Bueno, pues si no puedo elegir, dime entonces primero la buena…
– ¡Keira está viva, ya no es una hipótesis sino una certeza!
Di un salto en la cama.
– Bueno, ya que lo principal está dicho, ¿qué te parece una pequeña pausa, un intermedio hasta que venga tu madre, o los médicos, o los dos?
– Walter, déjate de historias de una vez, ¿cuál es la mala noticia?
– A ver, cada cosa a su tiempo, primero me has preguntado qué hacías aquí, así que déjame que te lo explique. Que sepas que has desviado la ruta de un 747, que no es moco de pavo. Le debes la vida a la serenidad y la profesionalidad de una azafata. Una hora después de que tu avión despegara, empezaste a encontrarte muy mal. Es probable que, desde tu bañito en el río Amarillo, te pasees con una bacteria, y has tenido una infección pulmonar de padre y muy señor mío. Pero volvamos al vuelo a Pekín. Parecías dormir plácidamente, sentado en tu asiento, pero cuando te trajo la bandeja de la comida, a la azafata en cuestión le llamó la atención lo pálido que estabas y el sudor que te bañaba la frente. Intentó despertarte, pero fue en vano. Respirabas con dificultad y apenas tenías pulso. Ante la gravedad de la situación, el piloto dio media vuelta, y te trasladaron de urgencia a este hospital. Yo me enteré de la noticia al día siguiente de mi regreso a Londres y vine en seguida.
– ¿No llegué a aterrizar en China?
– No, lo siento pero no.
– ¿Y dónde está Keira?
– La salvaron los monjes que os acogieron cerca de ese monte cuyo nombre no recuerdo.
– ¡Hua Shan!
– Si tú lo dices… La curaron, pero por desgracia, en cuanto se restableció del todo, fue detenida por la policía. Ocho días después de su detención compareció ante un tribunal y fue juzgada por haber entrado y circulado en territorio chino sin documentación y, por lo tanto, sin autorización gubernamental.
– ¡Claro que no podía llevar la documentación encima, estaba en el coche, en el fondo del río!
– Por supuesto. Pero me temo que su abogado de oficio no prestó mucha atención a esos detalles en su defensa. Keira ha sido condenada a dieciocho meses de reclusión; está encarcelada en Garther, un antiguo monasterio transformado en penal, en la provincia de Sichuan, no muy lejos del Tíbet.
– ¿Dieciocho meses?
– Sí, y según nuestros servicios consulares, con los que me he entrevistado, podría haber sido mucho peor.
– ¿Peor? ¡Dieciocho meses, Walter! ¿Te das cuenta de lo que es pasar dieciocho meses en una celda china?
– Una celda es una celda, china o no china, pero vamos, reconozco que tienes razón.
– Intentan asesinarnos, ¿y resulta que la que acaba en la cárcel es ella?
– Para las autoridades chinas, Keira es culpable. Iremos a las embajadas a pedir ayuda, haremos cuanto esté en nuestra mano. Te ayudaré todo lo que pueda.
– ¿De verdad crees que nuestras embajadas se van a mojar y a arriesgarse a comprometer sus intereses económicos para liberarla?
Walter volvió a la ventana.
– Mucho me temo que ni su situación ni la tuya conmuevan a mucha gente. Quizá haya que armarse de paciencia y rezar para que soporte lo mejor posible su sentencia. Lo siento de verdad, Adrian, sé lo terrible que es esta situación, pero… ¿qué haces con ese catéter?
– Me largo de aquí. Tengo que ir a la cárcel de Garther, tengo que decirle a Keira que voy a hacer todo lo que pueda por liberarla.
Walter se precipitó hacia mí y me sujetó ambos brazos con una fuerza contra la que, en el estado en el que me encontraba, no podía luchar.
– Escúchame bien, Adrian, cuando llegaste aquí no tenías ninguna defensa inmunitaria, la infección iba ganando terreno cada hora que pasaba y se temía por tu vida. Has delirado durante días, con episodios de fiebre que podrían haberte matado varias veces. Los médicos han tenido que inducirte un coma artificial durante un tiempo para proteger tu cerebro. Yo he estado cuidándote, turnándome con tu madre y tu deliciosa tía Elena. Tu madre ha envejecido diez años en diez días, ¡así que déjate de chiquilladas y empieza a comportarte como un adulto!
– Vale, Walter, he captado el mensaje, ya puedes soltarme.
– ¡Te lo aviso, como vea que vuelves a acercar la mano a ese catéter, te pego una bofetada!
– Te prometo que ya no me muevo.
– Así está mejor, ya me he tragado bastantes delirios tuyos estos últimos días.
– No te imaginas los sueños tan raros que he tenido.
– Créeme, en mis ratos entre la visita diaria de los médicos y las comidas inmundas en la cafetería del hospital, me ha dado tiempo a escuchar bastantes de las tonterías que has podido decir. Mi único consuelo en este infierno han sido los dulces que me traía tu deliciosa tía Elena.
– Perdona, Walter, pero ¿qué es esa manera de hablar de Elena?
– No sé a qué te refieres.
– Eso de mi «deliciosa» tía…
– Tengo derecho a encontrarla deliciosa, ¿no? Tiene un humor delicioso, su cocina es deliciosa, su risa es deliciosa, su conversación es deliciosa, ¡y no veo dónde está el problema!
– Te saca veinte años…
– ¡Bravo, qué mentalidad la tuya, no sabía que fueras tan estrecho de miras! Keira tiene diez menos que tú, pero como es una mujer no importa, ¿no? ¡Sectario, eso es lo que eres!
– ¿No estarás diciéndome que te has rendido a los encantos de mi tía? ¿Y qué hay de la señorita Jenkins?
– Con la señorita Jenkins no hemos pasado de hablar de nuestros respectivos veterinarios, así que reconoce que, en cuestión de sensualidad, no es el nirvana que digamos.
– ¿Ah, porque, con mi tía, en cuestión de sensualidad…? ¡No, sobre todo no me contestes, no quiero saber nada!
– ¡Y tú no me hagas decir cosas que no he dicho! Con tu tía hablamos de un montón de cosas y lo pasamos muy bien. No irás a reprocharnos que nos distraigamos un poco, después de todas las preocupaciones que nos has dado. Es que vamos, sería el colmo.
– Haced lo que os dé la gana. A mí qué me importa, al fin y al cabo…
– Me alegro de oírte decir eso.
– Walter, tengo una promesa que cumplir, no puedo quedarme aquí sin hacer nada; tengo que ir a China a buscar a Keira porque tengo que llevarla al valle del Omo, de donde nunca debería haberla alejado.