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– Creo que ya lo tenemos -dijo-. ¿Quieren acercarse?

Nos inclinamos sobre el banco de trabajo. La circunferencia era perfecta; la pulió con un cepillo metálico movido por un torno con un pequeño motor y luego la limpió con una gamuza.

– Veamos si los objetos se engastan bien -dijo al tomar el primer fragmento.

A su lado colocó el segundo, y el tercero.

– Es evidente que falta uno, pero le he dado al anillo la tensión suficiente para que los otros tres permanezcan unidos, siempre y cuando se manejen con cuidado, claro.

– Sí, falta uno -corroboré. Me costaba ocultar mi decepción.

Contrariamente a lo que esperaba, no se produjo ningún fenómeno eléctrico.

– Qué lástima -dijo el artesano-, me habría encantado ver completo este aparato, se trata de una especie de astrolabio, ¿verdad?

– Eso es -dijo Ivory, mintiendo sin el menor escrúpulo.

El viejo profesor dejó quinientos euros sobre el banco de trabajo y le dio las gracias al artesano por su labor.

– En su opinión, ¿quién lo fabricó? -preguntó éste-. No recuerdo haber visto ninguno semejante.

– Ha hecho un trabajo prodigioso -le contestó Ivory-, Tiene unas manos de oro; no voy a dudar en recomendarlo a aquellos de mis amigos que tengan algún objeto valioso que restaurar.

– Mientras no sean tan impacientes como ustedes, serán bienvenidos -dijo el artesano, y nos acompañó hasta la puerta de su taller.

– Y ahora -nos dijo Ivory una vez en la calle-, ¿tienen alguna otra idea para hacerme gastar mi dinero? ¡Porque hasta ahora no he visto nada muy impresionante que digamos!

– Necesitamos un láser -anuncié-. Un láser con la potencia adecuada podría aportar la energía suficiente para recargar el objeto, y así tendríamos una nueva proyección del mapa celeste. Quién sabe lo que puede aparecer gracias al tercer fragmento. Quizá nos revele algo importante.

– Un láser de mucha potencia… Pues no pide usted poco ni nada, ¿y dónde quiere que lo encontremos? -preguntó Ivory, exasperado.

Wim, que no había pronunciado una sola palabra en toda la tarde, dio un paso adelante.

– Hay uno en la universidad de Virje, en el LCVU, los departamentos de física, astronomía y química lo comparten.

– ¿El LCVU? -preguntó Ivory.

– Laser Center of Virje University -contestó Wim-, lo creó el profesor Hogervorst. Estudié en esa universidad y conozco bien a Hogervorst. Ya se ha jubilado, pero puedo llamarlo y pedirle que interceda por nosotros para que podamos tener acceso a las instalaciones del campus.

– ¿Y a qué espera para hacerlo? -lo apremió Ivory.

Wim se sacó una libretita del bolsillo y la hojeó, nervioso.

– No tengo su número de teléfono, pero voy a llamar a la universidad, estoy seguro de que sabrán decirme cómo ponerme en contacto con él.

Wim se pasó media hora al teléfono, haciendo un montón de llamadas para localizar al profesor Hogervorst. Volvió muy abatido.

– He conseguido el teléfono de su casa, y no ha sido tarea fácil, créanme. Por desgracia, su asistente no ha podido ponerme en contacto con él. Hogervorst está en un congreso en Argentina y no volverá hasta principios de la semana que viene.

Lo que ha funcionado una vez, perfectamente puede funcionar dos veces. Recordé el ardid de Walter cuando quisimos acceder a instalaciones de esa clase en Creta. En esa ocasión, mi amigo había dicho que lo recomendaba la Academia. Cogí el móvil de Ivory y llamé en seguida a Walter. Me saludó con voz lúgubre.

– ¿Qué pasa? -le pregunté.

– ¡Nada!

– Sí, Walter, tu voz me dice que algo no va bien, ¿de qué se trata?

– Te he dicho que no me pasa nada.

– Perdona que insista, pareces de capa caída.

– ¿Me has llamado para hablar de trapos?

– Walter, no seas crío, no estás como siempre, ¿has bebido?

– ¿Y eso qué más da? ¿Es que no puedo hacer lo que me da la gana?

– Pero si no son más que las siete, ¿dónde estás?

– ¡En mi despacho!

– ¿Te has cogido una cogorza en tu despacho?

– ¡No estoy borracho, sólo un poco piripi! ¡Y no empieces con tus sermones, no estoy ahora como para escuchar nada!

– No tenía intención de echarte un sermón, pero no pienso colgar hasta que no me digas lo que te pasa.

Se produjo un silencio, oía la respiración de Walter al teléfono y de pronto me pareció percibir un sollozo ahogado.

– Walter, ¿estás llorando?

– ¿Y eso a ti qué te importa? Habría preferido no conocerte nunca.

No sabía qué podía haber ocurrido para que Walter estuviera así, pero su comentario me afectó profundamente. Nuevo silencio, nuevo sollozo. Esta vez, Walter se sonó la nariz ruidosamente.

– Lo siento, no quería decir eso.

– Pero lo has dicho. ¿Qué te he hecho para que estés tan enfadado conmigo?

– ¡Tú, tú, tú, te crees el ombligo del mundo! Que si Walter por aquí, que si Walter por allá, porque estoy seguro de que si me llamas es porque me necesitas para algo. No me digas que sólo llamabas para saber cómo me encuentro porque no me lo creo.

– Pues eso es lo que intento hacer, en vano, desde que empezamos esta conversación.

Tercer silencio, Walter estaba pensando en lo que le acababa de decir.

– Es verdad -suspiró.

– ¿Me vas a contar de una vez lo que te tiene así de mal?

Ivory se estaba impacientando, me hacía gestos con los brazos para que me diera prisa. Me alejé y lo dejé con Keira y con Wim.

– Tu tía ha regresado a Hydra, y yo nunca me había sentido tan solo en toda mi vida -me confió Walter con un nuevo sollozo.

– ¿Ha ido bien vuestro fin de semana juntos? -le pregunté, rezando por que me dijera que sí.

– Si te digo que bien, me quedo corto. Cada momento ha sido idílico, nos hemos llevado de maravilla.

– Entonces deberías estar loco de alegría, no te entiendo.

– La echo de menos, Adrian, no te imaginas cuánto. Nunca había vivido algo así. Hasta que conocí a Elena, mi vida era un desierto, un desierto con algún que otro oasis de vez en cuando, pero no eran más que espejismos. Sin embargo, con ella todo es verdad, todo existe.

– Te prometo que nunca le contaré a Elena que la comparas con un puñado de palmeras; eso quedará entre nosotros.

Esa tontería debió de hacerle gracia, pues se puso de mejor humor.

– ¿Cuándo os vais a volver a ver?

– No hemos fijado ninguna fecha, tu tía estaba muy turbada cuando la acompañé al aeropuerto. Creo que lloraba cuando íbamos por la autopista, ya sabes lo reservada que es; no apartó los ojos del paisaje durante todo el trayecto. Pero yo me daba perfecta cuenta de que estaba muy triste.

– ¿Y no habéis fijado una fecha para volver a veros?

– No, antes de coger el avión me dijo que nuestra relación no era razonable. Su vida está en Hydra junto a tu madre, añadió, ella tiene allí su tienda, y en cuanto a mí, mi vida está en Londres, en este despacho siniestro de la Academia. Nos separan dos mil quinientos kilómetros.

– Pero bueno, Walter, ¡y luego dices que yo soy torpe! ¿No has comprendido lo que te quería decir Elena con eso?

– Que prefiere terminar nuestra relación y no verme nunca más -dijo Walter entre dos sollozos.

Dejé que pasara la tormenta y esperé a que se hubiera calmado para hablarle.

– ¡Qué va, en absoluto! -tuve que gritar al teléfono para que me oyera.

– ¿Cómo que en absoluto?

– Pues que es todo lo contrario. Lo que te dijo quiere decir: «Date prisa en venir a verme a mi isla, estaré pendiente cada día cuando llegue el primer ferry al puerto.»Cuarto silencio, si no había contado mal.

– ¿Estás seguro? -preguntó Walter.

– Segurísimo.

– ¿Y por qué estás tan seguro?

– ¡Es mi tía, no la tuya, que yo sepa!

– ¡A Dios gracias! Aunque estuviera loco de amor no podría flirtear con mi tía, sería de lo más indecoroso.